Respetar el voto como acto revolucionario

Los bolivianos votamos y queremos votar, aunque en realidad estamos obligados a ello, pero cuando hay problemas los asuntos se siguen resolviendo en las calles y en las plazas

Octubre, revolución y democracia es todo uno en Bolivia. Mañana celebraremos un día más de recuperación de la democracia de las garras del militarismo propiamente dicho que gobernó el país más de la mitad del siglo XX hasta el 1982, pero evidentemente esta efeméride volverá a estar trufada de las nuevas significaciones que se le vienen dando, particularmente desde la caída de Evo Morales y el Gobierno de Jeanine Áñez.

Y es que a pesar de que los ciudadanos se manifestaron alto y claro hace un año, devolviendo por amplio margen el gobierno de Bolivia al Movimiento Al Socialismo, que esa vez presentaba como candidato constitucional a Luis Arce Catacora, la oposición política sigue apelando a los fatídicos hechos del 2019 para sostener un relato político que parece más tener que ver con hacer olvidar su propio fiasco que con construir una alternativa política.

La democracia no atraviesa un buen momento no solo en Bolivia, sino a nivel mundial. Hace solo unos días escuchábamos al mismísimo premio Nóbel Mario Vargas Llosa asegurar que lo importante “no son las elecciones libres, sino el votar bien”, un concepto que repitió varias veces aplicándolo a Latinoamérica, donde según su criterio, no se votaba bien. El concepto es básicamente el mismo con el que se han justificado desde siempre las dictaduras y los gobiernos autoritarios en demasiados puntos a lo largo del globo, y donde los sátrapas se convierten muchas veces en líderes por el simple hecho de ser dóciles serviles de otros intereses.

No es que Vargas Llosa estuviera desvariando, más bien lo contrario. Él y sus simpatizantes políticos llevan años reivindicando su derecho aristócrata de definir quienes son los buenos y los malos en esto de la democracia y cuestionando a todos los demás, con cualquier excusa: antes eran terroristas, ahora comunistas, pero igual.

No es una cuestión de percepciones. El Latinobarómetro lleva demasiados años advirtiendo que ya la mitad de la población y especialmente los jóvenes sacrifican la democracia por un gobierno que garantice seguridad y bienestar económico. Es el gran triunfo del capital sobre la utopía.

En Bolivia la democracia institucional es todavía un imberbe dogma. Los bolivianos votamos y queremos votar, aunque en realidad estamos obligados a ello, pero cuando hay problemas los asuntos se siguen resolviendo en las calles y en las plazas, esas mismas plazas presididas por hombres a caballo que enarbolan espadas y que recuerdan que en este lado del mundo nunca nada fue fácil ni regalado.

Para avanzar en eso hay que hacer compromisos de respeto de resultados, lo que pasa por no cuestionar cada cinco minutos unas elecciones que fueron tutorizadas por esos mismos organismos internacionales que dicen que en 2019 hubo fraude y no golpe (la UE y la OEA), y también por evitar meter preso a los alcaldes y gobernadores que piensen distinto antes incluso de meter la mano en la caja.

La democracia hoy necesita valientes, hombres y mujeres que piensen y que no se dediquen a repetir consignas vacías, que hagan que lo normal sea votar y lo revolucionario, respetar los resultados.


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