Del Libro: Motivos Campestres, Tarija. 1960
Duelo de brujos (A Oscar Sossa Aparicio)
Es la hora crepuscular



Es la hora crepuscular
En que las sombras del monte
Van estrechando el confín
De aquel lejano horizonte.
Es la hora en que en la campiña
El ave detiene el vuelo,
Y ya la noche se viene
A extender su negro velo.
Es hora en que las ranas
Que salen del arroyuelo,
Pasan a la digestión
De algún travieso mochuelo.
Es la hora en que las vacas
Con su mugir lastimero,
Celosas guardan los palos
Que encierran a su ternero.
Y en esta hora la gente,
Después de dura jornada,
Descansa tranquilamente
Bajo de alguna enramada.
Y al finalizar el día
En esta postrer belleza,
Al campo brinda perfume
La madre naturaleza.
Y cubiertas por un bosque
De palmeras y quebrachos,
Se vislumbran las siluetas
De las cabañas y ranchos.
En una de estas cabañas
Rodean el fuego los peones
Y frente a un yambuy de chicha
Comentan sus impresiones.
Hace muy poco que un brujo,
Venido de otras regiones;
Tiene a la gente confusa
Con raras exhibiciones.
Muchos misterios se cuentan
Sobre su arte y maleficio;
La superstición aumenta
Los misterios de su oficio
Uno cuenta que lo vio
Convertir el agua en vino,
Y sacar un maleficio
De casa del Celestino.
Otro dice que sus ojos
Son de mirar tan potente,
Que hacen dormir a los gatos
Con mirarlos solamente.
Y dicen que el otro brujo
Que es propio de este lugar
Ha puesto muchos «mal hechos»
Que él va a tener que alejar.
Al otro nadie lo mira,
Ahora saben que es mulero
Y por eso lo llamaron
A esta casa al forastero.
A las once de la noche
Se espera allá su llegada;
En uno de aquellos cuartos,
La mesa está preparada.
La enferma es doña Asunción,
Con tan extraña dolencia
Que ya resistió la cura,
De un brujo de mucha ciencia.
A las once de la noche,
Han sentido ya el tropel;
Llegó el brujo con los peones
A casa de don Miguel.
La gente rodea el caballo,
Formando mudo cortejo
Y ayudan a desmontar
Aquel descarnado viejo.
También sale don Miguel,
A la gentil recepción
Y todos en esta casa
Se hallan en activa acción.
Flaco, desgarbado el viejo,
De pómulos muy salientes,
Con su nariz aguileña,
Pequeños y sucios dientes.
Saluda al dueño de casa,
Agradece su atención
Y a ver a la enferma pasa
Sin mayor introducción.
La contempla silencioso.
Hace el toque de rigor
Y dice ceremonioso:
Hay que espantar el dolor.
La enfermedad ha avanzado,
Mejor es hablar derecho;
Estoy viendo claramente
Que hay que sacar un «mal hecho»
Toma una bolsa de cuero
Y saca una calavera;
Que pone junto a la enferma.
Próxima a la cabecera.
Con un enorme cuchillo,
Da vueltas la habitación;
Haciendo pases extraños
Y rezando su oración.
Sobre el mantel de la mesa
Ha desparramado coca
Que mira muy fijamente
Siempre moviendo la boca.
Luego pide que lo dejen
En completa soledad;
Apaga todas las luces
Recorre en la oscuridad;
Al fin, dice a los presentes:
El diablo en todo se mete;
Tengo que volver el viernes,
Hay que sacar «el paquete».
Aquí la cosa es muy clara,
Han colocado un «mal hecho»,
Debo traer ciertos objetos
Para descubrir el trecho
Entre tanto que la enferma
Se cambie de cabecera;
Ya el mal está detenido,
Mi poder nadie supera.
La gente mira asombrada
Todo su raro manejo
Admirando tanta ciencia
Que les demuestra aquel viejo.
Saca de la bolsa aquella,
Unos polvos de color;
Esto tres veces al día
Le vá a calmar el dolor.
Que se levante la enferma,
Procurando andar con tino;
Hay que friccionarle el cuerpo
Con la grasa del zorrino.
Para el viernes tienen listo,
La media noche pasada,
Alocema, copajampis,
Un poco de nuez moscada.
Cuti, ciguayros, maíz blanco,
La limpia aquí, es muy urgente;
Pues ya les dije, no hay cura,
Si no hallamos «El paquete»
Y después de varios tragos,
Que nunca olvida aquel viejo;
Se retira lentamente
Al tranco de su azulejo.
Y cuando ya no se sienten
Los pasos de su caballo,
Nuevamente se repite
En el rancho el comentario.
