Recuperar el mar
El año pasado en esta misma fecha, la inmensa mayoría de los bolivianos nos fuimos a dormir con la extraña sensación de que esta vez sí podíamos ganar. La demanda marítima, esa herida abierta, nunca había llegado tan lejos y nunca se había desplegado un aparato similar para lograr el...
El año pasado en esta misma fecha, la inmensa mayoría de los bolivianos nos fuimos a dormir con la extraña sensación de que esta vez sí podíamos ganar. La demanda marítima, esa herida abierta, nunca había llegado tan lejos y nunca se había desplegado un aparato similar para lograr el objetivo deseado. Más bien, durante un siglo, el mar fue un tema al que recurrir cuando la gobernabilidad peligraba, venía la crisis, o cualquier otro aspecto que necesitara elevar el espíritu patriotero. Normalmente, bajo él pasaban algunas vergüenzas.
La cuestión es que la campaña de expectativa se disparó, y si bien todos los bolivianos quieren recuperar el mar, poco nos habíamos ocupado en prepararnos para ello, y por ende, muy poco se había creído nunca en las posibilidades de éxito. Pero esta vez parecía diferente. Los argumentos parecían sólidos y la gestión diplomática correcta. El asunto había sido al menos admitido a trámite, lo que ya suponía el reconocimiento de que el asunto no es bilateral sino multilateral, y las líneas de apoyo con la diplomacia de los pueblos, el diálogo, el apoyo al pequeño, etc., podían ser determinantes en momentos de cambio de ciclo… pero resultó que no.
Es muy posible que los magistrados de la Corte Internacional de Justicia, que no deja de ser otro organismo más bajo la atenta mirada del Consejo de Seguridad de la ONU, hayan mirado la globalidad del asunto y su impacto en otros conflictos similares a lo largo y ancho del mundo. Bolivia no pedía que se rehicieran las fronteras ni se revisara la derrota en la Guerra, pero era mucho más difícil de explicar y no hubiera detenido la avalancha de casos que, efectivamente, sí piden eso.
Como fuera, la derrota fue contundente más allá de unos cuantos artículos destinados a solicitar diálogo y buena vecindad entre países, lo que de forma inmediata nos debía haber llevado a buscar otras alternativas para alcanzar los objetivos.
Es verdad que hay cierto sentimiento nacional en el asunto del mar por una guerra que se perdió, pero de lo que se trata ahora es de lograr las mejores condiciones para el comercio. El mar no tiene que ver con las emociones, sino con el vil metal, y en ese norte es hacia donde hay que tomar decisiones.
A las pocas horas, diferentes analistas y expertos ofrecieron alternativas por Perú, la hidrovía Paraguay – Paraná, Puerto Busch y otros tantos. A la fecha, incluso el proyecto del tren bioceánico ha desaparecido de la agenda tras la asunción de la presidencia de Brasil de Jair Bolsonaro.
La balanza comercial sigue en caída libre, y es obligación del Estado encontrar soluciones a los problemas y no reincidir hasta el infinito en un camino ya transitado. Invertir en infraestructura, pensar en proyectos ambiciosos y ejecutarlos sin demoras. El mar es un anhelo en el que Bolivia no se puede estancar, sino todo lo contrario.
La cuestión es que la campaña de expectativa se disparó, y si bien todos los bolivianos quieren recuperar el mar, poco nos habíamos ocupado en prepararnos para ello, y por ende, muy poco se había creído nunca en las posibilidades de éxito. Pero esta vez parecía diferente. Los argumentos parecían sólidos y la gestión diplomática correcta. El asunto había sido al menos admitido a trámite, lo que ya suponía el reconocimiento de que el asunto no es bilateral sino multilateral, y las líneas de apoyo con la diplomacia de los pueblos, el diálogo, el apoyo al pequeño, etc., podían ser determinantes en momentos de cambio de ciclo… pero resultó que no.
Es muy posible que los magistrados de la Corte Internacional de Justicia, que no deja de ser otro organismo más bajo la atenta mirada del Consejo de Seguridad de la ONU, hayan mirado la globalidad del asunto y su impacto en otros conflictos similares a lo largo y ancho del mundo. Bolivia no pedía que se rehicieran las fronteras ni se revisara la derrota en la Guerra, pero era mucho más difícil de explicar y no hubiera detenido la avalancha de casos que, efectivamente, sí piden eso.
Como fuera, la derrota fue contundente más allá de unos cuantos artículos destinados a solicitar diálogo y buena vecindad entre países, lo que de forma inmediata nos debía haber llevado a buscar otras alternativas para alcanzar los objetivos.
Es verdad que hay cierto sentimiento nacional en el asunto del mar por una guerra que se perdió, pero de lo que se trata ahora es de lograr las mejores condiciones para el comercio. El mar no tiene que ver con las emociones, sino con el vil metal, y en ese norte es hacia donde hay que tomar decisiones.
A las pocas horas, diferentes analistas y expertos ofrecieron alternativas por Perú, la hidrovía Paraguay – Paraná, Puerto Busch y otros tantos. A la fecha, incluso el proyecto del tren bioceánico ha desaparecido de la agenda tras la asunción de la presidencia de Brasil de Jair Bolsonaro.
La balanza comercial sigue en caída libre, y es obligación del Estado encontrar soluciones a los problemas y no reincidir hasta el infinito en un camino ya transitado. Invertir en infraestructura, pensar en proyectos ambiciosos y ejecutarlos sin demoras. El mar es un anhelo en el que Bolivia no se puede estancar, sino todo lo contrario.