Dorgathen y los nuevos paradigmas de la exploración en Bolivia

En la coyuntura mundial, hay que plantear si YPFB va a tomar las riendas, incluyendo la exploración, y si se ingresa al negocio del gas no convencional ahora que el reloj aprieta

Tener en la presidencia de Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB) a un profesional como Armin Dorgathen es una buena noticia, sobre todo conocidos algunos de sus predecesores.

A Dorgathen no le gusta andarse mucho por las ramas, ni los eufemismos, ni los rodeos suele hablar más claro que los demás y ese es seguramente el secreto de su meteórico ascenso dentro de la institución, pues ya hace tiempo que venía asumiendo algunos de los embates más incómodos, como los de la presentación del plan de exploración o todo lo relacionado con la certificación de reservas.

El domingo en Canal 7 pronunció algunas palabras mágicas que resituaron a YPFB como la gran empresa de los bolivianos, con sus problemas y sus ganas de enfrentarlos, dejando atrás esa suerte de empresa caja chica al servicio de los intereses políticos del gobierno de turno y que ha ido generando desconfianza y desafección. Bastaba con reconocer que hay problemas en la exploración del gas y que hay que emplearse a fondo para revertir la situación. Nada que los datos no evidencien y la propia evaluación del contexto mundial no muestre con crudeza.

Si Alemania no lo impide, el gas puede ganarse una suerte de catalogación de energía cuasi – limpia para la Unión Europea que lo dejaría al margen de los planes restrictivos para los combustibles fósiles derivados del petróleo y que se enmarcan dentro de los acuerdos de París y Glasgow.

Con todo, por el momento le queda vida útil hasta 2050, que no es poco, aunque cualquiera puede entender que en esta coyuntura nadie va a venir a resolver el problema de los bolivianos: la exploración tradicional es costosa y requiere mucho tiempo, en promedio un pozo puede costar entre 30 y 40 millones de dólares y desde que se inician los trabajos hasta que se decide su capacidad comercial pueden pasar hasta 6 u 8 años. La norma boliviana dice que, además, si es improductivo, la empresa corre con los gastos del fracaso, lo que evidentemente no enamora al inversor.

Por otro lado, alguien tendrá que explicar en algún momento que el “mar de gas” al que se referían aquellos ministros optimistas era de gas no convencional, es decir, ese que necesita de la fractura hidráulica – el temido fracking – para su extracción, como en Vaca Muerta (Argentina), y que, si bien tiene sus riesgos para los acuíferos, la inversión se optimiza mucho más.

Así las cosas, seguramente hace falta un cambio de paradigma general en la materia de los hidrocarburos, lo que conlleva una pedagogía distinta y un compromiso distinto de todas las partes implicadas, incluida esa oposición dispuesta a hacer sangre con cada fracaso.

Seguramente es Dorgathen el más calificado para llevar adelante esta cruzada, en la que hay que plantear que YPFB tome las riendas de toda la cadena, incluyendo la exploración, y plantear si se ingresa al negocio del gas no convencional ahora que el reloj aprieta.

No es un asunto sencillo, pero el debate es necesario.


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