Capítulo XXIII La invasión Argentina de 1838 a Tarija. Iruya y Montenegro. La contribución de la confederación. El Chaco y sus etnias. (Primera parte)
Juan Manuel de Rosas, a quien algunos historiadores de la Argentina consideran un límpido y acérrimo nacionalista, sobre todo por su supuestamente férrea actitud ante ciertos intentos franceses de bloquear el Río de la Plata, y por su contención a los unitarios sostenidos por los embates...



Juan Manuel de Rosas, a quien algunos historiadores de la Argentina consideran un límpido y acérrimo nacionalista, sobre todo por su supuestamente férrea actitud ante ciertos intentos franceses de bloquear el Río de la Plata, y por su contención a los unitarios sostenidos por los embates colonialistas ingleses siempre lo apoyaron, no sólo para mediatizar la influencia y los intereses comerciales franceses, sino porque los de la “Pérfida Albión” manejaban muchos más intereses que los comerciales, ya que pretendían mantener desunidas a la Argentina, el Uruguay y el Brasil, y simpatizaban con el protector por haber detenido el caudillismo. Rosas, en cierta forma, liderizó en América del Sur el liberalismo librecambista y, a la vez, proteccionista, cuando le convenía. Fue también un adalid de la tradición virreinal, del catolicismo retrógrado de su época y de las oligarquías de Buenos Aires. En suma, un director omnipotente y ultramontano que no transigía con la institucionalidad liberal democrática; por ello mantuvo a raya o anuló a los caudillos federales de las provincias, quienes por su parte las gobernaban a su aire; aunque él decía ser federalista. Y pese a todos esos enjuagues internos y a sus claramente declaradas adhesiones a todo lo que representaba Inglaterra; a él se le debe el asentamiento de la unidad nacional argentina.
Rosas tenía el cargo de Gobernador de Buenos Aires y Encargado de las Relaciones Exteriores de la República Argentina, desde 1829; y desde entonces mantuvo relaciones cordiales, ambiguas y de distanciamientos momentáneos con los caudillos provinciales; ya que ellos, en su mayoría, tenían casi los mismos intereses financieros que los suyos, y en verdad no pretendieron romper jamás los vínculos, por más supeditados que éstos estuviesen, con Buenos
Aires, a pesar de algunas discrepancias políticas. Y esto lo decimos porque así se comprenderá mejor la intervención del general Alejandro Heredia en los manejos que derivaron a la invasión argentina a Tarija. Lo cual explica también el apoyo irrestricto que Rosas diera a los hacendados y comerciantes de la frontera con Bolivia para que trataran de consolidar su presencia en las tierras del Chaco, a manera de punta de lanza política-económica.
Don Juan Isidro Quesada refrenda un dato poco conocido por los investigadores bolivianos. En enero de 1837, el sobrino político de Santa Cruz fue el principal instigador de la declaración de independencia de Jujuy de la Provincia de Salta; y es más, tal pronunciamiento se lo hizo en su hacienda de Yavi, nombrándose allí a los unitarios José María Fascio y Fermín de la Quintana como máximas autoridades de la Provincia Independiente. Pero, en seguida, intervino Alejandro Heredia, gobernador de Tucumán y entonces muy adicto a Rosas. Avanzó sobre Jujuy y defenestró a Fascio y de la Quintana, así como al caudillo Pablo Alemán. Tanto en Buenos Aires, como entre los federalistas de Tucumán, Salta y Jujuy, la celosa desconfianza que tenían contra el Mariscal de Zepita, se convirtió en inocultable temor y, en consecuencia, en oposición declarada que los llevaría a urdir las tramas de la invasión a Tarija; sin detenerse a pensar que ésta traería más males que bienes a las provincias norteñas.
