Cuidar lo ganado, ¿qué cambiar y qué preservar del modelo?

Es innegable que, con sus luces y sombras, el modelo económico aplicado por el gobierno del MAS en estos casi 14 años, ha permitido una estabilidad singular en la región. Sin nada de revolucionario ni novedoso, ha administrado el capitalismo mejor que sus antecesores. Pero los indicadores ya...

Es innegable que, con sus luces y sombras, el modelo económico aplicado por el gobierno del MAS en estos casi 14 años, ha permitido una estabilidad singular en la región. Sin nada de revolucionario ni novedoso, ha administrado el capitalismo mejor que sus antecesores. Pero los indicadores ya muestran signos de agotamiento.

Cierto que los niveles de deuda pública son manejables y están dentro de los márgenes recomendados por organismos internacionales, y que las reservas internacionales todavía aguantan. Sin embargo, el exponencial crecimiento de la deuda y el sostenido bajón de reservas en los últimos años, con el objetivo de financiar un gasto público que a su vez funcione como locomotora de la economía en un contexto de insuficientes ingresos fiscales, ya está llegando a su límite.

Uno de los principales descuidos del gobierno ha sido no poner en marcha a tiempo un proyecto que sustituya o trascienda realmente la bonanza del gas (léase industrialización), por lo que el endeudamiento es el nuevo combustible del motor económico.

La planta de úrea-amoniaco de Bulo Bulo, que es el único avance industrializador concreto, está lejos de ser esa alternativa anhelada. Las megahidroeléctricas, tan cuestionadas por su impacto socioambiental y su altísimo costo, todavía son sólo proyectos de dudosa rentabilidad y sostenibilidad ambiental y financiera (el gobierno no ha aclarado ninguna de las críticas más allá de la descalificación).

La petroquímica de plásticos sigue siendo una esperanza mezclada con promesa electoral y mucha incertidumbre. La industrialización del litio es tan poco clara como hace diez años, y aunque se ha avanzado en algunas experiencias piloto, el despegue definitivo parece aún lejano y no se han despejado las dudas.

Los únicos avances concretos para buscar un sustituto del gas han sido la expansión del modelo agroindustrial, vía compra estatal de etanol, aumento de la frontera agrícola, la exportación de carne, soya, etc. Una apuesta que le está costando al gobierno su imagen ecologista y algo más, y cuyos resultados concretos en la generación de ingresos fiscales y su sostenibilidad incluso a mediano plazo están en entredicho.

El próximo gobierno, sea del MAS o de cualquier otro partido, tendrá que enfrentar esta coyuntura, y las decisiones de política económica que se asuman van a ser determinantes. Altamente desaconsejable sería, por ejemplo, desnacionalizar los sectores estratégicos, la austeridad ortodoxa y el aumento de la presión tributaria. Para darse cuenta de ello solo basta con mirar al sur de nuestras fronteras.

Quizá la llave pase por garantizar una inversión pública extremadamente eficiente y estratégica. La pregunta es si alguno de todos los candidatos lo hará. El MAS está acostumbrado al despilfarro, y los opositores abrazan sendas más neoliberales. Ambos caminos fluctúan entre la insostenibilidad y el peligro autodestructivo. La clave estará en el arte de navegar por aguas turbulentas con pocos recursos más allá del ingenio, la creatividad y una profunda convicción nacional.

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