Afganistán, lecciones por aprender

Afganistán nunca fue tan país ni nunca fue un territorio de paz, hoy sigue siendo un conjunto de fronteras, pueblos, tribus y corruptos por doquier que desde hace décadas administran sus parcelas de poder con más política que violencia

Los talibanes han advertido que a partir del 31 de agosto se acaba la tregua pactada en Doha con los emisarios de Estados Unidos y que desde entonces tomarán el control de su país después de una especie de reconquista que ha durado 20 años, que es exactamente el tiempo que ha durado la ficción “democrática” que acompañó al operativo de la OTAN y del que se deben extraer varias conclusiones imprescindibles.

Vaya por delante la condena enérgica al régimen talibán en tanto su forma de gobernar basado en el integrismo religioso hace muy poco por unir, por abrir o por mejorar, y más bien se basa en anular y “asumir” la voluntad de Dios como incuestionable, una técnica que por cierto sometió durante siglos a todo occidente eliminando cualquier posibilidad de rebelión o de ambición de progreso, porque así nomás se habían definido las cosas en el plano de lo divino.

Afganistán nunca fue tan país ni nunca fue un territorio de paz, hoy sigue siendo un conjunto de fronteras, pueblos, tribus y corruptos por doquier que desde hace décadas administran sus parcelas de poder con más política que violencia, aunque no falta, y donde los imperios se han estrellado una y otra vez. Como en 2001, estos días hemos vuelto a leer mucho de Afganistán, sobre su insolencia, su rebeldía y, sobre todo, la incapacidad de sus conquistadores por entender el país. Los británicos se fueron como se fueron, pero los soviéticos hicieron esencialmente lo mismo que los norteamericanos, alimentar una élite que finalmente se desconectó de su propio pueblo, que siguió a merced de las lógicas populares de siempre.

La diferencia de esta derrota con la de la URSS es que ahora hay redes sociales, y por eso el octogenario presidente de Estados Unidos, Joe Biden, insiste en asegurar que su misión fue un éxito, pero que los afganos han perdido con los talibanes una guerra que no era su guerra, aunque la han sostenido durante 20 años en los que se han repartido jugosas concesiones sobre materias primas y para la reconstrucción del país, y donde la heroína se ha vuelto a poner de moda.

Una de las cosas más surrealistas que viene sucediendo en casi todos los poderosos medios hegemónicos son esos relatos heroicos sobre la evacuación del país desde el aeropuerto de Kabul, con americanos “salvando” bebés o pilotos llenando hasta la bandera sus aviones que todos aplauden, olvidando que son actitudes elementales en medio del desastre rotundo que han dejado en 20 años de intervención.

Lo cierto es que el Gobierno talibán asumirá el poder total en septiembre y no prevé instalar ningún régimen democrático, pero no es probable que el pueblo afgano real, el que no está agolpado en el aeropuerto de Kabul sino sobreviviendo en el territorio, lo extrañe ni lo reclame. Los regímenes títeres de la OTAN solo han logrado incrementar la corrupción y la ineficiencia, lo que ha acabado por legitimizar a los talibanes, que primero eran el enemigo porque eran el amigo de Al Qaeda, y luego ya nadie supo por qué más ni exactamente en qué lugar eran enemigos.

Quedan seguramente muchos capítulos por escribirse en esta historia que tiene víctimas a montones, pero ya se puede tomar nota de que no se puede tomar venganza individual castigando a un pueblo entero, sobre todo cuando no tienes la legitimidad para hacerlo. EL monstruo creció. Y esto aplica no solo en Afganistán.


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