Los intereses meramente personales de Fernando Campero, darían lugar al ineludible enfrentamiento entre los crucistas de Tarija y los caudillos rosistas. En Salta y Jujuy a Campero se le discutía la legitimidad de sus pretensiones para heredar el título de su padre y, por lo tanto, sus vastísimas posesiones en Jujuy que colindaban con las de Tarija, en Tojo como es sabido. O al menos así lo alegaba su primo, Pedro Nolasco Pérez de Uriundo, en el juicio que le planteó en los tribunales de Salta. La justicia de la provincia le dio la razón, y procedió a embargar esos bienes en Iruya, Santa Victoria y la Puna, decidiendo que las rentas de todas esas posesiones pasaran al Tesoro salteño, en primera instancia, y, luego, las de San Juan y de todo el marquesado; el cual, según Quesada, comprendía toda la puna jujeña; por el oeste, desde San Antonio de los Cobres; y, casi sin solución de continuidad, seguían las ricas encomiendas de Cochinoca y Casabindo, la hacienda de Yavi y los territorios de Iruya y Santa Victoria que, por el norte, tocaban las haciendas La Angostura y Tojo. ¡Menudas propiedades esas las de los marqueses!
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Y de esa manera se encendió la chispa de las previsibles consecuencias en el orden de las relaciones internacionales. Pues Fernando Campero se valió de un hermano suyo, el Dr. Mariano Vásquez que, con un contingente de Chichas, trató de apoderarse de tales rentas, para la natural sorpresa de la gobernación de Salta. No bien ocurriera ese desafuero, el general Burdett O’Connor, no sabemos si con o sin la venia del presidente interino de Bolivia, don Mariano Enrique Calvo, valido de las fuerzas que comandaba, confiscó lisa y llanamente las tierras de Orán, que decía pertenecían a Tarija. (Nota: En la “Revista de Genealogía, Nobleza y Armas”, de Madrid, N° 234, de septiembre-octubre de 1992, el genealogista Juan Isidoro Quesada deslinda ciertas dudas sobre la legitimidad del Título Nobiliario que le correspondía a Femando Mana Campero porque el IV Marqués de Tojo y Yavi, Don Juan José Feliciano Fernández Campero, Pérez de Uriundo y Martiarena del Barranco, que tanto ayudó a la causa emancipadora, tal vez desde 1811, y que muriera en Kingston, Jamaica, en 1820, antes de morir redactó su Testamento reconociendo como a sus hijos legítimos y herederos a Fernando María y a Calixta Campero. Esta se casó con Manuel Anzoátegui Pacheco, y fue madre de doña Lindaura Anzoátegui de Campero. A su vez, Fernando se casó con la sobrina política del Mariscal Andrés de Santa Cruz: Tomasa de la Peña. Don Isidoro Quesada comprobó que el Mariscal, mediante Decreto de 1834, reconoció a su sobrino político como “Marqués del Valle de Tojo”. “Extraña disposición republicana sin parangón en América”, dado que los títulos nobiliarios estaban abolidos. El IV Marqués, Juan José, y una hija, igualmente natural: Mercedes Martiarena. Ya mayor de edad, don Fernando entabló un pleito a su tío Felipe, encargado de administrar sus bienes, en 1828, en Tarija; y a éste le siguió otro más, contra el general Narciso Campero. Después de su actuación en Yavi y Montero, Fernando siguió en el ejército y en la política. Al enviudar contrajo matrimonio con doña Corina Araóz, de Tarija, en 1838. Murió en Salta, en 1883).
