Asamblea, la decepción de la Autonomía

Más allá del resultado final y la composición de la Directiva para encarar este último año de gestión, la Asamblea Legislativa Departamental constituye en sí misma la mayor decepción de la época autonómica, fundamentalmente por el nulo aporte al desarrollo departamental. En todo este...

Más allá del resultado final y la composición de la Directiva para encarar este último año de gestión, la Asamblea Legislativa Departamental constituye en sí misma la mayor decepción de la época autonómica, fundamentalmente por el nulo aporte al desarrollo departamental.

En todo este tiempo que llega vigente, desde 2010, la Asamblea se ha convertido en un órgano opaco, ensimismado en sus pequeñas peleas de poder; con sus asambleístas atrincherados en sus pequeñas guerras de territorio, y al servicio de los intereses sectoriales.

Esta situación no es nueva. La primera legislatura autonómica 2010 – 2015 tuvo la misma tónica, con algunas excepciones, pero en la legislatura actual se ha acentuado fundamentalmente en las presidencias de William Guerrero y Guillermo Vega, que nunca tuvieron voluntad de comunicar más allá de las propias paredes de la Asamblea.

Después de lo que costó sacar adelante la Autonomía Departamental, la Asamblea debía convertirse en una suerte de referente, una casa común donde poder discutir los temas centrales del departamento y donde poder orientar las políticas del día a día. Pero nada de eso está pasando.
Después de lo que costó sacar adelante la Autonomía, la Asamblea debía convertirse en una casa común donde poder discutir los temas centrales del departamento y donde poder orientar las políticas del día a día.
Es verdad que a pesar de nuestra herencia de cabildos y reclamos de democracia, los regímenes democráticos en estos lares dan mucho peso al ejecutivo, mucho margen de decisión y autonomía. En Bolivia sucede como en cualquier régimen presidencialista. El presidente Evo Morales acude dos veces al año a rendir informe: el 22 de enero y el 6 de agosto. El Gobernador no está obligado salvo a enviar un informe escrito al cabo del año, y en las últimas gestiones su comparecencia pública se ha convertido en la enésima peleíta.

El problema  sustancial no parece tanto estar en el diseño conceptual de la propia Asamblea en el Estatuto, que también, sino que parece tener más que ver con la capacidad, y también voluntad, de aquellos que ostentan los curules.

Como fuere, la confección de la Asamblea necesito de mucho juego de cintura y acabó dando mucho espacio a los territorios y provincias, una decisión acertada y que además hace a la propia idiosincrasia tarijeña, muy vinculada a su tierra por mucho que se migre por necesidad. Suponía pues un espacio para el debate perfectamente equilibrado, que debía haber contribuido a superar aquellas viejas grietas campo – ciudad, muchas veces forzadas por interés, y sin embargo, ha diluido esa responsabilidad.

Para unos la Asamblea es un espacio para poder estar más cerca de Evo Morales, para ganar cuota de pantalla y, sobre todo, para seguir medrando. Muy pocos han asumido la función pública con la vocación de construir un departamento mejor y muy pocos han querido pensar en Tarija por encima de la disciplina de partido.

Una Asamblea Autonómica que cada año requiere de la llegada de un emisario del Gobierno Central – en tiempos era el propio Evo, ahora apenas el representante del coordinador – para definir quién es el Presidente es sin duda una mala señal.

Bolivia ha fracasado como Estado Autonómico al pretender el “café para todos”, pero es necesario no olvidar los motivos que abrieron la vía de la autogestión. No es posible perder el sueño por tener malos dormilones al frente.

 

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