La autoridad de Luis Arce

El Presidente ha aplazado la decisión de ajustar su gabinete en medio del clamor de los sectores del MAS que pugnan por el control. El riesgo es afectar al país

El problema para el gobierno de Luis Arce Catacora no es cambiar a uno, tres o cinco ministros. O todos. El problema es que en noviembre evitó hacerlo y en enero primero dijo que lo haría, luego que no lo haría, luego otra vez que sí y finalmente no lo hizo.

Es similar a lo que sucede con sus leyes, estrategias e incluso decretos. Puede que la hoja de ruta venga marcada de antes, o que te la impongan organismos supranacionales, como aquellos que le exigieron una estrategia contra el enriquecimiento ilícito si quería seguir recibiendo recursos a crédito bajo, o incluso el sentido común, como la vacunación obligatoria para cuidar el precario sistema de salud boliviano, que vive colapsado. Lo que no es lógico es que casi todo lo que sale del Gobierno, salvo algunos asuntos menores, acabe derogado, abrogado, repelido por las organizaciones sociales que son sus propias bases, y que incluso asuntos burdos, como la vinculación de los presupuestos al Plan de Desarrollo Nacional requiera de cumbres y reuniones al más alto nivel.

Hay un problema de base. Luis Arce ganó la elección de 2020 con un 55 por ciento, casi diez puntos más de lo que logró Evo Morales según Vía Ciencia, la única encuestadora habilitada en 2019 para hacer el conteo rápido. Sin embargo, el que salió victorioso parece gobernar subordinado al que salió “derrotado”, puesto que ambos se niegan a hacer ningún análisis y menos una gota de autocrítica.

Hay asuntos que no se resuelven con una operación cosmética ni una cirugía precisa y tampoco aplazando las decisiones a “momentos más tranquilos”.

A estas alturas y vistas las circunstancias, incluso su discurso del Día del Estado Plurinacional lleno de lugares comunes, da la sensación de que Luis Arce sería inmensamente más feliz encerrado en su Ministerio de Economía, pero debe hacer el esfuerzo de sostener su gobierno y darle la cara al país.

Luis Arce ha entregado las carteras más políticas al entorno de Evo Morales y Álvaro García Linera, a lo que se conoce como el círculo palaciego del pasado, que siguen moviendo los hilos del poder, aunque intermediado por la evidencia: el presidente es Arce.

Por otro lado, Arce se ha quedado con las carteras económicas, que era las que más o menos manejaba cuando él era Ministro, precisamente parte de ese círculo palaciego. Choquehuanca apenas controla un puñado de cargos menores y ni siquiera en la Asamblea Plurinacional, con el lugarteniente de Evo Morales, Andrónico Rodríguez, como presidente del Senado, puede encontrar una habitación con un poco de intimidad.

Arce ha renunciado también a controlar el aparato del partido, en manos de Evo Morales, y también ha renunciado a crear una estructura que le permita mantener viva la relación con los departamentos y tener información de primera mano.

Hay asuntos que no se resuelven con una operación cosmética ni una cirugía precisa y tampoco aplazando las decisiones a “momentos más tranquilos”. Es urgente que Luis Arce asuma su rol presidencial y que, si no puede controlar el partido, al menos ponga fin a los pulsos dentro de su gobierno, pues no son simples anécdotas ni peleas de patio de colegio, son asuntos que entretienen y dinamitan esfuerzos, y este país, ciertamente, necesita dedicación exclusiva.


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