Elegir Bolivia

Demasiadas decisiones antibolivianas han desacelerado nuestra economía a lo largo de varios periodos históricos; errores de los que hay que aprender

En la víspera de la efeméride nacional y en medio del fragor de la batalla política cada vez más cruenta y menos contemplativa, parece un buen momento para recordarnos lo que somos y lo que queríamos, al menos cuando Bolivia nació a la vida independiente contra la voluntad del propio Libertador, que no quería dividir el Alto Perú porque creía que demasiadas unidades pequeñas perjudicarían la unidad continental: Nos bautizamos Bolivia.

Con ese mismo arrojo con el que decidimos ser libres primero y Bolivia después hemos ido construyendo una historia común no exenta de polémicas y de absolutas paradojas incomprensibles. Bolivia es tal vez la nación que más veces se ha disparado al pie y ha entrado en fases de autodestrucción profunda al rozar el éxito.

No es cuestión de enumerarlas todas - desde el Acre a la Guerra del Chaco, del ferrocarril al Mutún, etc., - sino más bien recordar las lecciones aprendidas a las que les ha dado tan poca importancia siempre.

Una de esas primeras lecciones es la necesidad de erradicar el antibolivianismo en todos los ámbitos. Uno de los principales, el del comercio. Por alguna extraña razón, somos especialistas en denigrar nuestra pequeña producción industrial para vanagloriar la producción extranjera, sea cual sea. La actitud es igual hacia un snack o una caja de galletas o un noticiero nacional, la cuestión siempre pasa por criticar y comparar, lo cual resulta poco constructivo. Consumir lo nuestro es una de las más poderosas herramientas que tenemos a disposición para crecer como sociedad, porque son los nuestros los que generan empleo y generan impuestos, dos asuntos clave antes de empezar a hablar de calidad o de definición. Sin embargo, siempre aparece.

Un poco lo mismo pasa con nuestra maquinaria de burocracia insufrible por los ciudadanos, y que ha generado una buena cantidad de normas, decretos y hasta leyes profundamente antinacionales, pero que se siguen utilizando a pesar de las nefastas consecuencias.

La última “maravilla” en ese sentido fue la Ley Marcelo Quiroga, que lejos de perseguir la corrupción como se esperaba se ha convertido en un inmenso cepo que ata de pies y manos a funcionarios temerosos que simplemente se limitan a no viabilizar absolutamente nada, sino todo lo contrario.

Ha habido muchas más, desde el decreto 181 de las contrataciones estatales, donde se limita en todo lo posible que las obras puedan ser adjudicadas por empresas nacionales, hasta todo lo que tiene que ver con proyectos de industrialización, sea el gas, sea el hierro, sea el litio, sea Karachipampa o sea lo que sea que siempre topa con mil vueltas y cuestionamientos.

La vacuna está clara: creernos que sí se puede, convencernos de que podemos hacerlo bien y no tenerle miedo al cambio. Demasiadas veces la frustración está en la cabeza. Ojalá en el día de la Patria lo volvamos a recordar.


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