Elecciones no son rostros
La campaña electoral ha empezado antes de que nadie pudiera darse cuenta evidenciando una cosa: todos los esfuerzos de unos y otros en esta crisis nacional no han sido gratuitas, sino que muchos tenían verdaderas intenciones políticas en la inminente repetición de los comicios ya acordada en...
La campaña electoral ha empezado antes de que nadie pudiera darse cuenta evidenciando una cosa: todos los esfuerzos de unos y otros en esta crisis nacional no han sido gratuitas, sino que muchos tenían verdaderas intenciones políticas en la inminente repetición de los comicios ya acordada en la Asamblea Plurinacional.
El escenario, como recuerdan casi todos los excandidatos y exaliados en estas fechas, es “otro”. Ese otro implica que no hay un Evo Morales con el que competir, lo que supone que cada cual mira con más asombro aún su propio ombligo. Si en octubre de 2019, cuando Morales era un candidato sólido muy difícil de ganar, las fuerzas de oposición no se pusieron de acuerdo, difícilmente lo harán ahora, cuando los políticos de vieja escuela y altas miras dan por desahuciado al Movimiento Al Socialismo.
La jerga que emplean los partidos y políticos rivales del MAS es similar. Todos reclaman la “unidad” y se ofrecen a construir una alternativa de concertación, pero todos ponen el nombre por delante. Carlos Mesa y Gustavo Pedraza ya han afirmado que volverán a postular. Los cívicos Luis Fernando Camacho y Marco Pumari se dejan querer y hablan de la subordinación a la institucionalidad cívica, pero no esconden sus intenciones y el líder Demócrata, Rubén Costas, un poco magullado tras la experiencia de “Bolivia Dice No” pero que se considera redimido por la toma del cargo de Jeanine Áñez, habla también, claramente, de pugnar por la Presidencia.
La jerga que emplean los partidos y políticos rivales del MAS es similar. Todos reclaman la “unidad” y se ofrecen a construir una alternativa de concertación, pero todos ponen el nombre por delante
A eso se suman los que ya estuvieron, como Chi Hyun Chung, que tiene proyecto ultraconservador propio en el PDC, y otros que seguramente quieran volver, como Samuel Doria Medina.
El MAS tiene ahora tiempo para pensar, luego de que ellos mismos descartaran la idea del 12 de enero para poder reorganizar el partido, buscar candidatos, y sobre todo, esperar a que los partidos opositores se devoren los unos a los otros de la misma manera que lo hicieron antes del 20 de octubre y que estuvo a punto (concretamente a 0,57%) de funcionar.
En cualquier caso, en este embate no nos jugamos solo una ensalada de nombres, sino el futuro viable de un país que hasta hace década y media estaba prácticamente defenestrado tras la aplicación ortodoxa de políticas liberales durante los 90.
Nadie ha derrotado el modelo económico del MAS, a pesar de las múltiples fallas en las que incurrió en los últimos años en esa deriva pactista e integradora de sectores “poderosos” económicamente. El Gobierno transitorio, por ejemplo, ha garantizado el mantenimiento del tipo de cambio, los bonos y otros mecanismos utilizados en la gestión; y no ha aplicado una reducción de carteras, pese a que esto condiciona sensiblemente el déficit público.
A pesar de la estabilidad política, Bolivia ha llegado tarde a sus citas históricas con la industrialización y con la soberanía financiera; con todo, en los próximos cinco años nos jugamos la consolidación de un desarrollo sostenido por décadas y que tiene un puntal elemental: todos los bolivianos. Es necesario que quien pretenda gobernar en el futuro, explique muy bien que quiere hacer con todo esto.
El escenario, como recuerdan casi todos los excandidatos y exaliados en estas fechas, es “otro”. Ese otro implica que no hay un Evo Morales con el que competir, lo que supone que cada cual mira con más asombro aún su propio ombligo. Si en octubre de 2019, cuando Morales era un candidato sólido muy difícil de ganar, las fuerzas de oposición no se pusieron de acuerdo, difícilmente lo harán ahora, cuando los políticos de vieja escuela y altas miras dan por desahuciado al Movimiento Al Socialismo.
La jerga que emplean los partidos y políticos rivales del MAS es similar. Todos reclaman la “unidad” y se ofrecen a construir una alternativa de concertación, pero todos ponen el nombre por delante. Carlos Mesa y Gustavo Pedraza ya han afirmado que volverán a postular. Los cívicos Luis Fernando Camacho y Marco Pumari se dejan querer y hablan de la subordinación a la institucionalidad cívica, pero no esconden sus intenciones y el líder Demócrata, Rubén Costas, un poco magullado tras la experiencia de “Bolivia Dice No” pero que se considera redimido por la toma del cargo de Jeanine Áñez, habla también, claramente, de pugnar por la Presidencia.
La jerga que emplean los partidos y políticos rivales del MAS es similar. Todos reclaman la “unidad” y se ofrecen a construir una alternativa de concertación, pero todos ponen el nombre por delante
A eso se suman los que ya estuvieron, como Chi Hyun Chung, que tiene proyecto ultraconservador propio en el PDC, y otros que seguramente quieran volver, como Samuel Doria Medina.
El MAS tiene ahora tiempo para pensar, luego de que ellos mismos descartaran la idea del 12 de enero para poder reorganizar el partido, buscar candidatos, y sobre todo, esperar a que los partidos opositores se devoren los unos a los otros de la misma manera que lo hicieron antes del 20 de octubre y que estuvo a punto (concretamente a 0,57%) de funcionar.
En cualquier caso, en este embate no nos jugamos solo una ensalada de nombres, sino el futuro viable de un país que hasta hace década y media estaba prácticamente defenestrado tras la aplicación ortodoxa de políticas liberales durante los 90.
Nadie ha derrotado el modelo económico del MAS, a pesar de las múltiples fallas en las que incurrió en los últimos años en esa deriva pactista e integradora de sectores “poderosos” económicamente. El Gobierno transitorio, por ejemplo, ha garantizado el mantenimiento del tipo de cambio, los bonos y otros mecanismos utilizados en la gestión; y no ha aplicado una reducción de carteras, pese a que esto condiciona sensiblemente el déficit público.
A pesar de la estabilidad política, Bolivia ha llegado tarde a sus citas históricas con la industrialización y con la soberanía financiera; con todo, en los próximos cinco años nos jugamos la consolidación de un desarrollo sostenido por décadas y que tiene un puntal elemental: todos los bolivianos. Es necesario que quien pretenda gobernar en el futuro, explique muy bien que quiere hacer con todo esto.