Repensar el plan contra el suicidio

El problema de la pandemia y su confinamiento no era solo el aburrimiento, sino el aislamiento, la desconexión emocional, el miedo social, y otras muchas complicaciones

Los paradigmas están cambiando y muchos tabús también se están rompiendo. Para algunos es cosa de las nuevas generaciones, más proclives a ensimismarse en sus sentimientos y hablar de ellos, para otros una rectificación necesaria a años de renuncia. La cuestión es que la salud mental se está convirtiendo en un asunto de debate para las políticas públicas de primer orden, en todas sus dimensiones.

El tema siempre estuvo encima de las mesas. El suicidio es un problema de primer orden que en Europa se lleva más vidas que los accidentes de tránsito, por ejemplo, pero sobre el que ha regido un pacto de silencio por años, empezando por los medios de comunicación, a los que los terapeutas de los 70 convencieron de que había un efecto llamada y que por tanto, era más conveniente no informar sobre los suicidios cotidianos en las sociedades desarrolladas. Por eso las cifras sorprenden mucho más cuando se conocen, nadie está prevenido de que esas cosas pasan.

El desencadenante fue seguramente la pandemia y su principal daño colateral: los confinamientos domiciliarios, la distancia social y la reducción drástica y repentina de los contactos sociales, incluso físicos. Al principio hubo mucho movimiento motivacional para resistir la crudeza del momento, todos aquellos lemas de “esto lo paramos entre todos”, el “me quedo en casa”, el “hecho en casa” y todas sus variantes, e incluso una corriente que optimizaba y ponía en valor las muchas cosas que se podían hacer desde casa con una computadora, con el teletrabajo, las teleconsultas y, sobre todo, la teleducación.

Después vino el baño de realidad, que no era solo el aburrimiento, sino el aislamiento, la desconexión emocional, el miedo social, y otras muchas complicaciones que se fueron configurando en el día a día entre personas fuertes, débiles, extrovertidas o introvertidas, porque nadie está libre de ser atacado en su salud mental.

Desde entonces han pasado algunas cosas que han ido poniendo el asunto en la palestra. Desde series de Netflix hasta la renuncia de Simone Biles en los Juegos Olímpicos, asuntos que van socializando una cuestión olvidada a la que casi nadie quiere destinar recursos, porque lucen poco.

En Tarija la única entidad que hace un trabajo público y de largo aliento sobre estos temas es el Intraid, y aun así se viene abocando más a los tratamientos de drogadicción y alcoholismo que al más amplio espectro del problema. El Intraid ha recibido promesas de ampliación y dotación de recursos humanos de todos los colores y posiciones políticas, pero lo cierto es que se siguen batiendo un puñado de apasionados profesionales que sí saben lo que hacen.

Vivimos en tiempos complejos donde el modelo capitalista de acumulación está llevando al límite a las familias, y donde los más vulnerables empiezan a pagar las consecuencias demasiado pronto. Urge una amplia reflexión que priorice la vida humana, y en este Día Mundial para la Prevención del Suicidio, todo está en análisis. Ojalá pronto se puedan revertir las cifras, que son algo más que dolorosas.


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