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Del Libro: Motivos Campestres, Tarija. 1960

Duelo de brujos (A Oscar Sossa Aparicio)

Es la hora crepuscular

Cántaro
  • Nivardo Aguirre Lema
  • 29/05/2022 00:00
Duelo de brujos   (A Oscar Sossa Aparicio)
Portada Motivos Campestres Foto: Nivardo Aguirre Lema
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Es la hora crepuscular

En que las sombras del monte

Van estrechando el confín

De aquel lejano horizonte.

 

Es la hora en que en la campiña

El ave detiene el vuelo,

Y ya la noche se viene

A extender su negro velo.

 

Es hora en que las ranas

Que salen del arroyuelo,

Pasan a la digestión

De algún travieso mochuelo.

 

Es la hora en que las vacas

Con su mugir lastimero,

Celosas guardan los palos

Que encierran a su ternero.

 

Y en esta hora la gente,

Después de dura jornada,

Descansa tranquilamente

Bajo de alguna enramada.

 

Y al finalizar el día

En esta postrer belleza,

Al campo brinda perfume

La madre naturaleza.

 

Y cubiertas por un bosque

De palmeras y quebrachos,

Se vislumbran las siluetas

De las cabañas y ranchos.

 

En una de estas cabañas

Rodean el fuego los peones

Y frente a un yambuy de chicha

Comentan sus impresiones.

 

Hace muy poco que un brujo,

Venido de otras regiones;

Tiene a la gente confusa

Con raras exhibiciones.

 

Muchos misterios se cuentan

Sobre su arte y maleficio;

La superstición aumenta

Los misterios de su oficio

 

Uno cuenta que lo vio

Convertir el agua en vino,

Y sacar un maleficio

De casa del Celestino.

Otro dice que sus ojos

Son de mirar tan potente,

Que hacen dormir a los gatos

Con mirarlos solamente.

 

Y dicen que el otro brujo

Que es propio de este lugar

Ha puesto muchos «mal hechos»

Que él va a tener que alejar.

 

Al otro nadie lo mira,

Ahora saben que es mulero

Y por eso lo llamaron

A esta casa al forastero.

 

A las once de la noche

Se espera allá su llegada;

En uno de aquellos cuartos,

La mesa está preparada.

 

La enferma es doña Asunción,

Con tan extraña dolencia

Que ya resistió la cura,

De un brujo de mucha ciencia.

 

A las once de la noche,

Han sentido ya el tropel;

Llegó el brujo con los peones

A casa de don Miguel.

 

La gente rodea el caballo,

Formando mudo cortejo

Y ayudan a desmontar

Aquel descarnado viejo.

 

También sale don Miguel,

A la gentil recepción

Y todos en esta casa

Se hallan en activa acción.

 

Flaco, desgarbado el viejo,

De pómulos muy salientes,

Con su nariz aguileña,

Pequeños y sucios dientes.

 

Saluda al dueño de casa,

Agradece su atención

Y a ver a la enferma pasa

Sin mayor introducción.

 

La contempla silencioso.

Hace el toque de rigor

Y dice ceremonioso:

Hay que espantar el dolor.

 

La enfermedad ha avanzado,

Mejor es hablar derecho;

Estoy viendo claramente

Que hay que sacar un «mal hecho»

 

Toma una bolsa de cuero

Y saca una calavera;

Que pone junto a la enferma.

Próxima a la cabecera.

 

Con un enorme cuchillo,

Da vueltas la habitación;

Haciendo pases extraños

Y rezando su oración.

 

Sobre el mantel de la mesa

Ha desparramado coca

Que mira muy fijamente

Siempre moviendo la boca.

 

Luego pide que lo dejen

En completa soledad;

Apaga todas las luces

Recorre en la oscuridad;

 

Al fin, dice a los presentes:

El diablo en todo se mete;

Tengo que volver el viernes,

Hay que sacar «el paquete».

 

Aquí la cosa es muy clara,

Han colocado un «mal hecho»,

Debo traer ciertos objetos

Para descubrir el trecho

 

Entre tanto que la enferma

Se cambie de cabecera;

Ya el mal está detenido,

Mi poder nadie supera.

 

La gente mira asombrada

Todo su raro manejo

Admirando tanta ciencia

Que les demuestra aquel viejo.

 

Saca de la bolsa aquella,

Unos polvos de color;

Esto tres veces al día

Le vá a calmar el dolor.

 

Que se levante la enferma,

Procurando andar con tino;

Hay que friccionarle el cuerpo

Con la grasa del zorrino.

 

Para el viernes tienen listo,

La media noche pasada,

Alocema, copajampis,

Un poco de nuez moscada.

 

Cuti, ciguayros, maíz blanco,

La limpia aquí, es muy urgente;

Pues ya les dije, no hay cura,

Si no hallamos «El paquete»

 

Y después de varios tragos,

Que nunca olvida aquel viejo;

Se retira lentamente

Al tranco de su azulejo.