Aquello, entre otros antecedentes, le brindó a Rosas la razón para romper relaciones con Bolivia; más que todo con el gobierno de Santa Cruz. Cerró las fronteras con Tarija y prohibió toda comunicación epistolar con Bolivia, en febrero de 1837. La otra razón aducida para la posterior invasión defensiva fue la “recuperar la Provincia de Tarija”. A Rosas le preocupaban en esos tiempos, el resquebrajamiento de sus relaciones con los franceses y con los caudillos del Uruguay que jugaban a la protección y esporádico abandono de los unitarios argentinos, Lavalle, Paz, López y otros; y a ello se juntaron los triunfos de Santa Cruz -Yanacocha, en 1835, Socabaya, enero de 1836- y su dominio en el Perú que se concretó con el Tratado de Tacna, mayo de 1837, que dio paso a la efectiva creación de la Confederación Perú-Boliviana. Pacto ese que produjo una inmediata reacción alarmada de Chile y la Argentina; muy poco atenuada con las objeciones del propio Congreso boliviano. Así es que, más que dirigir personalmente las posteriores acciones claramente intervencionistas contra Bolivia, dejó que ellas sean manejadas por sus amigos federalistas de las provincias del norte, Alejandro y Felipe Heredia principalmente.
Debemos señalar que, no obstante todos los anteriores acontecimientos, Santa Cruz había intentado solucionar sus disenciones con el gobierno de Rosas, primero mediante una correspondencia diplomática, no muy efectiva, y, luego, con el envío de un delegado ante Buenos Aires, el general Mariano Armanza. Este tampoco pudo obtener nada; más bien, ni fue tomado en cuenta. Y, por su parte, Rosas hizo algunos trámites para llegar a un entendimiento; pero éstos se referían más a una clara exigencia ante el gobierno boliviano para impedir que los exiliados unitarios argentinos incurrieran en actos subversivos e incursiones en la frontera. En febrero de 1837, mandó una delegación encabezada por Pedro Felipe de Cavia, que se encontró con la desautorización de atravesar la frontera de Tarija con Salta. Actitud que, naturalmente, enfureció a Juan Manuel de Rosas. En un pomposo y reiterativo “Manifiesto del Gobierno de Buenos Aires, encargado de las Relaciones de la República”, de mayo de 1837, se expusieron las razones de la declaratoria de guerra al gobierno del general Santa Cruz, figurando en ellas las de la usurpación de Tarija.
A todo eso, Mariano Enrique Calvo no creía mucho todavía en los aprestos del general Alejandro Heredia; e incluso demostró estar molesto con las acciones de Campero, según se lo dijo al general Otto Felipe Braum, un oficial de reconocida capacidad militar y fiel colaborador de Santa Cruz; además de no convencerle los trajines de espionaje a los emigrados unitarios. Braum había nacido en Cassel, Alemania, en 1798. Combatió, muy joven, contra los ejércitos napoleónicos. Y en 1819 ya estaba en Colombia. Participó en la batalla de Carabobo, ganando el grado de Mayor. Después tuvo una brillante actuación en Junín y Ayacucho, por la cual fue ascendido a Coronel. Vino al Alto Perú con el Mariscal Sucre, y a raíz del atentado que éste sufriera derrotó a los conjurados en Tarqui, en abril de 1828. Pasó a servir en el Estado Mayor del presidente Santa Cruz. Se destacó en Yanacocha y Socabaya, ya como general de brigada. Por orden de Santa Cruz organizó la campaña contra la invasión a Tarija; y a poco de ganada la batalla de Montenegro se distinguió con el título de Mariscal.
Calvo, pues, acabó por aprobar el refuerzo de la frontera de Tarija, ya convencido de los aprestos de Hereria que le fueron notificados por Braum, según las noticias del general Sebastián Agreda, en marzo de 1837. Informado, a su vez, el Mariscal Santa Cruz de esas disposiciones guerreristas, determinó nombrar a Braum General en Jefe del Ejército del Sur, liberándolo de sus tareas como Prefecto de La Paz. Este ejército contaba con varios batallones; el segundo de Guardias, sexto de línea, séptimo y octavos provisionales, el regimiento de Húsares de Tupiza, el escuadrón de Depósito, con cuatro piezas de artillería, como lo anota Quesada. A ellos se agregaron las fuerzas de Tarija, comandadas por Burdett O’Connor, Timoteo Raña, Sebastián Estenssoro y Tomás Ruíz.