Por extraño sortilegio
La enferma va mejorando,
Le sentó bien el esfuerzo
Y se la vé caminando.
Y es tan grande el alboroto
Provocado por la gente,
Que ya saben en el pueblo
El cura y el intendente.
El cura expresó muy serio:
Este es un sujeto malo,
No crean en sus brujerías
Y deben echarlo a palo.
El intendente es un hombre
De muy escasa expresión;
Pero todos lo conocen
Muy enérgico en la acción.
Y ya dijo: que yo agarre
A ese grandísimo pillo,
Lo meto en un calabozo
Y allá le paso el cepillo.
El viernes a media noche
Con todito el ingrediente;
Nuevamente don Miguel,
Espera con mucha gente.
Pasada la media noche
Se siente llegar al viejo
Salen todos a alcanzarlo,
Le agarran el azulejo,
Don Miguel agradecido
Lo ha colmado de atenciones;
Y pronto empieza de nuevo
Con sus raras oraciones.
Hace moler los menjunjes
Agregándole un ungüento
Y ordena que se los pongan
Calentando a fuego lento.
Le pasan una botella,
Que por poco deja seca;
Necesito gran coraje
Para encontrar «la muñeca».
Después se va de inmediato
Al cuarto de la doliente;
La palpa de arriba, abajo,
La examina muy consiente.
Sacando la calavera,
La ilumina por adentro,
Y la coloca en el cuarto
Buscando ubicarla al centro.
Luego pela su cuchillo
Y empieza a tocar las cosas;
Como esperando un aviso
De las fuerzas misteriosas.
Después de algunos momentos
De mantenerse parado;
Se dirige en línea recta
A un punto determinado.
Y todos ven con horror
Que de un oscuro rincón,
Ha levantado un paquete
Con la punta del facón.
Lo muestra a los concurrentes
Con una espantosa mueca,
Diciendo muy orgulloso
Ya tenemos la «muñeca».
Abren el sucio paquete,
Lleno de cosas extrañas,
Calaveras de reptiles
Y toda clase de arañas.
Una muñeca de lana,
Con una espina en el pecho;
Brillan los ojos del viejo
Aquí tienen el «mal hecho».
Hay que quemar estas cosas,
Pásenme aquella botella;
De esta muñeca maldita
No debe quedar ni huella.
Empapa con gasolina
Todo su asqueroso hallazgo,
Y vuelve otra vez al trago
Hasta dejar seco el casco.
Y mientras arden las cosas
Se oye su sonora risa
Luego baila muy contento
Y pisotea la ceniza.
Ahora el mal está alejado
Y podemos festejar
Todos tomen un buen trago
Pues me tienen que igualar.
Ya debe estar en su punto
Aquella pasta infernal
Para que hagamos la limpia
Y ahuyentar del todo el mal.
Examina muy prolijo,
Aquel misterioso ungüento;
Y ordena que la descubran
A la enferma en el momento.
Después de hacerle una cruz,
Con el cuchillo al revés,
Frota el cuerpo de la enferma,
Empezando por los pies.
Con harina de maíz blanco,
Vuelve a pasar por la untura;
Y le dice a don Miguel,
Ha terminado la cura.
Después de cobrar el Viejo
Más de una vaca con cría,
Se retira muy contento
Ya casi aclarando el día.
La enferma no se mejora,
Sigue en la misma dolencia;
Cuando consultan al viejo,
Les dice: tengan paciencia.
Los males entran al cuerpo,
Violentos como un torrente
Y cuando hay que retirarlos
Van saliendo lentamente.
En el lugar se aproxima
Una feria muy sonada
Está loca de entusiasmo
Todita la muchachada.
Van alistando caballos
Por si se arma una carrera;
Las mujeres todas tienen
Una flamante pollera.
Aros, collares, sortija,
Bordada y vistosa manta;
Y también sus lindas sillas
Con iniciales de plata.
Para la chicha cahuí
Se ha recogido el mistol,
Y se preparan también
Muchas bebidas de alcohol.
Y los viejos hacendados,
También se alistan al caso;
Pues no se pierden por nada
El churrasco a campo raso.
El Domingo en la mañana,
Se ve andar la muchachada,
Limpiando bien la tablada
Y haciendo canchas de taba.
La feria empieza esa tarde
Y muy temprano la acción;
Pues para poner sus toldos
Se pelean la ubicación.
A las cuatro de la tardé
Es completa la reunión,
Toda la gente del pago
Ha encontrado diversión.
Unos varean sus caballos
Aguaitando una carrera;
Con la secreta esperanza
De reforzar la cartera.