 

Y cuando ya no se sienten

Los pasos de su caballo,

Nuevamente se repite

En el rancho el comentario.

 

Por extraño sortilegio

La enferma va mejorando,

Le sentó bien el esfuerzo

Y se la vé caminando.

 

Y es tan grande el alboroto

Provocado por la gente,

Que ya saben en el pueblo

El cura y el intendente.

 

El cura expresó muy serio:

Este es un sujeto malo,

No crean en sus brujerías

Y deben echarlo a palo.

 

El intendente es un hombre

De muy escasa expresión;

Pero todos lo conocen

Muy enérgico en la acción.

 

Y ya dijo: que yo agarre

A ese grandísimo pillo,

Lo meto en un calabozo

Y allá le paso el cepillo.

 

El viernes a media noche

Con todito el ingrediente;

Nuevamente don Miguel,

Espera con mucha gente.

 

Pasada la media noche

Se siente llegar al viejo

Salen todos a alcanzarlo,

Le agarran el azulejo,

 

Don Miguel agradecido

Lo ha colmado de atenciones;

Y pronto empieza de nuevo

Con sus raras oraciones.

 

Hace moler los menjunjes

Agregándole un ungüento

Y ordena que se los pongan

Calentando a fuego lento.

 

Le pasan una botella,

Que por poco deja seca;

Necesito gran coraje

Para encontrar «la muñeca».

 

Después se va de inmediato

Al cuarto de la doliente;

La palpa de arriba, abajo,

La examina muy consiente.

 

Sacando la calavera,

La ilumina por adentro,

Y la coloca en el cuarto

Buscando ubicarla al centro.

 

Luego pela su cuchillo

Y empieza a tocar las cosas;

Como esperando un aviso

De las fuerzas misteriosas.

 

Después de algunos momentos

De mantenerse parado;

Se dirige en línea recta

A un punto determinado.

 

Y todos ven con horror

Que de un oscuro rincón,

Ha levantado un paquete

Con la punta del facón.

 

Lo muestra a los concurrentes

Con una espantosa mueca,

Diciendo muy orgulloso

Ya tenemos la «muñeca».

 

Abren el sucio paquete,

Lleno de cosas extrañas,

Calaveras de reptiles

Y toda clase de arañas.

 

Una muñeca de lana,

Con una espina en el pecho;

Brillan los ojos del viejo

Aquí tienen el «mal hecho».

 

Hay que quemar estas cosas,

Pásenme aquella botella;

De esta muñeca maldita

No debe quedar ni huella.

 

Empapa con gasolina

Todo su asqueroso hallazgo,

Y vuelve otra vez al trago

Hasta dejar seco el casco.

 

Y mientras arden las cosas

Se oye su sonora risa

Luego baila muy contento

Y pisotea la ceniza.

 

Ahora el mal está alejado

Y podemos festejar

Todos tomen un buen trago

Pues me tienen que igualar.

 

Ya debe estar en su punto

Aquella pasta infernal

Para que hagamos la limpia

Y ahuyentar del todo el mal.

 

Examina muy prolijo,

Aquel misterioso ungüento;

Y ordena que la descubran

A la enferma en el momento.

 

Después de hacerle una cruz,

Con el cuchillo al revés,

Frota el cuerpo de la enferma,

Empezando por los pies.

 

Con harina de maíz blanco,

Vuelve a pasar por la untura;

Y le dice a don Miguel,

Ha terminado la cura.

 

Después de cobrar el Viejo

Más de una vaca con cría,

Se retira muy contento

Ya casi aclarando el día.

 

La enferma no se mejora,

Sigue en la misma dolencia;

Cuando consultan al viejo,

Les dice: tengan paciencia.

 

Los males entran al cuerpo,

Violentos como un torrente

Y cuando hay que retirarlos

Van saliendo lentamente.

 

En el lugar se aproxima

Una feria muy sonada

Está loca de entusiasmo

Todita la muchachada.

 

Van alistando caballos

Por si se arma una carrera;

Las mujeres todas tienen

Una flamante pollera.

 

Aros, collares, sortija,

Bordada y vistosa manta;

Y también sus lindas sillas

Con iniciales de plata.

 

Para la chicha cahuí

Se ha recogido el mistol,

Y se preparan también

Muchas bebidas de alcohol.

 

Y los viejos hacendados,

También se alistan al caso;

Pues no se pierden por nada

El churrasco a campo raso.

 

El Domingo en la mañana,

Se ve andar la muchachada,

Limpiando bien la tablada

Y haciendo canchas de taba.

 

La feria empieza esa tarde

Y muy temprano la acción;

Pues para poner sus toldos

Se pelean la ubicación.

 

A las cuatro de la tardé

Es completa la reunión,

Toda la gente del pago

Ha encontrado diversión.

 

Unos varean sus caballos

Aguaitando una carrera;

Con la secreta esperanza

De reforzar la cartera.