Juan Isidoro Quesada resalta, y confirma, los manejos de “un servicio de inteligencia desplegado en territorio argentino, que alentaban el deseo de algunos sáltenos y júnenos interesados en el comercio por el Pacífico; el cual desde luego, estaría garantizado por la Confederación. Sin embargo, para el Mariscal Santa Cruz la inevitable contienda constituía nomás una encrucijada nada favorable para la consolidación de su gobierno en la Confederación y muy grata, en cambio, para los chilenos. Aun así, ya había decidido afrontarla, ya que la preveía venir desde antes de su visita a Tarija, en 1833, como lo hemos indicado.
Debemos decir aquí que los documentos bolivianos que examinan la denominada “Guerra con Bolivia” por algunos historiadores argentinos, no son muy explícitos y en verdad tampoco son muchos. La pereza de los investigadores nacionales, más que evidente cuando se trata de la historia de Tarija, se manifiesta en breves menciones de esos acontecimientos, ignorando la importancia que el Mariscal Santa Cruz les concedió; ya que para sus planes confederativos era vital cuidar la frontera sur, y de ser posible, como lo fue, neutralizar cualquier acción de Rosas en esa región, lo reiteramos. El viaje suyo a Tarija, obedeció en gran parte a organizar una campaña en apariencia defensiva, pero en verdad más ofensiva contra los tibios deseos de recuperación de nuestro territorio por parte de la Argentina, a pesar de las declaraciones de los caudillos federalistas del norte.
Hemos dicho también que al recibir con los brazos abiertos a los enemigos unitarios antirosistas, Santa Cruz se valió de éstos antes de su exilio y de otros agentes para instrumentar un enfrentamiento entre los gobernadores unitarios, ya pocos, y los federalistas de Rosas, a fin de provocar un estado de cosas benéfico para sus planes que coincidían en cierta forma con los de los unitarios. La actuación de Alejandro Heredia para implementar su dominio en las provincias norteñas de Salta y Jujuy fue, pues, favorable para los manejos del Mariscal de Zepita.
Vamos a valernos ahora, sumariamente, de la relación de los sucesos de la llamada “Guerra con Bolivia” detallados por Armando Raúl Bazán en su bien conocida “Historia del Nordeste Argentino”, poco mencionada por los historiadores bolivianos.
Bazán nos informa que “Heredia alcanzó lo que ni Aráoz ni Facundo Quiroga pudieron lograr: una especie de república del Tucumán”. Con mayor inteligencia y dotes políticas que aquellos caudillos, supo actuar con “razonable cuota de autonomía frente a Juan Manuel de Rosas”, comenzando por “una fusión de partidos” no del agrado del Dictador, porque implicaba una relación no frontal con algunos dirigentes unitarios. En efecto Heredia intervino en Jujuy y Salta, donde se hizo reconocer como “Protector del Norte”. Con ese poder en sus manos, controlaba un territorio más grande que la Provincia de Buenos Aires. Resentido con “la condescendencia” de Santa Cruz a “las invasiones de Javier López contra su gobierno, y con el influjo que el argentino Rudecindo Alvarado tenía en el ejército crucista, y a pesar de saber que el Mariscal de Zepita había desechado “la propuesta de los dirigentes salteños de organizar un Protectorado”, precisamente en Salta, no por eso dejó de tener muy en cuenta los trajines de López y de Felipe Figueroa en Antofagasta, que evidencian una “vinculación de los emigrados y el gabinete boliviano”, todo esto en febrero de 1836. Heredia, en suma, propiciaba una guerra de la Confederación y de Buenos Aires contra Santa Cruz, dando por seguro que encontraría aliados para esa empresa en el sur de Potosí y Tarija. Algo absurdo, tal como sucedió. No debe olvidarse que sin el consentimiento del encargado de las Relaciones Exteriores argentinas, esto es, de Rosas, nada de eso era posible. La renuencia de éste al fin fue vencida, pero con una previa preparación de incursiones guerrilleras a cargo de las gobernaciones de Salta y Jujuy.
