Autonomía, un proyecto inconcluso

Han pasado diez años desde que los tarijeños salieron masivamente a votar en referéndum el texto del Estatuto Autonómico. Un 79 por ciento de los votantes los respaldaron y aunque es verdad que buena parte del padrón no acudió a la cita, fue una victoria política de dimensiones...

Han pasado diez años desde que los tarijeños salieron masivamente a votar en referéndum el texto del Estatuto Autonómico. Un 79 por ciento de los votantes los respaldaron y aunque es verdad que buena parte del padrón no acudió a la cita, fue una victoria política de dimensiones importantes, pues el proceso se convirtió en irreversible.

Unos meses después, no sin librar otro buen número de batallas, la Autonomía se incluyó en el texto de la Constitución Política del Estado a desgana, sin la convicción necesaria y son compartir la visión. Todos quienes siguieron el proceso más o menos de cerca lo sabían, pero era sin duda un logro político de primer orden y, en función de la gestión política, podía convertirse en lo que de verdad se pretendía: un instrumento para resolver los problemas de la gente. Es verdad que para otros, la pretensión de autonomía escondía un deseo de separatismo activo, de la negación de Bolivia en Tarija que, como se ha demostrado recurrentemente en las ánforas después de entonces, la mayoría de los tarijeños no quería ni quiere.

La autonomía quedó definitivamente frustrada con la promulgación de la Ley Marco de Autonomías, un documento fúnebre pensado al detalle para impedir cualquier forma de desarrollo endógeno de las regiones no subordinado al poder del Gobierno Central, fuera del color que fuera. Las autoridades de hoy explican gráficamente que hasta para comprar una lapicera hay que pedir permiso a La Paz y ciertamente no está lejos de la realidad. Hay quien se plantea si no se podría haber alcanzado un desarrollo más armónico a partir de la Ley de Descentralización anterior.

La Ley Marco contenía además artículos siniestros a todas luces fuera del ordenamiento legal, pues permitía la suspensión de autoridades a simple acusación Fiscal, como es sabido, herramienta coercitiva de cualquier Gobierno de turno. Los artículos fueron evidentemente retirados por el Tribunal Constitucional del ordenamiento jurídico, pero para entonces ya había hecho efectos desplazando al Gobernador Mario Cossío, que huyó al Paraguay donde recibió refugio y facilitando el interinato del masista Lino Condori, al que no se le movió un pelo en los cuatro años.

Como fuere, los anhelos del pasado no solucionarán los desafíos del presente y el futuro, que no son pocos. La Autonomía Departamental que refrendó el pueblo de Tarija tiene numerosas falencias en su concepción que, utilizadas convenientemente por aquellos que no la querían, han logrado desfigurar el marco de juego trazado. El modelo de 11 subgobernadores ha cuarteado el presupuesto y dilapidado la mejor racha de ingresos de la historia de Tarija; la ambición de alcaldes y otros sectores también ha amenazado la cohesión y el principio de igualdad de los tarijeños. Una Asamblea que no refleja la realidad departamental ni sus equilibrios puede desfigurar el objetivo. Los cálculos políticos pueden dinamitar la coordinación con la Región Autónoma del Chaco, magnífica solución para conflicto eterno que no puede desarrollarse por ambiciones mezquinas…

El propio Estatuto fue promulgado un día sin más, en un acto mediocre, en medio de una campaña electoral y ni hoy se ha considerado instaurar un Día Feriado Cívico que sirva para reflexionar sus dimensiones y desafíos.

La autonomía es la mejor forma de administrar los recursos y los sueños, de enfrentar los desafíos. Es necesario que todas las fuerzas políticas y agentes sociales se conciencien de ello y contribuyan a que así sea, lo contrario es volver a los días de oscuridad y centralismo secante cuyas consecuencias aún se padecen.

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