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El fútbol y el fracaso de nuestra educación

Parecía que había cierta unanimidad sobre lo malo de nuestro fútbol, pero las miradas se distribuían entre los jugadores – ciertamente muy limitados – y el entrenador; hasta que habló el presidente de la Federación Boliviana de Fútbol. En ese momento no hubo dudas. César Salinas y...

Parecía que había cierta unanimidad sobre lo malo de nuestro fútbol, pero las miradas se distribuían entre los jugadores – ciertamente muy limitados – y el entrenador; hasta que habló el presidente de la Federación Boliviana de Fútbol. En ese momento no hubo dudas. César Salinas y otros parásitos que llevan revoloteando alrededor del único espectáculo que da algo de plata en el país son verdaderamente lo peor de nuestro fútbol.

El fútbol hace tiempo que ha dejado de ser un deporte para convertirse en un espectáculo; en un show, en algo que va mucho más allá de la competencia deportiva y que se mide en términos de raiting y capacidad de convicción. Los millenials andan fascinados con sus influencers. Hasta el alcalde. Pero desde los 90 los futbolistas venden camisetas, cachos y balones en cantidades ingentes. Tal vez no tengan tantos likes. Etcheverry no tenía instagram. Pero el negocio hace tiempo que solidificó.
No vamos a ser campeones de la noche a la mañana; pero desde luego, no hay atajos para lograrlo. No hay magia. No hay receta maravillosa. Hay esfuerzo y trabajo. Y en esto, no hablamos solo de fútbol.
Fundamentalmente por eso, pero también por otras cosas, el debate sobre si los futbolistas de la Verde debían ganar 20.000 o 40.000 dólares por su participación en la gira de amistosos y posteriormente en la Copa América era ante todo un esperpento interesado por aquellos que todavía ganan más sin siquiera ponerse de corto. Evidentemente, no había espíritu para afrontar la competición; tampoco fundamentos futbolísticos. Es de lo más populista llevar el debate de lo que ganan los futbolistas a los medios o las plazas. Ni hay quien lo soporte. Ni siquiera los que llevan ataviada la oficial de Messi o de Cristiano podrían compartir pagarle a un futbolista boliviano esa cantidad, por muy ridícula que suene al lado de las cifras que manejan esos dos citados y que los ganan más o menos en una hora respirando. Por alguna extraña razón, solemos desearnos lo peor entre nosotros mientras aplaudimos las barbaridades de otros.

La cuestión es que Bolivia ha cuajado su peor participación en Copa América en mucho tiempo. Tres derrotas con tres goles en contra en cada uno. Una soberana paliza que sin duda debe analizarse con mucho tino, porque sí, evidentemente en esto del deporte también entra la política.

No se trata de botar al pobre Villegas, que apenas lleva seis meses al frente y cuestionado desde el primer día. Fundamentalmente porque no se ha escondido ni ha puesto paños fríos a la situación. Somos así de malos. Tenemos una liga de cuarta y eso no se arregla de un día para otro.

El exitismo con el que se viene manejando el país en la última década nos está impidiendo realizar cambios de fondo; reconocer errores y redireccionar situaciones para buscar logros en todo sentido. Es evidente que no puede haber buenos futbolistas si nuestra alimentación es precaria, si nuestra inteligencia se incentiva poco, menos nuestra actividad física y sobre todo, dejamos cada vez más en el olvido la exigencia y el esfuerzo para lograr los objetivos y optamos por la vía rápida: la mesa, la trampa.

La Ley de Educación ha fracasado, la Reforma Educativa no está sacando alumnos competitivos en ningún área. En la deportiva se nota más, pero pasa lo mismos en el resto de disciplinas.

Por si faltaba algo, la descomposición moral del Estado, con la corrupción penetrando en todas las esferas, desde las universidades a la policía y el ejército pasando, obviamente, por los Gobiernos, hace el resto.

No vamos a ser campeones de la noche a la mañana; pero desde luego, no hay atajos para lograrlo. No hay magia. No hay receta maravillosa. Hay esfuerzo y trabajo. Y en esto, no hablamos solo de fútbol.

 

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