Ya hemos dicho que la airada reacción de Chile al Tratado de Tacna (mayo del 1837), vino a favorecer los planes de Heredia; y, a la vez, convencieron a Rosas del peligro en el que se encontraba la Argentina, magnificado seguramente por Heredia y por los recientes sucesos protagonizados por Fernando Campero. Por eso dio carta blanca a la invasión preparada por Alejandro Heredia. Además Rosas ya conocía el proyecto de Blanco Encalada para invadir al Perú -que como se sabe fracasó en Paucarpata- y no menos definitivo debió ser lo ya mencionado: las andanzas rebeldes de los unitarios que encontraron en Lavalle a uno de sus líderes. Así es que ordenó la interrupción del comercio con Bolivia y el cierre de todas las fronteras, en febrero de 1837, que reforzaba la anterior orden de Heredia prohibiendo el comercio de muías y caballos a Tarija. El 8 de mayo de ese año, Rosas nombró a Alejandro Heredia “General en Jefe del Ejército Confederado”, y, en seguida, el 19, declara la guerra a Bolivia.
Esas medidas, sin embargo, fueron impopulares en las 14 provincias del Protectorado de Heredia; llegando a considerarlas fatales para sus propias economías. Pero tuvieron que aceptar de muy mala gana las contribuciones que se les pedía para solventar los gastos de las tropas del caudillo. Bazán dice que “el peso de la guerra recayó principalmente entre Tucumán, Salta y Jujuy” y el dinero y las armas en Buenos Aires. El hermano de Alejandro Heredia, Felipe, gobernador de Salta a la sazón, puso a la disposición del ejército confederado “1.000 hombres que saldrían “a Iruya, Santa Victoria y Orán, en agosto de 1837”. En Jujuy, el gobernador Pablo Alemán, aprestó a 5.000 soldados, en su mayoría campesinos. En lo que sigue, Bazán tiene el auxilio documental de otros historiadores argentinos: Emilio A. Bidondo y Norma Pavoni.
A lo largo de agosto de 1837, el general Otto Felipe Braum, desarrolló una estrategia de calculadas incursiones en apariencia aisladas.
Sus avanzadas ocupan Cochinoca e Iruya; y a comienzos de septiembre dirige el avance hacia la quebrada de Humahuaca. En Santa Bárbara se encuentra con las tropas de Felipe Heredia, pero “la acción se desarrolla confusamente y no arroja resultados decisivos”, aunque el grueso del ejército de Braum se repliega a la línea de Tres Cruces. Es en esta circunstancia que Alejandro Heredia, sin demasiada exaltación, adopta “una postura triunfalista” que dio lugar a sanciones de las cámaras legislativas de Jujuy y Salta. Episodio aquel que Emilio A. Bidondo describió en un artículo de la Revista “Investigaciones y Ensayos”, publicación de la Academia Nacional de la Historia, en su edición de julio-diciembre de 1982.
Braum, mientras tanto, se detiene en Yavi, enviando destacamentos que amagan a Orán y Humahuaca. Felipe Hcredia se ve obligado a abandonar esos territorios a fin “de conjurar una revolución unitaria”, en Salta. Su hermano entonces se dispone, primero, a vencer la inmovilidad de los contendientes; porque Braum, firme en la puna de Jujuy, no hace sino observar y esperar sus movimientos; los ánimos suyos y los de sus oficiales son de gran complacencia ante las noticias de la vergonzosa retirada de Blanco Encalada de Paucartapa (7 de septiembre de 1837), una generosa, misteriosa e inexplicable decisión del Mariscal Santa Cruz de no destruir el ejército chileno.
