¿Qué más se cocina en el Palacio de Gobierno?
Es posible que varias empresas estatales hayan sido manejadas discrecional y deficientemente, que se hayan maquillado los datos económicos para pintar un panorama mejor que el real, y que las políticas implementadas no hayan realmente apuntado a transformar estructuralmente la histórica...
Es posible que varias empresas estatales hayan sido manejadas discrecional y deficientemente, que se hayan maquillado los datos económicos para pintar un panorama mejor que el real, y que las políticas implementadas no hayan realmente apuntado a transformar estructuralmente la histórica dependencia de Bolivia. Pero ojo, el diagnóstico del actual gobierno de transición no goza siempre de buena puntería ni de la necesaria credibilidad, y eso es peligroso.
Es más, en algunos casos dichos diagnósticos parecen apuntar no a sanear las empresas o enderezar los errores de quienes precedieron a las nuevas autoridades, sino a preparar el terreno para justificar una eventual marea privatizadora y su consiguiente e inevitable austeridad.
Son reales los problemas que se atraviesan por los déficits gemelos (comercial y fiscal), el mal manejo de empresas estratégicas como YPFB y otras entidades públicas. También son ciertos y reales que las promesas de industrialización, el cambio de la estructura económica (que nunca dejó de ser dependiente de la exportación de materias primas), y de la mentalidad nacional colonizada en procura del tan promocionado “Vivir Bien”, no se llegaron a concretar (más allá de las atrasadas y deficientemente planificadas separadoras de líquido y planta de urea en Bulo Bulo).
Incluso se podría reconocer que la economía durante el gobierno de Evo, que si bien logró avances importantes en la inclusión social, la redistribución y la inversión en carreteras y otros rubros claves, no fue tan fuerte como se ha promocionado en otros aspectos, ya que hoy crece incluso menos que en 2008-2009 cuando el mundo entero padecía los efectos dominó por la caída de Lehman Brothers: se prevé que en 2019 el PIB acumule un crecimiento de menos del 3%, mientras que rondaba el 3,4% en los acontecimientos de hace una década. Sin embargo, la fragilidad del fugaz “éxito” que permitió históricas mejoras en las condiciones de vida de millones de compatriotas, y que ahora corren peligro porque su financiamiento está en duda, no se deben a que el gobierno haya pecado de ser “socialista”.
En realidad, el programa original de gobierno de Evo de 2006, ese nacido de la Agenda de Octubre de 2003 (nacionalización, constituyente, refundación, etc.), contenía la semilla de una potencial Insubordinación Fundante, que permita a Bolivia despegarse de su histórico rol subordinado.
El verdadero problema, la verdadera causa de la fragilidad del modelo “económico social comunitario productivo”, fue que esta Agenda no se implementó más que de manera discursiva e incompleta, para ser utilizado políticamente con el fin de permanecer en el poder, y no así para transformar las injustas estructuras de la economía y de la sociedad boliviana.
Por tanto, pretender desmontar las empresas estratégicas y el Banco Central no es sólo una usurpación de competencias (este gobierno no tiene ninguna atribución más que el de llamar a elecciones), sino cuando menos, un peligroso error de concepción.
La solución a los problemas económicos de Bolivia no pasa por aplicar la agenda Macri-Piñera-Bolsonaro-Duque (basta ver los descalabros mayores y el aumento de la dependencia que sus políticas han ocasionado), como parecen buscar miembros del actual gobierno transitorio presidido por la senadora conservadora Jeanine Añez. Pero tampoco pasa por estancarse en los 14 años pasados.
Lo que se requiere es retomar la Agenda nacionalista de Octubre, fomentar la producción nacional en todos los rubros (agropecuario, artesanal, industrial, servicios, etc), potenciar las empresas estratégicas del Estado y la actividad privada de capitales bolivianos y mejorar la institucionalidad para esos fines por la vía democrática; en suma, reencauzar el proyecto de país que fue abandonado a medio camino. El tiempo lo demostrará.
Es más, en algunos casos dichos diagnósticos parecen apuntar no a sanear las empresas o enderezar los errores de quienes precedieron a las nuevas autoridades, sino a preparar el terreno para justificar una eventual marea privatizadora y su consiguiente e inevitable austeridad.
Son reales los problemas que se atraviesan por los déficits gemelos (comercial y fiscal), el mal manejo de empresas estratégicas como YPFB y otras entidades públicas. También son ciertos y reales que las promesas de industrialización, el cambio de la estructura económica (que nunca dejó de ser dependiente de la exportación de materias primas), y de la mentalidad nacional colonizada en procura del tan promocionado “Vivir Bien”, no se llegaron a concretar (más allá de las atrasadas y deficientemente planificadas separadoras de líquido y planta de urea en Bulo Bulo).
Incluso se podría reconocer que la economía durante el gobierno de Evo, que si bien logró avances importantes en la inclusión social, la redistribución y la inversión en carreteras y otros rubros claves, no fue tan fuerte como se ha promocionado en otros aspectos, ya que hoy crece incluso menos que en 2008-2009 cuando el mundo entero padecía los efectos dominó por la caída de Lehman Brothers: se prevé que en 2019 el PIB acumule un crecimiento de menos del 3%, mientras que rondaba el 3,4% en los acontecimientos de hace una década. Sin embargo, la fragilidad del fugaz “éxito” que permitió históricas mejoras en las condiciones de vida de millones de compatriotas, y que ahora corren peligro porque su financiamiento está en duda, no se deben a que el gobierno haya pecado de ser “socialista”.
En realidad, el programa original de gobierno de Evo de 2006, ese nacido de la Agenda de Octubre de 2003 (nacionalización, constituyente, refundación, etc.), contenía la semilla de una potencial Insubordinación Fundante, que permita a Bolivia despegarse de su histórico rol subordinado.
El verdadero problema, la verdadera causa de la fragilidad del modelo “económico social comunitario productivo”, fue que esta Agenda no se implementó más que de manera discursiva e incompleta, para ser utilizado políticamente con el fin de permanecer en el poder, y no así para transformar las injustas estructuras de la economía y de la sociedad boliviana.
Por tanto, pretender desmontar las empresas estratégicas y el Banco Central no es sólo una usurpación de competencias (este gobierno no tiene ninguna atribución más que el de llamar a elecciones), sino cuando menos, un peligroso error de concepción.
La solución a los problemas económicos de Bolivia no pasa por aplicar la agenda Macri-Piñera-Bolsonaro-Duque (basta ver los descalabros mayores y el aumento de la dependencia que sus políticas han ocasionado), como parecen buscar miembros del actual gobierno transitorio presidido por la senadora conservadora Jeanine Añez. Pero tampoco pasa por estancarse en los 14 años pasados.
Lo que se requiere es retomar la Agenda nacionalista de Octubre, fomentar la producción nacional en todos los rubros (agropecuario, artesanal, industrial, servicios, etc), potenciar las empresas estratégicas del Estado y la actividad privada de capitales bolivianos y mejorar la institucionalidad para esos fines por la vía democrática; en suma, reencauzar el proyecto de país que fue abandonado a medio camino. El tiempo lo demostrará.