El desafío boliviano de la educación

Sin una buena política educativa, que sea el motor de la integración nacional, Bolivia va a seguir encallada en sus dicotomías, en sus polarizaciones, en sus disputas raciales y clasistas

El 8 de septiembre se conmemora a nivel mundial el Día de la Alfabetización, siendo este uno de los programas más relevantes dentro del sistema de Naciones Unidas para el desarrollo de los pueblos y, a la vez, el que peores resultados viene dando en los últimos años para recortar las brechas entre ricos y pobres.

El debate de la educación es probablemente el más ideológico de todos, aunque como los actuales políticos han decidido que las ideologías han muerto, el debate se ha convertido en un mero trámite populista. Es decir, los colegios son ahora centros donde se reparten bonos – sea desayuno, sea de fin de curso -, donde se prohíbe mandar tareas por vacaciones y donde se recomienda no suspender materias sea cual sea el desempeño del educando, por si acaso se trauma.

Bolivia pasa de puntillas por los grandes debates, que sí son ideológicos. Por ejemplo, mantiene la escolarización obligatoria hasta los 18 años, ignorando a los miles de jóvenes que cada año abandonan las aulas al final de cada año, justo después de cobrar su bono Juancito Pinto, para incorporarse de forma precaria a un mercado laboral que sigue contratando in extenso. El debate sobre la especialización profesional dentro de las aulas está todavía rezagado.

Tampoco hay un debate efectivo sobre qué hacer con la educación infantil, sobrellevada ahora entre centros privados y guarderías, cuyos currículums educativos son claramente diferentes y no homologables y en demasiadas ocasiones pervierten el punto de partida, aunque nada lo hace tanto como la ausencia absoluta de una política pública de becas, que garantice la igualdad de oportunidades a lo largo de toda la trayectoria escolar, además de fomentar la cultura del esfuerzo.

Sin una buena política educativa, que sea el motor de la integración nacional, Bolivia va a seguir encallada en sus dicotomías, en sus polarizaciones, en sus disputas raciales y clasistas que no son teóricas, sino muy pragmáticas, y se evidencian después en todos los ámbitos de la vida pública. Hoy por hoy en Bolivia no todos pueden ser jueces, o doctores, o ingenieros, básicamente porque no todos pueden estudiar lo suficiente para serlo, y lo que hace la diferencia no es la capacidad de estudio ni la inteligencia del sujeto, sino los bolsillos de sus papás.

Toda esta brecha se está abriendo todavía más en estos dos años de pandemia, con clases interrumpidas, y donde cada uno está resolviendo la cuestión de la educación de sus hijos como puede, aunque es evidente que unos tienen más facilidades para resolverla que otros. Este problema pasará temprano una alta factura al país, que a su vez está quedando rezagado respecto a los países del entorno con los que ya estábamos retrasados.

Es tiempo de superar el debate básico de la alfabetización y trazarse desafíos mayores en el campo educativo y de lograr que realmente la educación sea vehículo de desarrollo y de integración. Urge un amplio acuerdo nacional sobre esto, uno que surja desde todos los enfoques, desde todas las ideologías, desde todas las convicciones y creencias, pero que ponga en el centro de todas las cosas al país.


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