Alejandro Heredia tiene que retirar sus tropas a Yala, ocasión esa que Braum aprovecha para hacer ocupar por algunos de sus contingentes Cochinoca, Abra Pampa y Humahuaca, al mismo tiempo que el Protector del Norte se dirige a Orán con intenciones de llegar a Tarija, dejando a las tropas jujeñas a su suerte. Braum conduce las suyas a 4 leguas de la ciudad de Jujuy; pero es detenido por las guerrillas de la provincia. En marzo de 1838, Heredia con refuerzos de Tucumán, Salta y Jujuy comienza su final ofensiva contra Tarija. El coronel Gregorio Paz, Jefe de las operaciones del ejército argentino, avanza hacia Carapari, y sigue al valle de San Luis defendido por Burdett O’Connor.
El 24 de junio los tarijeños enfrentan al ejército de Heredia, venciéndolo en Montenegro; como ya había ocurrido, en menor medida, el 11 en Iruya. En Montenegro Heredia, fue vencido sin atenuante alguno. Pero, como afirma Armando Raúl Bazán, esa contienda “fue una guerra inútil, sin justificación verdadera, promovida por un hombre del norte que había luchado junto a los altoperuanos en la guerra de la Independencia y cuyo país mantenía con el nuestro antiguas relaciones políticas, comerciales y culturales. Cuesta creer la verdadera intencionalidad del Protector. Los motivos ostensibles que adujo no justificaban la guerra y si secretamente buscó en ella su encubrimiento halló por el contrario su perdición. En efecto, Alejandro Heredia, murió asesinado en noviembre de 1838.
Pero no compartimos todas las reflexiones de Bazán; aparte, claro está, del más o menos absurdo enfrentamiento entre los pueblos hermanos de Tarija, Salta y Jujuy. Porque tanto Heredia como Rosas cayeron en la urdimbre genial del general Santa Cruz, cuyo entramado se advierte ya en la famosa visita de 1833 a Tarija.
La versión historiográfica argentina de la “Guerra con Bolivia”, muy poco, o casi nada, nos dice de la actuación en ella de los oficiales y soldados tarijeños. Por esto debemos recordar que, inclusive, más que el general Braum, don Francisco Burdett O’Connor, Timoteo Raña, José Eustaquio Méndez, Sebastián Estenssoro y Bernardo Trigo, y el mismo Fernando Campero, que en buenas cuentas desencadenó esa contienda, desempeñaron un papel preponderante en las victorias bolivianas de Iruya y Montenegro, y en defensa de la propia Tarija.
Rosas tenía el cargo de Gobernador de Buenos Aires y Encargado de las Relaciones Exteriores de la República Argentina, desde 1829; y desde entonces mantuvo relaciones cordiales, ambiguas y de distanciamientos momentáneos con los caudillos provinciales; ya que ellos, en su mayoría, tenían casi los mismos intereses financieros que los suyos, y en verdad no pretendieron romper jamás los vínculos, por más supeditados que éstos estuviesen, con Buenos
Aires, a pesar de algunas discrepancias políticas. Y esto lo decimos porque así se comprenderá mejor la intervención del general Alejandro Heredia en los manejos que derivaron a la invasión argentina a Tarija. Lo cual explica también el apoyo irrestricto que Rosas diera a los hacendados y comerciantes de la frontera con Bolivia para que trataran de consolidar su presencia en las tierras del Chaco, a manera de punta de lanza política-económica.
Don Juan Isidro Quesada refrenda un dato poco conocido por los investigadores bolivianos. En enero de 1837, el sobrino político de Santa Cruz fue el principal instigador de la declaración de independencia de Jujuy de la Provincia de Salta; y es más, tal pronunciamiento se lo hizo en su hacienda de Yavi, nombrándose allí a los unitarios José María Fascio y Fermín de la Quintana como máximas autoridades de la Provincia Independiente. Pero, en seguida, intervino Alejandro Heredia, gobernador de Tucumán y entonces muy adicto a Rosas. Avanzó sobre Jujuy y defenestró a Fascio y de la Quintana, así como al caudillo Pablo Alemán. Tanto en Buenos Aires, como entre los federalistas de Tucumán, Salta y Jujuy, la celosa desconfianza que tenían contra el Mariscal de Zepita, se convirtió en inocultable temor y, en consecuencia, en oposición declarada que los llevaría a urdir las tramas de la invasión a Tarija; sin detenerse a pensar que ésta traería más males que bienes a las provincias norteñas.
