Del libro: RECUERDOS DE MI TIERRA de Tomás O’Connor. 1917
El Aguacero



Después de un día de calor que asfixia,
al caer de la tarde, el claro cielo
cubren oscuras nubes y a lo lejos
se escucha el sordo retumbar del trueno.
Luego cruza un relámpago el espacio
y sopla del Sudeste el fuerte viento,
y de las negras nubes tempestuosas
se va la recia lluvia desprendiendo.
Cantan las chulupías, las bandadas
de golondrinas buscan los aleros
de las casas y en ellos se refugian
hasta que pasa el rápido aguacero.
Se oye el ronco bramar de la tormenta,
cae el granizo con furor intenso,
quedan desnudos de hojas, destrozados
los árboles y flores de los huertos.
Las calles en arroyos se convierten,
se oye del rayo el estampido horrendo,
y del Guadalquivir el formidable
rumor; pues crece el río en un momento,
y arrastra en su corriente, árboles, piedras,
lo que encuentra a su paso, y va creciendo
tanto que ya dos cuadras tiene de ancho
y hasta amenaza penetrar al pueblo.
Del Paraná es entonces fiel trasunto
nuestro Guadalquivir; solemne, bello,
con sus verdes riberas adornadas
de flores, de gramíneas y de helechos.
Se siente el grato olor de los cedrones,
de las chilcas, los chuiquis y el romero
y la húmeda tierra, que en sus alas
después de la tormenta lleva el viento.
Pasó la tempestad! Y el arcoíris
cruza la azul inmensidad del cielo,
ostentando en la atmósfera ya limpia
los de nuestro pendón colores bellos.