Covid: Cortar la enfermedad antes de la vacuna

La solución a largo plazo pasa por la “inmunidad de rebaño”, lo cual tiene pocas posibilidades de conseguirse pronto, pues los enfermos se reinfectan y la vacuna tiene duración limitada

La incertidumbre sigue planeando sobre la Covid a nivel mundial. El paso de los meses ha contribuido a conocer algo más la enfermedad, pero por lo general, sigue siendo una gran desconocida tanto en la forma de transmitirse como en sus síntomas como en las posibilidades de cura.

Por lo general se acepta que se transmite de forma muy rápida, que lo hace también por el aire – algo que se negaba al principio – al menos en lugares mal ventilados y que lo hacen tanto los que tienen síntomas como los que no, aunque las posibilidades varían en función de la carga viral de cada enfermo. Hoy por hoy el barbijo es considerado como necesario en prácticamente todo el mundo luego del negacionismo inicial, que se intenta justificar hoy como una decisión que se vinculó al mercado y a un posible desabastecimiento.

Por lo general también se admite que es la fiebre y la pérdida de los sentidos del gusto y el olfato los que conducen irremediablemente a la enfermedad, pero por lo demás se han descrito síntomas de todo tipo, desde la tos no productiva a la diarrea pasando por el chancahuesos.

La rápida detección también permite acelerar los tratamientos, normalmente asociados a los síntomas específicos y a evitar que el virus se replique en las células y ataque los pulmones. Tratar antes, evidentemente, reduce la tasa de letalidad.

Respecto al tratamiento, el virus es un poco menos desconocido, pero todavía no tiene un fármaco específico. Sí se sabe que funcionan frenando la replicación del virus en las células el remdesivir y el avifavir, además de otros antiparasitarios aún en estudio como la ivermectina.

Con todo esto sobre la mesa, en lo que hay relativo consenso es en el procedimiento de atención. Lo urgente es detectar el virus lo antes posible, por ello se recomiendan los testeos masivos con las pruebas más fiables posibles. Esto quiere decir que los países que no se pueden permitir botar 100 dólares en cada PCR para confirmar un caso, también pueden usar pruebas de anticuerpos o las más recientes y más fiables pruebas de antígenos, pero que al final todo tiende a lo mismo: aislar lo antes posible a un potencial sospechoso de la enfermedad para que no la disemine.

La rápida detección también permite acelerar los tratamientos, normalmente asociados a los síntomas específicos y a evitar que el virus se replique en las células y ataque los pulmones. Tratar antes, evidentemente, reduce la tasa de letalidad.

La solución a largo plazo pasa por la “inmunidad de rebaño”, lo cual tiene pocas posibilidades de conseguirse pronto, pues los propios enfermos que han superado la enfermedad pueden ser reinfectados pasado poco tiempo, y las vacunas – que es algo que nadie dice – tienen un periodo corto de inmunidad, aunque se espera que en los próximos años se mejore y permita alargar más años con dosis de refuerzo, como la vacuna del tétanos.

Confiar en la vacuna como vía para superar la enfermedad definitivamente en Bolivia parece demasiado ingenuo, pues el operativo logístico tiene también unos desafíos concretos y alargarlo en el tiempo puede provocar que unos se inmunicen cuando los primeros ya la perdieron.

No conviene, en ese sentido, poner todas las esperanzas en la vacunación y desentenderse de los cuidados básicos y de tratar de frenar la enfermedad en la fase inicial, evitando los contagios y aislando a la mayor cantidad de gente posible ni bien se conoce el riesgo.

Bolivia se juega demasiado en esta segunda ola, cuya herida puede resultar extraordinariamente profunda.


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