La deriva de Almagro y la oportunidad de la Patria Grande

Sudamérica necesita fortalecer sus propias instituciones y liberarse de tutelajes, y es ahora, con la nueva ola progresista y popular que azota el continente, con el efecto de la crisis pandémica, cuando hay más opciones

¿Qué es exactamente lo que quiere Luis Almagro? El secretario General de la Organización de Estados Americanos (OEA) se ha convertido en un personaje impredecible, incluso siniestro para algunos, que ha logrado un solo objetivo a costa de muchos enredos: volver a poner a su institución en el mapa, aunque sea para mal.

La OEA hace una década era una institución catatónica a la que los sudamericanos habían dejado de tomar en consideración cada vez más por su evidente criterio de parte. En los 80 y 90 ser la voz oficial de Estados Unidos en el continente le resultó útil a Estados Unidos, que consolidó su “patio trasero” y acomodó los conflictos a sus conveniencias.

Con la llegada del siglo XXI, el maquillaje forzado sobre la Corte Interamericana y los otros organismos “consultivos” no sirvió y un gran bloque de países empezaron a construir una alternativa multipolar, soberanista, basada en el ideal de Bolívar y los postulados de la Patria Grande, que sirviera para resolver los conflictos d ellos pueblos del sur sin la injerencia de Estados Unidos, que poco tiene que ver con el resto.

Los países del Sur construyeron Unasur, que tenía la misión específica de atender los conflictos tanto entre países miembros como también intermediar en los conflictos internos de los países exactamente de la misma manera que lo hace la OEA. Arrancó con éxito, y de hecho los problemas en Bolivia con su proceso constituyente fueron ventilados en ese foro, pero poco a poco se fue diluyendo, sobre todo a partir de que el proyecto del Banco del Sur – repatriar las Reservas Internacionales Netas para colocarlas en un banco estratégico que hiciera inversiones en el sur – se fue desinflando.

En un segundo intento se armó la Celac, que incluía a los países del Caribe y a Cuba y excluía a Estados Unidos, lo que la convertía directamente en la institución paralela a la OEA, sin embargo, también entró en “stand by” a medida que algunos gobiernos clave fueron cambiando de signo.

Ninguno de los dos proyectos ha fracasado, pero el papel de Luis Almagro como secretario de la OEA en que los mismos no despegaran ha sido clave, lo que supone también una traición a su propia nominación original. Almagro fue propuesto por Uruguay en los tiempos de Pepe Mujica y Tabare Vásquez, por lo que recibió el apoyo de los gobiernos de izquierda y también de los más moderados.

Una vez en el poder, Almagro fue distanciándose de los postulados de su gobierno y de los que lo habían llevado al cargo, como la no injerencia en asuntos internos, como el caso Venezuela, que no tardó en convertir en bandera, pero también ha hecho escenificaciones rarísimas, como su posición en Bolivia, que pasó de compadrear con Evo en Chimoré dando el beneplácito a su repostulación a convertirse en la pieza clave que hizo caer el régimen arrojando el informe preliminar al público solo unas horas después de confirmar el amotinamiento policial.

Así consiguió repetir en el cargo luego de que cambiaran de tendencia los Gobiernos de Argentina y de Ecuador, por ejemplo, pero parece haber vuelto a las andadas, arrimándose y haciendo bromas pesadas sobre asuntos que cruzaron su gestión, aunque no se dé cuenta.

La OEA ha vuelto a concentrar la atención latinoamericana, sobre todo, por el extraño papel desempañado por su secretario general. Sin embargo, el ruido no debería apartar a nadie del objetivo real: Sudamérica necesita fortalecer sus propias instituciones y liberarse de tutelajes, y es ahora, con la nueva ola progresista y popular que azota el continente, cuando hay más opciones.


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