La pandemia que no termina
Las estadísticas nunca fueron de fiar, ni al principio ni ahora, cuando los más vulnerables ya han caído y no se hacen las pruebas necesarias para hacer el seguimiento pertinente
El problema en Bolivia, desde que estalló la pandemia, ha sido el mismo: nunca ha habido suficientes test para tener un plan mínimamente razonable. Ante esta incapacidad, los primeros optaron por cerrarlo todo y los segundos por abrirlo todo, y mientras tanto, miles de personas han ido muriendo en un goteo incesante y que es mucho mayor al que reflejan las estadísticas: solo en 2020 murieron 26.300 personas más que en 2019, es decir casi 80.000 frente a las 52.000 que era el promedio estimado.
Es verdad que no se debe juzgar el desempeño en la gestión de la pandemia sin tener en cuenta el contexto internacional. Cuando el virus estalló nadie sabía nada de él, los reactivos para hacer pruebas y sus laboratorios eran caros – las famosas PCR -, y los test de antígenos eran supuestamente poco fiables – aunque más valía un falso positivo que un positivo fuera de control – y por supuesto, no había vacunas. Claro que administrado todo esto desde la soberbia y la corrupción moral dio situaciones como en Bolivia, donde se arruinaron miles de familias y se descompusieron otras tantas mientras se negaba el uso de test rápidos y se robaban hasta los respiradores.
Hoy las pruebas de antígeno nasal son mucho más accesibles económicamente y el mercado está por lo general inundado, además, su fiabilidad ha subido por encima del 90 por ciento, por lo que ya es lo que se utiliza en los países occidentales para determinar la enfermedad. En lo peor de la pandemia con la variante ómicron a finales de 2021 se autorizó incluso a la venta directa al público y a considerar los resultados del test hecho en casa como oficial.
Algunos científicos se atreven ya a señalar que el virus se ha debilitado mientras otros, más humanistas, indican que en realidad los más vulnerables ya han caído y por ende, las estadísticas son menores, puesto que además los casos leves no se están atendiendo ni contabilizando, y eso es básicamente lo que en Bolivia venimos haciendo desde el principio de la pandemia.
La clave ya no está en los test sino en el número de ingresos hospitalarios, que son lo que da la pauta de que el virus se está volviendo a extender, y sí, se está volviendo a extender, pero la sensación es que de nuevo las autoridades no están listas para atender una nueva ola.
No se trata ya de animar a la vacunación, pues estamos en un momento en el que nadie va a convencer a nadie más si no se convierte en obligatoria, menos cuando ya se va por cuartas dosis sin garantías, sino de estimular el autotest y el autocontrol, poner los mecanismos al alcance de la gente para que sepa si está infectado y tome las previsiones para no seguir extendiéndolo. Es necesario que repongamos nuestra atención en la prevención y prioricemos la solidaridad con la comunidad.