El rentismo después de Evo: Cambiar para no cambiar
A diferencia de los empresarios o emprendedores verdaderos, lo que los expertos llaman “élite rentista” acumulan su riqueza a partir de la apropiación privada de recursos naturales, subvenciones y favores estatales, licitaciones dudosas de obras y servicios públicos, o mediante negocios...
A diferencia de los empresarios o emprendedores verdaderos, lo que los expertos llaman “élite rentista” acumulan su riqueza a partir de la apropiación privada de recursos naturales, subvenciones y favores estatales, licitaciones dudosas de obras y servicios públicos, o mediante negocios monopólicos.
Ésta es una de las razones por las que su prioridad es conservar los canales de acceso al poder político, antes que de mejorar la productividad y competitividad económica de sus actividades.
Con el argumento pobremente sustentado de que el sector agroextractivo reemplazaría al gas como nueva gallina de los huevos de oro, el sector logró que el gobierno de Evo Morales no sólo mantenga las concesiones de los gobiernos neoliberales, sino que lograron un pacto para la ampliación de la frontera agrícola. Y no para producir alimentos para los bolivianos, sino para commodities agrícolas, monocultivos para la exportación.
Los centros de investigación hablan de que, después del conflicto del TIPNIS, el anterior gobierno entregó cientos de títulos de propiedad de la tierra, otorgando derechos sobre varios millones de hectáreas a favor de medianos y grandes propietarios.
Además, consolidó los cultivos transgénicos, concedió facilidades crediticias, suavizó las sanciones contra las quemas y desmostes, abrió mercados de exportación, aprobó la producción a gran escala de biodiesel. El reciente cambio del plan de uso del suelo en el departamento del Beni, con este mismo objetivo, es parte del mismo proceso.
Esta idílica relación entre gobierno y el agronegocio marcó el norte del gobierno transitorio de Jeanine Áñez, y según los expertos en el tema, en la medida de lo posible está claramente buscando no sólo continuar, sino profundizar lo hecho por los que le precedieron.
Los soyeros, lejos de sentirse amenazados por el cambio de gobierno, pretenden la consolidación de la propiedad de la tierra a gran escala, nuevas y masivas inversiones públicas de “reactivación”, libre exportación y eliminación de controles ambientales.
A decir de expertos como Gonzalo Colque, director de la Fundación TIERRA, estas son exigencias “que solo profundizan la desigualdad social y económica”. Asimismo, considera que esta élite rentista se encamina a protagonizar la carrera electoral, representada por los políticos de moda, que hasta hace poco negaban ser políticos.
La estrategia discursiva de esta “élite rentista” pasa por “levantar las banderas de la democracia, pese a ser profundamente antidemocrática”.
Y es que Colque acierta cuando señala que “cualquier proyecto de democratización medianamente razonable implicaría afectar los intereses de los poderosos y cuestionar sus privilegios rentistas. Y algo así es incompatible con la existencia misma de la élite. Sería atentar el cordón umbilical que le une a la economía extractiva”.
Evo no tocó los intereses de este poderoso sector, los privilegió, igual que sus antecesores. Áñez va por el mismo camino, y además sin pudor. El carácter transitorio debiera frenar estas tendencias, mientras se espera que el próximo gobierno -sea quien sea- vea más allá del “dinero fácil”.
Ésta es una de las razones por las que su prioridad es conservar los canales de acceso al poder político, antes que de mejorar la productividad y competitividad económica de sus actividades.
Con el argumento pobremente sustentado de que el sector agroextractivo reemplazaría al gas como nueva gallina de los huevos de oro, el sector logró que el gobierno de Evo Morales no sólo mantenga las concesiones de los gobiernos neoliberales, sino que lograron un pacto para la ampliación de la frontera agrícola. Y no para producir alimentos para los bolivianos, sino para commodities agrícolas, monocultivos para la exportación.
Los centros de investigación hablan de que, después del conflicto del TIPNIS, el anterior gobierno entregó cientos de títulos de propiedad de la tierra, otorgando derechos sobre varios millones de hectáreas a favor de medianos y grandes propietarios.
Además, consolidó los cultivos transgénicos, concedió facilidades crediticias, suavizó las sanciones contra las quemas y desmostes, abrió mercados de exportación, aprobó la producción a gran escala de biodiesel. El reciente cambio del plan de uso del suelo en el departamento del Beni, con este mismo objetivo, es parte del mismo proceso.
Esta idílica relación entre gobierno y el agronegocio marcó el norte del gobierno transitorio de Jeanine Áñez, y según los expertos en el tema, en la medida de lo posible está claramente buscando no sólo continuar, sino profundizar lo hecho por los que le precedieron.
Los soyeros, lejos de sentirse amenazados por el cambio de gobierno, pretenden la consolidación de la propiedad de la tierra a gran escala, nuevas y masivas inversiones públicas de “reactivación”, libre exportación y eliminación de controles ambientales.
A decir de expertos como Gonzalo Colque, director de la Fundación TIERRA, estas son exigencias “que solo profundizan la desigualdad social y económica”. Asimismo, considera que esta élite rentista se encamina a protagonizar la carrera electoral, representada por los políticos de moda, que hasta hace poco negaban ser políticos.
La estrategia discursiva de esta “élite rentista” pasa por “levantar las banderas de la democracia, pese a ser profundamente antidemocrática”.
Y es que Colque acierta cuando señala que “cualquier proyecto de democratización medianamente razonable implicaría afectar los intereses de los poderosos y cuestionar sus privilegios rentistas. Y algo así es incompatible con la existencia misma de la élite. Sería atentar el cordón umbilical que le une a la economía extractiva”.
Evo no tocó los intereses de este poderoso sector, los privilegió, igual que sus antecesores. Áñez va por el mismo camino, y además sin pudor. El carácter transitorio debiera frenar estas tendencias, mientras se espera que el próximo gobierno -sea quien sea- vea más allá del “dinero fácil”.