El populismo y la dignidad de la política

Un hombre ha apuntado a la cabeza de la vicepresidente argentina Cristina Fernández, de largo la política que más amores y odios despierta en ese país, y de inmediato se han desatado cualquier cantidad de teorías de conspiración

En términos generales, la política de este siglo XXI se ha reducido a la polarización extrema dentro de la corriente populista que se emplea a derecha e izquierda, porque hace tiempo que lo importante no son los ciudadanos y sus problemas sino la interpretación que se hace de ellos, la identificación de culpables y la capacidad de convertirse en víctima a los ojos de la mayoría.

Es verdad que la política perdió su sentido cuando se le vieron las costuras, que la gente no toleró bien aquello de que dos candidatos se enzarzaran a muerte en los debates o que presidente y líder de la oposición cruzaran argumentos acaloradamente y después se fueran de la mano a cenar al mismo restaurante, pero llegar al otro extremo lo ha intoxicado todo. Los contrincantes ya no son adversarios, sino rivales, y todo eso se escenifica en un contexto de alta polarización que ensalza el odio. Ya no se trata de ganar, sino de aniquilar al contrario, y sí, es cierto que esto también pasó en los albores de la segunda guerra mundial, pero entonces no había redes sociales para vomitar odio por doquier.

No se puede decir quien ha iniciado esta nueva ola de sectarismo y confrontación, pero se vienen reconociendo episodios cada vez más violentos en la política occidental con pasajes ciertamente surrealistas que alimentan ese odio. Donald Trump en Estados Unidos alentó un asalto al capitolio propio de otra época; en España los principales partidos se arrojan a la cara los muertos en las residencias de ancianos y se llaman asesinos; en Brasil Jair Bolsonaro fue acuchillado en plena campaña electoral y Petro y Hernández recibieron amenazas de muerte serias durante la pugna en Colombia; a Boric no se le baja de comunista en Chile y a Pedro Castillo de “paleto” en Perú. La violencia está instalada y puede detonar en cualquier momento.

En Bolivia no hace tanto vivimos una de esas experiencias “rupturistas” en las que un presidente huye en avión extranjero mientras otros ingresan a Palacio con una Biblia y donde la violencia callejera se exacerba mientras se contemplan los episodios más grises. La polarización elevada a acción directa.

Argentina ha sido la última en vivir uno de estos episodios: un hombre ha apuntado a la cabeza de la vicepresidente Cristina Fernández de Kirchner, de largo la política que más amores y odios despierta en ese país, y de inmediato se han desatado cualquier cantidad de teorías sobre lo sucedido en la que la posibilidad de que haya habido un atentado es la menos aceptada en las redes sociales de la polarización.

Es verdad que la política es también un ejercicio teatral, que la puesta en escena es importante y que también se pueden ganar votantes por la vía de la admiración, pero lo cierto es que el exceso está empujando hacia una aceptación general de la violencia que tendrá consecuencias.

La vicepresidenta Cristina Fernández ha sufrido un ataque intolerable que hay que condenar e investigar, y a partir de ahí, es necesario que todos pongan los esfuerzos necesarios para devolver la dignidad a una política que está demasiado golpeada. Nos va demasiado en ello como para hacer bromas.

DESTACADO.- Se vienen reconociendo episodios cada vez más violentos en la política occidental con pasajes ciertamente surrealistas que alimentan ese odio


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