El placer de leer
El día nacional de la Lectura en el país pasó como uno más si no fuera por el recuerdo que los escolares hicieron en varias ciudades e instituciones, incluido este medio, que recibió la visita de medio centenar de estudiantes capitaneados por un entusiasta maestro que no tenía dudas en las...
El día nacional de la Lectura en el país pasó como uno más si no fuera por el recuerdo que los escolares hicieron en varias ciudades e instituciones, incluido este medio, que recibió la visita de medio centenar de estudiantes capitaneados por un entusiasta maestro que no tenía dudas en las prioridades de la educación: solo la lectura los hará libres.
En estos tiempos de información digital, redes sociales y juegos multipantallas, en el que parece no haber tiempo para nada, resulta ciertamente esperanzador que entre los más pequeños, haya padres y maestros dedicados a sembrar la semilla de la curiosidad, que es justamente la que después los llevará por el camino de la lectura y el aprendizaje.
La educación vive en la zozobra. A nivel mundial, sus teóricos se concentran en enormes debates sobre cómo aplicar los nuevos avances tecnológicos para un aprendizaje más significativo. Debates muy sustanciados, pero que a menudo acaban llegando a conclusiones cuando los avances tecnológicos ya se han superado a ellos mismos. Vuelta a empezar.
A nivel nacional, los altos cargos de la educación andan también en ese tipo de debates, pero también en otros más mundanos como la propia supervivencia existencial. Y si bien es cierto que la brecha tecnológica entre los maestros afectará más temprano que tarde a los estudiantes, que padecen sus propias desigualdades en la globalidad, todo puede afrontarse si las bases del rigor, la disciplina y la curiosidad están bien asentadas entre los más pequeños.
Los números de lectura en Bolivia no son buenos. La encuesta de Ipsos presentada en junio en el VI Encuentro de Bibliotecarios de la Feria del Libro de Santa Cruz decía que el 48% de los bolivianos no había leído un libro en los últimos doce meses. La sospecha sin embargo es que en realidad, no leían nunca. En 2017 se destacaba que solo 3 de cada cien había leído al menos dos libros.
Los tiempos pasan, las innovaciones se cuelan en todas las casas, pero el placer de leer sigue firme entre aquellos que los sembraron profundamente y lo mimaron a lo largo de su vida
El asunto es serio, aunque tampoco es todavía para flagelarse si creemos que ese otro 52% no miente al decir que ha leído al menos un libro en esos doce meses anteriores. En Europa el promedio calculado por la Unesco es que el 60% lo ha hecho. En Chile y Argentina se lee un promedio de 5,4 y 4,6 libros al año; en Japón dicen que 47, como en Finlandia, donde seis meses al año es de noche.
La encuesta en Bolivia se refiere exclusivamente al eje central, por lo que tal vez pudiéramos inferir que en Tarija, donde aún se puede ir a almorzar a casa al medio día, también haya algo más de tiempo para consumir cultura.
Si por una vez viéramos el dato en positivo en vez de en negativo, y atendiendo a la baja inversión en cultura sostenida por demasiados años, tal vez pudiéramos inferir que estamos a tiempo de hacer algo revolucionario en el país, centrarnos en el objetivo y lograr ponernos a la altura en el consumo de literatura.
Los tiempos pasan, las innovaciones se cuelan en todas las casas, pero el placer de leer sigue firme entre aquellos que los sembraron profundamente y lo mimaron a lo largo de su vida. Muchas puertas se abren en el camino.
En estos tiempos de información digital, redes sociales y juegos multipantallas, en el que parece no haber tiempo para nada, resulta ciertamente esperanzador que entre los más pequeños, haya padres y maestros dedicados a sembrar la semilla de la curiosidad, que es justamente la que después los llevará por el camino de la lectura y el aprendizaje.
La educación vive en la zozobra. A nivel mundial, sus teóricos se concentran en enormes debates sobre cómo aplicar los nuevos avances tecnológicos para un aprendizaje más significativo. Debates muy sustanciados, pero que a menudo acaban llegando a conclusiones cuando los avances tecnológicos ya se han superado a ellos mismos. Vuelta a empezar.
A nivel nacional, los altos cargos de la educación andan también en ese tipo de debates, pero también en otros más mundanos como la propia supervivencia existencial. Y si bien es cierto que la brecha tecnológica entre los maestros afectará más temprano que tarde a los estudiantes, que padecen sus propias desigualdades en la globalidad, todo puede afrontarse si las bases del rigor, la disciplina y la curiosidad están bien asentadas entre los más pequeños.
Los números de lectura en Bolivia no son buenos. La encuesta de Ipsos presentada en junio en el VI Encuentro de Bibliotecarios de la Feria del Libro de Santa Cruz decía que el 48% de los bolivianos no había leído un libro en los últimos doce meses. La sospecha sin embargo es que en realidad, no leían nunca. En 2017 se destacaba que solo 3 de cada cien había leído al menos dos libros.
Los tiempos pasan, las innovaciones se cuelan en todas las casas, pero el placer de leer sigue firme entre aquellos que los sembraron profundamente y lo mimaron a lo largo de su vida
El asunto es serio, aunque tampoco es todavía para flagelarse si creemos que ese otro 52% no miente al decir que ha leído al menos un libro en esos doce meses anteriores. En Europa el promedio calculado por la Unesco es que el 60% lo ha hecho. En Chile y Argentina se lee un promedio de 5,4 y 4,6 libros al año; en Japón dicen que 47, como en Finlandia, donde seis meses al año es de noche.
La encuesta en Bolivia se refiere exclusivamente al eje central, por lo que tal vez pudiéramos inferir que en Tarija, donde aún se puede ir a almorzar a casa al medio día, también haya algo más de tiempo para consumir cultura.
Si por una vez viéramos el dato en positivo en vez de en negativo, y atendiendo a la baja inversión en cultura sostenida por demasiados años, tal vez pudiéramos inferir que estamos a tiempo de hacer algo revolucionario en el país, centrarnos en el objetivo y lograr ponernos a la altura en el consumo de literatura.
Los tiempos pasan, las innovaciones se cuelan en todas las casas, pero el placer de leer sigue firme entre aquellos que los sembraron profundamente y lo mimaron a lo largo de su vida. Muchas puertas se abren en el camino.