La ONU y su costumbre de no escuchar

La Asamblea General avanza entre discursos en los que cada cual demanda algo o promueve algo pensando en sus votantes y no en los objetivos que soportan al organismo, cada vez menos conectado

Avanza la Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York con ese tempo decrépito de la organización que sirve ya para poco, como ha quedado en evidencia en estas dos décadas del siglo XXI donde no ha tenido papel ni en la gran recesión que siguió a la crisis de 2008 ni mucho menos en la pandemia del Covid de este 2020, años en los que también han fracasado las “misiones” más emblemáticas avaladas por su Consejo de Seguridad – el verdadero sistema de gobernanza mundial – como la invasión de Afganistán y el intento de reconstrucción de Haití, pasando por Libia o Siria.

Con todo, la Asamblea General de las Naciones Unidas no deja de ser un momento simbólico para la política mundial y las relaciones internacionales. Básicamente los líderes nacionales suben al estrado y hablan de lo que les da la gana, tratando de marcar agenda o al menos encontrar un pequeño recuadro en las noticias del día siguiente.

Valga como corolario que más segundos de noticiero ha disfrutado Jair Bolsonaro y su equipo, comiendo pizza en un carrito callejero de Nueva York porque nadie le daba de cenar al no portar certificado de vacunación, siendo como es un negacionista declarado, que el secretario General Antonio Gutérres hablando precisamente de la inmoralidad de las políticas de vacunación.

Gutérres habló del aprobado científico y el suspenso ético entre los países poderosos sin que a ninguno se le inmutara un pelo. Con datos, el secretario General recordó que la pandemia es mundial y que nadie ganará la batalla hasta que todos ganemos la batalla. La realidad es que los países del G7, que ya rondan el 70 por ciento de la vacunación, tienen 600 millones de dosis de vacunas almacenadas en sus laboratorios y siguen recibiendo más y más, mientras que solo el 5 por ciento de África, el 23 por ciento de Sudamérica o el 37 por ciento de Asia se ha vacunado. Con todo, el G7 habla ya de una tercera dosis para protegerse de unas variantes que se seguirán creando en los países con bajas tasas de vacunación precisamente por ello.

En realidad, en las Naciones Unidas nadie responde a nadie y el que se ve en problemas, de pronto no aparece y por supuesto, tampoco ninguno de los aludidos respondió a Guterres.

El otro gran tema debía haber sido el de Afganistán, aunque el Comité de Credenciales todavía está pensando a quién acreditar para la intervención programada para el lunes y aunque lo que parece más probable es que se aplace y nadie hable. El presidente norteamericano Joe Biden, que sigue sin reconocer el fracaso de su misión, decidió lanzar amenazas a China, con quien mantiene una escalada militar en el Índico, negando precisamente la voluntad de abrir una nueva “Guerra Fría”. Xi, que mandó un mensaje pregrabado, no hizo ninguna mención y solo planteó sus propias metas en materia climática.

Hoy será el turno de Luis Arce, que con seguridad hablará del “Golpe de Estado”, de la vacunación y pedirá la condonación de la deuda externa. O se esfuerza mucho o será eclipsado por el salvadoreño Nayib Bukkele, populista de manual que suele ser muy polémico en este tipo de escenarios.

Lo cierto es que la falta de diálogo real es patente en un instrumento poderoso por la cantidad de recursos que mueve a través del Banco Mundial, por el peso de la Organización Mundial del Comercio (OMCE), de la de la Salud (OMS) e incluso por la de la Cultura (Unesco). Recursos que no siempre son económicos, sino de legitimidad y posicionamiento, pero cuyos planteamientos nunca habían disonado tanto con la práctica posterior de sus países miembros, principalmente los poderosos. La ONU no ayuda a resolver los problemas ni mide a todo el mundo por el mismo rasero, por lo que en algún momento alguien poderoso de verdad (ya lo hizo Trump) planteará para qué sirve ese organismo y alguien tendrá que dar una respuesta coherente. No basta con verse las caras y hablar sin entenderse.


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