La inconsistencia de la ONU
El problema de la ONU es similar al del Vaticano: la enorme distancia entre lo que predica y lo que consiente, un pecado original que convierte en totalitario su pensamiento único
Este domingo se celebra el Día Internacional de las Naciones Unidas, una especie de “autodía” que se ha concedido a sí misma la organización multilateral por excelencia y que precisamente marca la pauta de por donde está yendo ese organismo, que sin duda no atraviesa su mejor momento.
En el año 1947 se declara el día 24 de octubre como el Día de las Naciones Unidas, con el objetivo de dar a conocer el fin y las actividades de la Organización en todo el mundo. Se proclamó en una Asamblea llevada a cabo por el Consejo de Seguridad de la ONU, y como una forma de conmemorar y celebrar el aniversario de la Carta de las Naciones Unidas.
Dicha resolución fue firmada por unanimidad por todos los países miembros. Posteriormente, en el año 1971, la Asamblea General recomendó a sus miembros a tener presente esta fecha como un día festivo, aunque prácticamente nadie lo consideró, salvo eso sí, la superestructura que se ha creado en la propia Naciones Unidas.
La ONU empezó su camino en 1945, después de la Guerra Mundial y en reemplazo de la Sociedad de las Naciones, que había fracasado estrepitosamente en su intento de mantener la paz mundial. Nació con 51 países miembros y con algunos propósitos de enmienda que tal vez han contribuido a consolidar la hipocresía como pilar esencial de ese organismo, que fue construido por los vencedores de la Guerra, pero integrando a los perdedores, eso sí, dejando todo atado en el Consejo de Seguridad, donde los aliados son mayoría respecto a la URSS.
En la actualidad son 193 los países que representan a sus Estados ante la Organización. En las asambleas se toman medidas en temas como: Paz y seguridad, desarrollo sostenible, cambio climático, desarme, derechos humanos, emergencias humanitarias, terrorismo, igualdad de género, salud, producción de alimentos y gobernanza, entre otros, pero últimamente todo le sale mal: Afganistán, Haití y el acelerado cambio climático tras años de rasgarse las vestiduras son claros ejemplos, pero casi en cualquier misión a la que se vaya a rascar, hay problemas.
Para las izquierdas, la ONU siempre ha representado al capital, para las derechas, y especialmente para estas nuevas derechas desacomplejadas que se están imponiendo en buena parte del mundo occidental, la ONU es un nido de progres con agendas ocultas que pretenden diluir los Estados o las familias.
La ONU atraviesa hoy un mal momento por su incapacidad de hacer frente al poder transnacional, que recurrentemente impone sus voluntades sea cuando se habla de una guerra, sea cuando se habla de un modelo agrícola sostenible, sea cuando se habla de las prácticas financieras o los paraísos fiscales. El problema de la ONU es similar al del Vaticano: la enorme distancia entre lo que predica y lo que consiente, un pecado original que convierte en totalitario su pensamiento único y del que el ser humano, por naturaleza, tiende a huir.