El cambio de Chile

La campaña, o más precisamente las protestas, han devorado a los partidos moderados tradicionales, y el populismo de izquierda y derecha se perfilan como opciones mejor colocadas

Chile salió de una sanguinaria dictadura con un referéndum y una ley de punto final. Pinochet se sometió a las ánforas y los chilenos le dijeron no. Pinochet se fue del gobierno, aunque lo cierto es que nunca dejó el poder. La Constitución lo amparó hasta sus últimos días y las leyes cubrieron un tupido manto sobre los crímenes de lesa humanidad perpetrados a lo largo de su gestión desde el golpe contra Allende.

En todo ese tiempo, Chile siguió siendo el alumno aventajado del imperio anglosajón, ejemplo de liberalismo en la región que, gracias al control de los medios por parte del corporativismo, fue proyectado y adulado más allá de sus fronteras.

Hasta el estallido social de 2019 a los chilenos les gustaba ponerse de ejemplo, borrarse del continente, compararse con los países más desarrollados del mundo y tapar los fracasos. El estallido evidenció que no todo estaba bien, que los índices del Producto Interno Bruto no develan ni la pobreza social ni la capacidad del sistema para eliminar los sueños, y que básicamente apenas aporta una vida endeudada para tener lo esencial y no aspirar a nada más que un fin de semana en Valparaíso, con suerte, o de lo contrario, caer definitivamente en el círculo de la pobreza y la marginación de las villas, que también las hay.

El sistema ya estaba construido y la dictadura lo perfeccionó, pero ha sido después en estos últimos 25 años de democracia pactada y alternancia de manual entre conservadores y "concertación" – esa "agrupación" que diluyó a la izquierda en una alternativa de gobierno en Chile sin estridencias ni aventuras "comunistas" -, los que llevaron a su máximo apogeo el liberalismo y la privatización a través del sistema de concesiones que le permitió construir infraestructura de punta, pero que los chilenos de varias generaciones aún tendrán que pagar gracias a las jugosas explotaciones que venían aparejadas.

La cuestión es que el vecino país concurre hoy a una elección más abierta que nunca que seguramente se resuelva dentro de un mes en segunda vuelta. La campaña, o más precisamente las protestas, han devorado a los partidos moderados tradicionales, y el populismo de izquierda y derecha se perfilan como opciones mejor colocadas para alzarse con el triunfo, aunque todo está abierto, pues muchos apuestan a que el pragmatismo chileno con el que se ha tolerado a la dictadura y sus desmanes se acabe imponiendo.

La "estabilidad chilena" está a punto de volar por los aires pase lo que pase mientras el continente entero mira con atención, pues será un evidente termómetro de lo que pueda pasar en esta Sudamérica nuestra, siempre tan joven y volcánica, siempre tan dispuesta a la deflagración y a pelear por sus sueños hasta las últimas consecuencias. Cualquier cosa puede pasar en Chile. Cualquier cosa puede pasar en Sudamérica.


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