El MAS y la encrucijada de Arce

Más allá de los choques de interpretaciones entre choquehuanquistas y evistas, el Presidente Arce debe ser capaz de demostrar su autoridad para controlar su propio gabinete, o asumir las consecuencias

Tardaba el Movimiento Al Socialismo (MAS) en lanzarse a una de esas luchas fratricidas que acaban salpicando al gobierno y que suelen ser aplaudidas por los enemigos, no tanto del partido como de la Patria en tanto se pierden energías.

Los equilibrios eran débiles desde el nacimiento, pero el buen criterio en la toma de decisiones en los albores del siglo XXI y la rápida toma del poder permitió consolidarse al Gobierno más poderoso de Sudamérica, que ha gobernado hegemónicamente desde 2006 con puño de hierro con una salvedad, octubre de 2019 – noviembre de 2020, un paréntesis que revuelve todos los fantasmas y cadáveres acumulados en el largo proceso.

El MAS solo era la expresión partidaria del Instrumento Político para la Soberanía Popular (IPSP), que con el paso del tiempo se fue desdibujando en su función y acabó, Pacto de Unidad mediante, doblegado ante la idea de la reproducción del poder, soportada por un relato de inestabilidad permanente que todo el mundo sabía que no era tal, pero que funcionaba.

Con ese relato se fueron quemando miembros, corrientes y voces importantes que contribuyeron como el que más a la victoria del MAS en 2006, muchos de los que llenaron de contenido político las demandas y acciones, aquellos que le dieron continuidad ideológica al proceso soberanista. Después, a medida que iban desapareciendo, la revolución se fue frustrando, pero como los recursos brotaban de debajo de la tierra, nada importó demasiado.

La purga se extendió por todos los movimientos y sindicatos afines hasta que al final solo quedaron las dos corrientes que hoy perviven magulladas. Por un lado el evismo puro y duro, que más allá de la guardia pretoriana cocalera, se refiere a la cúpula cuasi aristócrata y todo su entramado que subordinaron cualquier plan a la perpetuidad de Evo Morales, y el indigenismo “a lo Choquehuanca”, que entre toda la verborrea filosófica, dejaba entrever un proyecto poco consistente con la acción de gobierno. Choquehuanca también cayó. Evo también cayó. Y los movimientos sociales solo se movieron mucho después de la caída, justo cuando lo que estaba por caer no era un nombre sino una sigla que sí les representaba. Era agosto de 2020, dos meses después el MAS, esta vez con Luis Arce, volvió a ganar las elecciones con una mayoría abrumadora (55%) vistas las circunstancias.

Sin duda es una buena noticia que los protagonistas - y también los ausentes – de aquellos días aireen sus diferencias en público, repasen el relato en voz alta, recuerden los pecados y hagan propósito de enmienda, o de reiteración. Cualquiera podría decir que es un poco pronto para pensar en las elecciones de 2025.

La cuestión es que el Presidente, a la fecha de hoy, sigue siendo Luis Arce Catacora. Él es la persona que, por el motivo que fuera, fue elegido por el 55 por ciento de los bolivianos y es él quien debe marcar la agenda del gobierno y del país. De momento, un día dijo que haría “algún cambio” en su gabinete – Morales pidió hasta el 50 por ciento - y al día siguiente, lo contrario.

Después de todos los golpes del 2021, el momento es de encrucijada absoluta, pero no para Choquehuanca o para Morales, sino para Arce, que debe demostrar su autoridad y responder a la confianza que le dieron una mayoría de bolivianos para hacer las cosas a su manera.


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