El acelerado final de 2021

Las expectativas en salud y educación, por ejemplo, eran más altas, mientras que en la economía Bolivia sigue a la deriva de la coyuntura pese a los planes anunciados

El 2021 encara su recta final con más sombras que luces, una situación que viene a ser el estado natural desde hace un par de años, donde la incertidumbre se impone más todavía por encima de los relatos políticos, tantas veces contradictorios y siempre interesados.

En general podemos reconocer que 2021 es un año casi tan perdido como 2020, aunque en términos políticos no habrá quien reconozca tal afirmación.

En materia de educación no hay posibilidad de duda. El curso escolar en 2020 se paró un mes y diez días después de empezar y se suspendió definitivamente en agosto y el de 2021 inició con irregularidad abonándose a una educación a distancia y virtual que – sin eufemismos – no funciona.

En materia de salud/Covid 19 se han sumado más muertes en 2021 que en 2020 y también más contagios, básicamente porque la estrategia ha cambiado, ya que el Gobierno de Áñez pretendía que con ignorarlo, el virus iba a retirarse sin hacer ruido. La clave de este 2021 es la vacunación, que empezó a tropezones, pero que cuando se consiguieron todas las dosis empezaron a faltar ciudadanos que quisieran vacunarse. Nuestro porcentaje de pauta completa apenas ronda el 25%, pero lo peor es que no parece que vaya a haber muchas posibilidades de mejorarlo.

En cuestiones políticas nadie podría decir que el país está más tensionado de lo que estaba en 2020, lo que no se entiende es cómo pueden seguir los ruidos y los cuestionamientos a la legitimidad de Luis Arce después de los resultados de octubre.

En cuestiones de justicia, a estas alturas del 2020 los jueces y fiscales que se veían venir lo que se vino iniciaron las maniobras para volver a cambiar de barco, y esencialmente las denuncias por parcialización y corrupción siguen apestando de la misma manera.

Donde existen más contradicciones es en la economía, que al final es eso que nos toca a todos y lo que cuenta a la hora no solo de votar, sino de creer en vivir. ¿Estamos mejor o peor que en 2020?

Luis Arce y su equipo hace meses han empezado a celebrar el triunfo sobre la crisis heredada “provocada por Jeanine Áñez” y no solo por la pandemia, mensaje que hábilmente se fue colocando en diferentes círculos, en parte porque es verdad. Lo raro es que la cantaleta le haya durado tan poco a Luis Arce, máxime en comparación con lo que va a durar el “fraude versus golpe”, que aunque aminora, no desaparece.

La recuperación exprés, sin embargo, no ha tenido materialización en dos de sus antiguos tótems: No hubo incremento salarial después de una década subiendo por encima de la inflación, y tampoco nadie se anima a calcular un crecimiento por encima del 4,5% que da derecho al doble aguinaldo, aunque la evolución de la pandemia y nuestras características de mercado bien podrían arrojar crecimientos similares.

Casi nada ha cambiado en el esquema de Arce, que insiste en el keynesianismo, en la permisividad y en la inversión en países y bancos AAA, pues las medidas para proteger el producto interno y la sustitución de importaciones, pese a su rimbombancia, siguen siendo escasas.

La hora de la verdad ha llegado, el año termina rápido y los indicadores quedarán ahí fijados para siempre. Urge acelerar los planes, pues los riesgos son evidentes.


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