El gobierno y el partido

El Gobierno nacional no debe ser trastornado por las batallas de poder al interior del partido, menos en un momento de extrema complejidad como el que se vive por la coyuntura económica mundial

La batalla ideológica dentro de los partidos es sin duda una buena noticia para la democracia nacional, de hecho, en la inmensa mayoría no es que no haya debate interno, sino que ni siquiera hay militancia real y, por ende, se limitan a seguir las instrucciones del caudillo de turno. Ahora, el problema es si ese debate interno llega a perjudicar las labores de gobierno.

El Movimiento Al Socialismo es la estructura política más grande de la historia de Bolivia con bases reales en todos los municipios básicamente porque no es un partido tradicional sino un instrumento que agrupa a las organizaciones populares lo que garantiza una enorme potencia electoral, pero cierto caos organizativo y resolutivo: conciliar tantos intereses sectoriales es imposible sin decepcionar a alguien.

La cuestión es que el presidente del partido, Evo Morales, ha iniciado un proceso para llevar al MAS hacia una forma más tradicional, con jefes orgánicos clásicos que tengan capacidad de enfrentar y proponer políticas al gobierno. Es un nuevo rol prácticamente desconocido, porque muy pocas veces el Presidente y el jefe del partido que lo presentó son personas diferentes.

Ese proceso sin embargo se ha trancado por la propia complejidad del Movimiento Al Socialismo, de la cantidad de organizaciones sociales y también por la incapacidad moral de muchos cuadros que apenas entienden la política como la vía para el enriquecimiento personal.

Lo que parecía un proceso modélico y democrático de transformación se ha convertido en una batalla campal: el cruce de acusaciones por la vía epistolar ha acabado con el cese o renuncia de importantes cuadros de la confianza del vicepresidente David Choquehuanca, pero lo más preocupante es el encono del sector del partido más próximo a Evo Morales contra el ministro de Gobierno, Eduardo del Castillo.

Lo de menos es que ahora Morales diga que quiere “derechizar” el partido o que hace campañas como las de la DEA porque su festival “Di no a las drogas” coincide con el de la política de Reagan de los 80, pues lo que hay de fondo son acusaciones de cooperación con el narcotráfico cruzadas de forma más o menos pública entre ambos bandos sin que parezca que nada realmente pasa.

Las críticas internas hacia Morales no han terminado y la advertencia del Tribunal Electoral para que organice un Congreso Orgánico legal está vigente. La divergencia de visiones sobre quién hizo qué en aquellos tumultuosos días de 2019 y quién hizo más para garantizar el retorno del MAS al poder no es un tema que pueda aplastarse, sino que es parte de la esencia misma del instrumento y su reconocimiento como tal.

En cualquier caso, es el presidente Luis Arce quien debe garantizar que estas rencillas, a menudo trufadas con intereses personales y egos enormes, no perjudiquen la acción de gobierno y más aún, el devenir del Estado, que tiene demasiado en juego como para estar pendiente de las batallitas de algunos. Es hora de ejercer la autoridad y zanjar esta trifulca.


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