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El pulso de Bermejo

Bermejo celebra su patrón sumida en una profunda crisis existencial entre lo que quiere ser, lo que puede ser y lo que debería ser. La celebración de Santiago, últimamente muy pasada de excesos, es una catarsis poblacional de los vecinos llegados desde cualquier lugar del país y del mundo y...

Bermejo celebra su patrón sumida en una profunda crisis existencial entre lo que quiere ser, lo que puede ser y lo que debería ser. La celebración de Santiago, últimamente muy pasada de excesos, es una catarsis poblacional de los vecinos llegados desde cualquier lugar del país y del mundo y que ha acabado por convertir a Bermejo en una suerte de capital multicultural donde los códigos de la buena vecindad se imponen a las normas civiles, siempre tan ausentes en las ciudades fronterizas.

Bermejo vive una triple crisis: La crisis argentina, la crisis de la Gobernación y la crisis del azúcar, y con todo, sigue palpitando vigorosa cada fin de semana a orillas del río que le da nombre y donde se toma el pulso de la economía real de este lado del continente.
La crisis Argentina parecía amortizada hace no tanto tiempo. Después de la debacle de 2001, los dos lados de la frontera se habían acostumbrado a un comercio más modesto y a implementar la bidireccionalidad con el lenguaje del contrabando. El peso argentino no era lo que fue, pero el negocio seguía teniendo margen. Con la llegada de Mauricio Macri y su gobierno de CEO, se levantó el cepo al dólar y se permitieron las exportaciones de granos y otros, pero el hundimiento económico ha sido de proporciones magníficas. El peso boliviano se cambia ya en cuatro pesos argentinos y los márgenes de negocio empiezan a difuminarse.

La crisis de la Gobernación ha tenido efecto particular en Bermejo, donde el subgobernador Never Vega resultó ser uno de los más agraciados en la gestión de Lino Condori y por tanto, uno de los que más proyectos grandilocuentes promocionó al amparo de alegres certificaciones de disponibilidad presupuestaria que finalmente se tradujeron en generosos agujeros en la contabilidad pública. Bermejo no ha mutado de piel en los “años buenos”, sigue con problemas de luz, de agua, de saneamiento, con superávit de viviendas sociales donde no eran necesarias y con carencias donde sí. Con una carretera de la Dignidad mutilada al 75 por ciento y canastas llenas con productos de la banda. Los trabajadores municipales y de la Gobernación desconocen términos como la estabilidad laboral o el día fijo de cobro y esta dinámica ha acabado por sofocar a muchas familias que veían en ese espacio la posibilidad de garantizarse un futuro mejor y más estable que con el negocio diario.

La crisis del azúcar, pese a que este año parece haberse sorteado, ha castigado la ciudad tras años de zafra fallida o mediocre. En la tensa pax romana que parece haberse firmado este año entre industriales, cañeros, zafreros e incluso buena parte de los trabajadores del ingenio con sueldos y beneficios atrasadísimos subyace la certeza de que queda poca soga y que cualquier error se puede pagar caro, sea por la pérdida definitiva de mercados ante el avance de los ingenios cruceños o sea ante la posibilidad de intervención del ingenio con todos los riesgos que reporta.

Con todo, Bermejo sigue teniendo pulso de ciudad viva y en transformación, donde aquel que se esfuerza sí puede encontrar posibilidades de forma honesta. El riesgo viene cuando estas puertas se cierran y la frontera acaba convirtiéndose en una escombrera donde nadie se atreve a meter las narices.

Es necesario entonces que las autoridades no levanten las manos y aprovechen el impulso positivo que palpita en Bermejo para convertirlo en potencia; sea por el turismo del Cajón, sea por la procesadora de cítricos, sea por su retorno al petróleo, sea por su ejemplaridad comercial. Por donde sea, pero con unión y convicción.

Destacado.- Bermejo sigue teniendo pulso de ciudad viva y en transformación, donde aquel que se esfuerza sí puede encontrar posibilidades de forma honesta. El riesgo viene cuando estas puertas se cierran y la frontera acaba convirtiéndose en una escombrera.

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