Las pasiones del 4 de julio

Obviamente que sin esta fecha no seríamos lo que somos, ni se hubiera dado la guerra de la independencia que logró expulsar al invasor protagonizada precisamente por los hijos, nietos y bisnietos de aquellos colonos

Cualquiera lo podría interpretar como una falta de coherencia, pero en realidad se trata de un debate inconcluso, de una noción más o menos impuesta de lo que tenía que ser y de una incapacidad de plantear la alternativa. Es algo así como lo del interminable debate del mestizo cuando en realidad se quiere anotar “no indígena”, pero que conste.

Hablamos de la revitalizada pasión por “celebrar” el 4 de julio con todo lujo de excesos en la capital tarijeña, una costumbre que ha ido creciendo con el paso de los años sin que nadie sea del todo consciente de lo que se celebra.

La fecha es lo que es. Se conmemora la llegada de Luis de Fuentes al valle central, el español que acabo por destruir a los Tomatas y poner freno al avance de los chiriguanos - hoy guaraníes -, que también codiciaban el espacio por sus bondades. Es, por tanto, la conmemoración del inicio de la Colonia española, que a todos los efectos fue una invasión y un despojo, la imposición de una religión y una cultura y que dejó algunas luces y muchas sombras.

Obviamente que sin esta fecha no seríamos lo que somos, ni se hubiera dado el 15 de abril ni toda la guerra de la independencia que logró expulsar al invasor pero que fue protagonizada precisamente por los hijos, nietos y bisnietos de aquellos primeros colonos, que al final acabaron compartiendo raíces, sufrimientos y sueños con los mismos indígenas a los que sometieron y conformaron un sentimiento común: el de la independencia, el de la autogestión, el de la Patria Grande, el de una América Latina libre y poderosa.

Esta pasión revitalizada cohabita precisamente con la otra; la de la negación, la de la condena firme de la Colonia, la de la reivindicación de lo indígena al 100 por ciento, negando lo criollo como hecho fundacional y realidad política y social de nuestro país.

Lo curioso es que ninguna de las dos visiones parece entrar en colisión con la otra. No buscan establecer un debate para sacar una posición común, sino más bien ambas se consideran a sí mismas hegemónicas y, por lo tanto, no sienten la necesidad de escuchar si se dice algo más.

Esto del 4 de julio bien podría ser una conmemoración sobria que reuniera a vencedores y vencidos para reflexionar sobre lo bueno y lo malo y lo que se ha aprendido de todo aquello y sobre lo que se debería mejorar, algo así como los actos que acompañan la conmemoración de la caída de las bombas atómicas sobre Japón. Sería entonces un muy interesante ejercicio de análisis sobre el cómo hemos llegado hasta aquí y sobre el qué debemos hacer para seguir madurando como sociedad plural y diversa, sin embargo, tal como se viene planteando, parece más un ejercicio identitario medio revisionista de unos sobre otros en pleno siglo XXI.

Tarija tiene aún muchas cosas que decirse a sí misma. Ojalá el 4 de julio sea pronto una fecha más reflexiva y menos jubilosa, pues falta nos hace.


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