La igualdad en los Juegos Olímpicos

Las diferencias estructurales entre unos países y otros marcan diferencias abismales, y no se trata de tener centros de alto rendimiento en cada municipio, sino más bien de comer tres veces al día y tener un par de zapatillas aptas

El pasado viernes arrancaron en el lejano Japón los Juegos Olímpicos Tokio 2020, la cita deportiva más importante del mundo que se celebra cada cuatro años y que en este año ha corrido uno más por la dichosa pandemia del Coronavirus que alteró todos los planes del año pasado en todo el mundo occidental.

Los ojos del mundo están puestos sobre la cita a la que le dio el testigo Río de Janeiro en 2016. Por entonces, y dados los antecedentes tecnológicos del país asiático, se preveía que fuera una cita olímpica con muchas sorpresas en ese plano, más con el auge de los E-sport y demás avances, pero que ha quedado lastrado por la emergencia sanitaria, convirtiéndolo todo en una suerte de Gran Hermano paranoide en el que todo se controla y todo se teme.

La cuestión es que la pandemia también parece haber llegado para agrandar las brechas entre países pobres y países ricos, que ciertamente han afrontado las consecuencias de formas diametralmente distintas.

Una de esas brechas se percibe rápidamente en el deporte, y los Juegos Olímpicos son una buena muestra, y más aún los paralímpicos que se disputarán a continuación y en el que las diferencias son aún más abismales.

El deporte es salud y es un buen ejemplo para los jóvenes porque cultiva los valores del esfuerzo, la constancia y la vida sana; porque educa en fijarse objetivos y superarlos, y más aún en los deportes de equipo, donde además entran en juego los valores de la cooperación y solidaridad, además del aporte colectivo a la hazaña. Es por estos motivos por los que se promueve y se justifica que los Gobiernos inviertan en deportes y financien a los deportistas de alto rendimiento para que representen al país.

Sin embargo, en tiempos de crisis el deporte, como la cultura, suelen convertirse rápidamente en asuntos prescindibles y, con sus reservas, todos los Gobiernos acaban recortando, si es que alguna vez se ha priorizado ese tipo de gastos. Entonces es cuando afloran las diferencias.

Y es que no, el deporte no se trata solo de talento ni de tener condiciones innatas para una cosa o para otra. Las diferencias estructurales entre unos países y otros marcan diferencias abismales, y no se trata de tener centros de alto rendimiento en cada municipio, sino más bien de comer tres veces al día y tener un par de zapatillas aptas.

En Bolivia sabemos bien lo que son estas cosas de la falta de apoyo, se conoce lo que pasa Hugo Dellien para llegar en hora a los campeonatos ATP y se conocen docenas de historias de talentos fugados o migrados, como la saltadora Valeria Quispe. Por eso saben mal los comentarios que tildan a nuestros atletas, que son muy pocos, de mediocridad por no volver con medallas pese a haber viajado casi en pañales, y por eso cada medalla sudamericana sabe a gloria arrancada de la misma tierra, como el oro del ecuatoriano Carapaz en ciclismo, que acabó denunciando lo mismo que Dellien cada vez: falta de apoyo.

Los Juegos son un gran esfuerzo colectivo por reconciliar al mundo entre sí que simula que, con esfuerzo, todo se puede competir. Después ya viene el medallero, donde queda claro que la cosa no es tan sencilla. Ojalá más temprano que tarde esas diferencias se acorten.


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