Proteger la inversión nacional

No se trata de “hacer un esfuerzo”, como a veces se plantea en esas ferias perniciosas que convierten en elemento de mercadillo la producción nacional, se trata de ser conscientes de lo que aporta una decisión personal

Cada cierto tiempo, el planteamiento se vuelve recurrente, los actores políticos lo toman, lo defienden, se hacen fotos con los productores locales, entregan pequeños montos para fondos de promoción local y crean fideicomisos para apoyar a incipientes emprendedores, y poco después, todo vuelve a desaparecer.

En ese momento se vuelven a imponer las limitaciones del decreto 181 para la contratación, que favorece a empresas extranjeras con buenos financiadores – que a veces es hasta local – aunque no hayan construido un puente en territorio boliviano en su vida; o se vuelve a gastar por demás en insumos “de importación” – tantas veces de contrabando – bajo la excusa de “hacer rendir más la plata”.

En general son prácticas suicidas que parecen impregnadas en el ADN boliviano, demasiado acostumbrado, y tolerado, a arrojar a sus vecinos al pie de los caballos, dudar de sus capacidades y desconfiar de sus buenos propósitos. Estas prácticas logran sacar del país miles de millones de bolivianos que con demasiado esfuerzo se logran internar vendiendo fundamentalmente el gas y el mineral, dos industrias extractivas poco sostenibles en el tiempo y poco responsables con su medio ambiente, pero que se convierten en indispensables porque los poderes públicos, en lugar de fomentar la transformación productiva con sus beneficios, que son pocos, se dedican a malgastarlo con prácticas poco proclives a la sana competencia.

En esta página editorial hemos hablado docenas de veces sobre la necesidad de impulsar el “consume lo nuestro” en su máxima expresión y desde todas las perspectivas. Tan importante es comprar verdura y fruta nacional como comprar un periódico o ir a ver una película boliviana al Cine Center. Es importante comprar nacional o estirar la vida útil de lo no nacional. No se trata de “hacer un esfuerzo”, como a veces se plantea en esas ferias perniciosas que convierten en elemento de mercadillo la producción nacional, se trata de ser conscientes de lo que aporta una decisión personal repetida en lo que se refiere a la creación de empleo e impuestos en el terreno local.

Confiar en el sector nacional, sin embargo, va más allá de crear logos coloridos y campañas llamativas promocionando los valores locales y convirtiéndolos en catálogos para mostrar en embajadas con mínimos resultados. Es urgente que el Gobierno Nacional se impliqué más en los objetivos formulados de sustituir importaciones y utilizar el ahorro interno en la transformación. Es urgente una modificación de los planteamientos en el sector financiero, que siguen privilegiando las inversiones en el exterior o en negocios de compra venta, muchas veces de transnacionales, en vez de asumir los mínimos riesgos con el sector nacional siendo el único sector – el de la banca – que no ha dejado de registrar utilidades en toda la pandemia.

Es importante convertir los versos en artículos de Ley y de Reglamentos comprometidos. Esta vez sí es hora de seguir la senda de los países hegemónicos, que no han dudado en proteger sus mercados y nacionalizar sus finanzas muy lejos de las clásicas políticas liberales, cada vez más residuales y a la baja.


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