 

Otros juegan a la taba

Y muchos de los presentes

Toman la chicha cahuí

Mostrándose indiferentes.

 

Algunos rodean el fuego

Donde asan, a su manera,

El churrasco que rocían

poco a poco con salmuera.

 

Las muchachas se pasean,

Engalanadas con flores,

Luciendo muy orgullosas

Sus prendas multicolores.

 

Y allá lejos descansando

Bajo las enormes jarcas,

Relinchan algunos potros

Al paso de las potrancas.

 

Los brujos también se hallan

En aquel gran festival,

Y se esquivan recelosos

Como temiendo su mal.

 

El del lugar es más bajo,

Más joven y algo rechoncho,

Y camina lentamente

Envuelto en su enorme poncho

 

Mira al otro con rencor

Pues, ha llegado a saber,

Que el forastero lo abaja

Para ensalzar su poder

 

Ya cerca de la oración,

Se retira mucha gente,

Y aparecen las mujeres

Con sus ollas de caliente.

 

Se han suspendido los juegos

Y alentando los festines;

Se lucen los trovadores

Con charangos y violines.

 

Los brujos están borrachos

Y se lo ve al forastero,

Llevando siempre consigo

Aquella bolsa de cuero.

 

Se encontraron casualmente

Y al ver al otro el más bajo;

Con los ojos que llamean

Le lanza un escupitajo

 

Y le dice con rencor

Yo te enseñaré cochino,

A andarme desprestigiando

Para darte de adivino.

 

¿Quién no conoce tus mañas?

Te he visto andar en las trancas

Con tu punzón en la mano

Cazando las apazancas.

 

Pones vos mismo el «paquete»

Y te resulta sencillo

Sacarlo al amanecer

En la punta del cuchillo.

 

Agradécele al demonio,

Alimaña del pantano;

No te «ruempo» el acullico

Por no ensuciarme la mano,

 

Contesta el otro furioso,

Que si mi poder no es nada,

Yo te desafío piojoso

A una legal embrujada.

 

A mi tu mal no me llega,

Conozco tus tretas viejas;

Si no, no puedes embrujarme

Te cortaré las orejas.,

 

Y se concierta al momento,

Aquella contienda rara,

Se colocan los dos brujos

Frente a frente, cara a cara.

 

Ponen al centro la coca,

Dividida en dos porciones;

Moviendo activos la boca

Y echándose maldiciones.

 

La gente ha tomado a broma

Este duelo singular

Y ninguno se imagina,

Cómo puede terminar

 

No obstante la poca luz

Alguien vio que el forastero,

Metía la mano a descuido

en su bolsita de cuero.

 

Pasa muy lento la mano

Por la coca que el otro alza,

Pero ninguno ve en esto,

Que aquí la malicia calza.

 

Esta excepcional contienda

Se prolonga unos minutos,

Sin que haya otra alternativa

Que sus terribles insultos.

 

Más de pronto al del lugar

Se lo ve palidecer

Y una convulsión horrible

Sacude todo su ser.

 

El otro nota al instante

Y lanza una carcajada;

Manifestando triunfante

«Ya sintió la puñalada»

 

Nuevamente se repiten,

Las terribles convulsiones

Y una mueca de dolor

Desfigura sus facciones

.

La gente se halla asombrada

Pues no llega a comprender.

De este miserable viejo

Su diabólico poder.

 

Sintiéndose mal el hombre,

Con esfuerzo sobrehumano;

Quiere terminar la lid

Y a su cuchillo echa mano.

 

Pero es demasiado tarde,

La vista se le oscurece

Y se rinde ante el dolor

Que su organismo padece.

 

Con aquel violento esfuerzo

Termina su resistencia

Y se desploma en el suelo

En absoluta inconciencia.

 

Rompe el silencio la risa

De su feroz contrincante,

Que a favor del desconcierto

Se retira muy triunfante.

 

No se atreve a detenerlo

La supersticiosa gente;

Y a la población manda

A dar parte al Intendente.

 

Al día siguiente temprano,

Fue capturado aquel viejo;

Que ya alistaba el morral

Para cargar su azulejo.

 

Se lo llevaron al trote

Y aun en la población,

No quiso explicar el caso

Con tremenda obstinación.

 

Manifestando taimado,

Llamado a declaración,

Que el otro brujo cayó

Con solo su maldición

 

El intendente ordenó,

Que lo friccionen sin pena;

Y cuando soltó la lengua

Se expresó de esta manera:

 

Yo temía a mi contrincante,

Era bravo aquel maldito;

Y para salvar el cuero

Lo hice tragar el polvito.

 

Cuando pasaba la mano,

Para maldecir su coca;

Le iba largando el veneno

Que el otro metía a la boca.

 

Y ya en la cárcel el brujo,

Frente a su ciencia en derrota,

Se ha decidido al trabajo

Y hace una excelente ojota.

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