El mar, la desazón y la revolución pendiente

Tal vez fue un perverso juego de palabras que se les ocurrió de vez a la mayoría de editores del eje central. Nos quedamos sin mar, sin el anhelado sabor a sal del agua marina y como una broma pesada aparece en los titulares de medio país. La RAE le atribuye hasta cinco significados a la...

Tal vez fue un perverso juego de palabras que se les ocurrió de vez a la mayoría de editores del eje central. Nos quedamos sin mar, sin el anhelado sabor a sal del agua marina y como una broma pesada aparece en los titulares de medio país.

La RAE le atribuye hasta cinco significados a la desazón. La primera dice que la desazón es un “malestar físico vago”, y es cierto que después de que el juez Yusuf acabar de disparar los argumentos, despedazando uno a uno todos alegatos solicitados por Bolivia, la sensación era de malestar vago, pero cuando dio a conocer el 12-3, la sensación era de una auténtica paliza. La segunda habla del “picazón”, que también se sintió. La tercera habla del “disgusto, pesadumbre e inquietud”, una sensación que sigue entre el común esperando encontrar un método de alivio. La cuarta habla de la “insipidez”, que sí, que también se sintió en el paladar luego de tanta expectativa.

La quinta, sin embargo, habla de “la falta de tempero en las tierras que se cultivan” y ojalá la desazón de la que se habla, hiciera referencia a este aspecto y no al habitual victimismo, la perpetua sensación de orfandad que tan a menudo nos invade, y lo que es peor, nos paraliza.

Si hubiéramos aprendido a perder, en lugar de a lamentarnos por perder, estaríamos evidentemente tocados por la derrota, pero con la conciencia tranquila de haber dado lo máximo y haber jugado un buen partido. En verdad lo fue. Bolivia elaboró una demanda sostenible sobre un argumento, el derecho expectaticio, que no ha convencido a la CIJ, en gran parte, por las implicaciones que podía tener para el resto del mundo una jurisprudencia de ese sentido. Hasta el final del partido, se ha empujado con fe, tal vez con excesiva disciplina ante el temor de ser tachado de antipatriota, y se ha mostrado cierta unidad. La CIJ es la justicia de la ONU y por tanto, la encargada de mantener el orden mundial establecido, idénticamente al Consejo de Seguridad. La diplomacia ha jugado y ha perdido.

No está bien que, ya con estrictos fines electorales y más allá, por la necesidad de sostenerse en vigencia, se elaboren argumentos de conspiración, se cargue contra el árbitro, se diga “no sabía”, “no podía imaginar”, y se pongan paños calientes de todo tipo. Peor que se pretenda ver una victoria en la instancia de diálogo, luego de 140 años de fracasos.

Ojalá este fallo de este 2018 sea el punto de inflexión para esa generación que se manifiesta en redes sociales, y en los micros, y en las aulas de las universidades, y que se muestran cansados del “desazón”, del victimismo y de la derrota. Ojalá esta vez se aprenda que no se trata de chicanas, ni de vender humo, sino de trabajar seriamente por los objetivos, con realidades verificadas. Trabajar en las alternativas no supone olvidar el compromiso constitucional de retornar al mar, sino buscar vías para fortalecerse por todas las vías al alcance.

Desde el fallo, Sergio Almaraz anda en boca de todos. Con el intelectual boliviano ya superamos la Guerra del Chaco: “Perdimos el Chaco y ganamos la revolución (del 52)”. Toca, sin duda, hacer lo propio en este siglo.

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