Un pacto de Estado para el gas

Es tiempo de que Bolivia de un salto adelante y actualice sus postulados al respecto de todo el negocio del gas, porque las oportunidades están ahí y la política solo lo está perjudicando

En Bolivia hace tiempo que el gas se ha convertido en un absurdo instrumento dispuesto para la lucha partidaria en el que unos y otros se lo arrojan por la cabeza a la mínima oportunidad.

Los unos sacan músculo sobre la “impresionante” renta petrolera lograda a partir de 2005 con la nacionalización en la que cambiaron las lógicas impositivas y los otros dicen que se debe a la Ley de Hidrocarburos, esa que precisamente no quiso firmar Carlos Mesa y acabó renunciando.

Esos mismos dicen que la nacionalización solo ha servido para detener la inversión privada en exploración, que no da resultados hace tiempo, mientras que los otros siguen enumerando de carrerilla la cantidad de prospectos que existen en el país listos para que “cualquiera” venga a pinchar y extraer.

Unos dicen que no queda gas, otros que estamos sobre “un mar de gas”, pero inmediatamente los unos dicen que hay que lograr que vengan las empresas extranjeras a explotar y los segundos mantienen el dogma de que no se puede explotar con recursos del Estado porque es de mucho riesgo.

Las contradicciones en el sector son incontables, solo en materia de exploración, y ni qué decir cuando se ingresa en aspectos como la exportación o la industrialización, o al fin la explotación. En Bolivia se puede encontrar a los mismos condenando el fracking aquí y utilizando Vaca Muerta – el mayor yacimiento del cono sur explotado con técnicas no convencionales – como ejemplo de lo que hay que hacer.

Lo cierto es que el gas sigue gozando de buena salud a nivel mundial. Es el hidrocarburo menos contaminante, por lo que se están multiplicando las aplicaciones prácticas, y después de 20 años de auge, las técnicas de manejo y distribución han mejorado sustancialmente. Las cotizaciones del gas natural a estas alturas están disparadas en Europa – por ducto - y en Japón – referencia para el Gas Licuado – y los expertos señalan que la tendencia se mantendrá alta más allá de lo que pase con el crecimiento mundial en los próximos trimestres.

De la misma manera y más allá de los moralismos propios de la época, la industrialización del gas sea en forma de plástico – cada vez más ecológico – o en forma de fertilizante, es ya un negocio rentable y viable que irá a más. Las cotizaciones suben y no hay reemplazo.

En este punto, es tiempo de que Bolivia de un salto adelante y actualice sus postulados al respecto de todo el negocio del gas, porque las oportunidades están ahí y la política solo lo está perjudicando.

Es preciso que todas las partes acuerden si se consolida una reserva estratégica para la industrialización o no; si se apuesta por llegar al mercado GNL a través de Perú o no; si se va a apostar por el fracking o no; si vamos a seguir esperando a que venga alguna empresa extranjera a resolvernos nuestros problemas o no. Eso y todo lo demás.

El gas sigue siendo nuestro principal negocio, más cuando se resiste el cambio estructural del sistema fiscal. Lo seguirá siendo más allá de agoreros y miedosos que repiten como mantra el “no hay gas” por consigna política. En esas, es urgente que se establezca un plan nacional vía Pacto de Estado, para que el gas deje de ser arma arrojadiza y se convierta en política de Estado.


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