Las ideas de país

Bolivia es un país complejo a medio construir al que no le sienta bien la autocomplacencia

La indefinición en el Movimiento Al Socialismo (MAS) sobre el futuro del partido y sus candidatos para 2025 está generando un clima preelectoral en el país. Un clima que efectivamente no aporta nada a la gestión pública, pero tampoco a lo partidario: los éxitos, si los hay, se disuelven en la batalla interna, donde nadie reconoce nada al otro.

Si algo le consuela al Movimiento Al Socialismo es que la oposición se disuelve todavía más, pues a estas alturas no solo nadie mueve un dedo por tratar de construir un modelo diferente al del MAS, que de momento es el que eligen los ciudadanos del país cada vez que van a las ánforas, sino que de nuevo se hacen cálculos en los rincones sobre las opciones individuales tomando como premisa cierta que el MAS acabe abriéndose en canal y dividiendo al evismo del indigenismo, por ejemplo. El escenario se asemeja para ellos al de 2019, cuando también todas las figuras calcularon que podían forzar una segunda vuelta con el MAS y por ende, conformaron frentes en solitario.

El problema de fondo para la oposición es que no tienen un modelo alternativo de país al del MAS, y eso acaba pesando. Apenas algunos “iluminados” o grupos “radicales” plantean cambios aparentemente de fondo, como los ultraliberales y su cantaleta de “reducir los impuestos y el Estado”, sin darse cuenta de que Bolivia ya es un país sin apenas impuestos y sin apenas Estado.

Las divergencias son pocas: Nadie hoy por hoy plantearía eliminar la subvención a los hidrocarburos, ni modificar los esquemas tributarios de las petroleras, ni de las grandes mineras que se camuflan tras cooperativas; ni subir o eliminar el IVA; ni eliminar el SUS; ni suspender las autonomías; nadie piensa en imponer un impuesto al salario con criterio general o eliminar la educación privada.

Las diferencias, dicen, están en los matices y en una suerte de confianza solicitada cual pide actos de fe, que se basan además en prejuicios clasistas o racistas: la supuesta capacidad de grupos determinados de gestionar mejor tal o cual proyecto, empresa pública o relación institucional porque sí.

Ni siquiera durante la breve gestión de Áñez, que fue de transición aproximadamente 25 días para después convertirse en una gestión candidata a la reelección, con todo lo que eso significa, se mostraron diferencias de fondo: se aumentó el gasto público y el endeudamiento del Estado; se recurrió a bonos y otras dádivas para mantener lealtades y buscar votos; se abusó del poder para nombrar afines, perseguir jueces y críticos ; hubo corrupción y hasta en asuntos sensibles que habían sido el disparadero de la caída de Evo, como la indignación por los incendios en el oriente del país, no solo no se derogaron los decretos que propiciaron las quemas en busca de la ampliación de la frontera agrícola, sino que se aprobaron nuevos usos de semillas transgénicas en la misma línea.

Bolivia es un país complejo a medio construir al que no le sienta bien la autocomplacencia, sin embargo, la ausencia de proyectos políticos alternativos está estancando el ritmo de conquista. Se crece en el debate, pero el debate está cada vez más ausente. El país necesita más ideas.


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