¿Dónde está la plata del Chaco?

Las autoridades chaqueñas han tardado tres años y medio en asumir que sus cuentas eran imposibles. Nunca posicionaron la idea de crisis. Nunca aceptaron que la plata se había ido entre los dedos. Como mucho, los yacuibeños miraron a Marcial Rengifo, ex ejecutivo seccional, que dio con sus...

Las autoridades chaqueñas han tardado tres años y medio en asumir que sus cuentas eran imposibles. Nunca posicionaron la idea de crisis. Nunca aceptaron que la plata se había ido entre los dedos. Como mucho, los yacuibeños miraron a Marcial Rengifo, ex ejecutivo seccional, que dio con sus huesos en el penal de El Palmar justo después de dejar de ser masista.

Por el Chaco han pasado varios miles de millones de bolivianos. Ni siquiera José Quecaña, la actual Máxima Autoridad Ejecutiva (MAE) de la Autonomía Regional, lo tiene claro, pero son bastantes más de mil millones de dólares. Una cantidad nunca antes vista ni sospechada en una de las provincias más olvidadas por todos los gobiernos que gobernaron Bolivia desde la República.

El Chaco no existía antes de la guerra de principios del siglo pasado, y prácticamente no existió después, a pesar de que ya para entonces se tenía muy claro donde estaban los hidrocarburos del país, aunque desde La Paz no parecían darse cuenta de la relevancia que cobrarían en el desarrollo del país.

El superciclo de las materias primas (2011 – 2014) llegó luego de que se hubiera armado la estructura autonomista, aunque es cierto que esta vino espoleada precisamente por el progresivo incremento de precios que desde el principio del siglo XXI se experimentó en el mundo. Desde finales de la pasada década el Chaco recibe de forma directa el 45 por ciento de las regalías del departamento de Tarija. El porcentaje es equivalente a su extensión y superior al de su población, pues en ese extenso territorio vive aproximadamente el 38 por ciento de la población de Tarija.

¿Dónde está la plata? Es la pregunta recurrente que se hacen los vecinos chaqueños y también aquellos que periódicamente llegan al lugar. Villa Montes ha lavado su cara; Caraparí es el municipio de los megaedificios y Yacuiba… más o menos nada. El Chaco y su capital siguen viviendo a merced de los vaivenes de la frontera, de la caída del peso argentino, de los precios del petróleo, de si sube o no sube pescado y de si llueve o no llueve.

Lo que es evidente es que en la década que está por cerrarse se han licitado muchos millones de bolivianos, pero que lucen poco, o al menos mucho menos de lo que deberían, porque el desarrollo y la autonomía regional no iban de poner lindas las ciudades, sino de encontrar alternativas a la dependencia del gas para poder vivir en el futuro. Pero nada.

Decenas de proyectos se quedaron paralizados tras la caída de los precios del crudo, todos ellos con sus 20% entregados en materia de anticipo. Quienes asumieron en 2015 se cruzaron de brazos a ver qué pasaba, en parte por miedo a comprometer a sus antecesores, en parte porque eran los mismos. Hablaron de cuentas pendientes de Cossío, del IDH que el Gobierno no transfirió. Lo cierto es que a tres años y medio, recién el Chaco ha hecho una evaluación de necesidades y la situación es crítica.

Nadie puede decir exactamente a qué carreteras, electrificaciones, edificios de salud, proyectos productivos, represas y canales de riego se ha ido la mucha plata recibida. Con mucha probabilidad, porque no acabó en esos temas. El Chaco necesita hacer una profunda auditoría a todo lo que ha sucedido en sus dominios antes de acceder a los fideicomisos y mucho más antes de pretender acceder a créditos privados. La MAE del Chaco, José Quecaña, sin hipotecas anteriores, vencedor en las ánforas y sin lealtades oscuras a las que venerar, es la persona idónea para llevarlas a cabo.

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