Otros juegan a la taba
Y muchos de los presentes
Toman la chicha cahuí
Mostrándose indiferentes.
Algunos rodean el fuego
Donde asan, a su manera,
El churrasco que rocían
poco a poco con salmuera.
Las muchachas se pasean,
Engalanadas con flores,
Luciendo muy orgullosas
Sus prendas multicolores.
Y allá lejos descansando
Bajo las enormes jarcas,
Relinchan algunos potros
Al paso de las potrancas.
Los brujos también se hallan
En aquel gran festival,
Y se esquivan recelosos
Como temiendo su mal.
El del lugar es más bajo,
Más joven y algo rechoncho,
Y camina lentamente
Envuelto en su enorme poncho
Mira al otro con rencor
Pues, ha llegado a saber,
Que el forastero lo abaja
Para ensalzar su poder
Ya cerca de la oración,
Se retira mucha gente,
Y aparecen las mujeres
Con sus ollas de caliente.
Se han suspendido los juegos
Y alentando los festines;
Se lucen los trovadores
Con charangos y violines.
Los brujos están borrachos
Y se lo ve al forastero,
Llevando siempre consigo
Aquella bolsa de cuero.
Se encontraron casualmente
Y al ver al otro el más bajo;
Con los ojos que llamean
Le lanza un escupitajo
Y le dice con rencor
Yo te enseñaré cochino,
A andarme desprestigiando
Para darte de adivino.
¿Quién no conoce tus mañas?
Te he visto andar en las trancas
Con tu punzón en la mano
Cazando las apazancas.
Pones vos mismo el «paquete»
Y te resulta sencillo
Sacarlo al amanecer
En la punta del cuchillo.
Agradécele al demonio,
Alimaña del pantano;
No te «ruempo» el acullico
Por no ensuciarme la mano,
Contesta el otro furioso,
Que si mi poder no es nada,
Yo te desafío piojoso
A una legal embrujada.
A mi tu mal no me llega,
Conozco tus tretas viejas;
Si no, no puedes embrujarme
Te cortaré las orejas.,
Y se concierta al momento,
Aquella contienda rara,
Se colocan los dos brujos
Frente a frente, cara a cara.
Ponen al centro la coca,
Dividida en dos porciones;
Moviendo activos la boca
Y echándose maldiciones.
La gente ha tomado a broma
Este duelo singular
Y ninguno se imagina,
Cómo puede terminar
No obstante la poca luz
Alguien vio que el forastero,
Metía la mano a descuido
en su bolsita de cuero.
Pasa muy lento la mano
Por la coca que el otro alza,
Pero ninguno ve en esto,
Que aquí la malicia calza.
Esta excepcional contienda
Se prolonga unos minutos,
Sin que haya otra alternativa
Que sus terribles insultos.
Más de pronto al del lugar
Se lo ve palidecer
Y una convulsión horrible
Sacude todo su ser.
El otro nota al instante
Y lanza una carcajada;
Manifestando triunfante
«Ya sintió la puñalada»
Nuevamente se repiten,
Las terribles convulsiones
Y una mueca de dolor
Desfigura sus facciones
.
La gente se halla asombrada
Pues no llega a comprender.
De este miserable viejo
Su diabólico poder.
Sintiéndose mal el hombre,
Con esfuerzo sobrehumano;
Quiere terminar la lid
Y a su cuchillo echa mano.
Pero es demasiado tarde,
La vista se le oscurece
Y se rinde ante el dolor
Que su organismo padece.
Con aquel violento esfuerzo
Termina su resistencia
Y se desploma en el suelo
En absoluta inconciencia.
Rompe el silencio la risa
De su feroz contrincante,
Que a favor del desconcierto
Se retira muy triunfante.
No se atreve a detenerlo
La supersticiosa gente;
Y a la población manda
A dar parte al Intendente.
Al día siguiente temprano,
Fue capturado aquel viejo;
Que ya alistaba el morral
Para cargar su azulejo.
Se lo llevaron al trote
Y aun en la población,
No quiso explicar el caso
Con tremenda obstinación.
Manifestando taimado,
Llamado a declaración,
Que el otro brujo cayó
Con solo su maldición
El intendente ordenó,
Que lo friccionen sin pena;
Y cuando soltó la lengua
Se expresó de esta manera:
Yo temía a mi contrincante,
Era bravo aquel maldito;
Y para salvar el cuero
Lo hice tragar el polvito.
Cuando pasaba la mano,
Para maldecir su coca;
Le iba largando el veneno
Que el otro metía a la boca.
Y ya en la cárcel el brujo,
Frente a su ciencia en derrota,
Se ha decidido al trabajo
Y hace una excelente ojota.