Los intereses meramente personales de Fernando Campero, darían lugar al ineludible enfrentamiento entre los crucistas de Tarija y los caudillos rosistas. En Salta y Jujuy a Campero se le discutía la legitimidad de sus pretensiones para heredar el título de su padre y, por lo tanto, sus vastísimas posesiones en Jujuy que colindaban con las de Tarija, en Tojo como es sabido. O al menos así lo alegaba su primo, Pedro Nolasco Pérez de Uriundo, en el juicio que le planteó en los tribunales de Salta. La justicia de la provincia le dio la razón, y procedió a embargar esos bienes en Iruya, Santa Victoria y la Puna, decidiendo que las rentas de todas esas posesiones pasaran al Tesoro salteño, en primera instancia, y, luego, las de San Juan y de todo el marquesado; el cual, según Quesada, comprendía toda la puna jujeña; por el oeste, desde San Antonio de los Cobres; y, casi sin solución de continuidad, seguían las ricas encomiendas de Cochinoca y Casabindo, la hacienda de Yavi y los territorios de Iruya y Santa Victoria que, por el norte, tocaban las haciendas La Angostura y Tojo. ¡Menudas propiedades esas las de los marqueses!
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Y de esa manera se encendió la chispa de las previsibles consecuencias en el orden de las relaciones internacionales. Pues Fernando Campero se valió de un hermano suyo, el Dr. Mariano Vásquez que, con un contingente de Chichas, trató de apoderarse de tales rentas, para la natural sorpresa de la gobernación de Salta. No bien ocurriera ese desafuero, el general Burdett O’Connor, no sabemos si con o sin la venia del presidente interino de Bolivia, don Mariano Enrique Calvo, valido de las fuerzas que comandaba, confiscó lisa y llanamente las tierras de Orán, que decía pertenecían a Tarija. (Nota: En la “Revista de Genealogía, Nobleza y Armas”, de Madrid, N° 234, de septiembre-octubre de 1992, el genealogista Juan Isidoro Quesada deslinda ciertas dudas sobre la legitimidad del Título Nobiliario que le correspondía a Femando Mana Campero porque el IV Marqués de Tojo y Yavi, Don Juan José Feliciano Fernández Campero, Pérez de Uriundo y Martiarena del Barranco, que tanto ayudó a la causa emancipadora, tal vez desde 1811, y que muriera en Kingston, Jamaica, en 1820, antes de morir redactó su Testamento reconociendo como a sus hijos legítimos y herederos a Fernando María y a Calixta Campero. Esta se casó con Manuel Anzoátegui Pacheco, y fue madre de doña Lindaura Anzoátegui de Campero. A su vez, Fernando se casó con la sobrina política del Mariscal Andrés de Santa Cruz: Tomasa de la Peña. Don Isidoro Quesada comprobó que el Mariscal, mediante Decreto de 1834, reconoció a su sobrino político como “Marqués del Valle de Tojo”. “Extraña disposición republicana sin parangón en América”, dado que los títulos nobiliarios estaban abolidos. El IV Marqués, Juan José, y una hija, igualmente natural: Mercedes Martiarena. Ya mayor de edad, don Fernando entabló un pleito a su tío Felipe, encargado de administrar sus bienes, en 1828, en Tarija; y a éste le siguió otro más, contra el general Narciso Campero. Después de su actuación en Yavi y Montero, Fernando siguió en el ejército y en la política. Al enviudar contrajo matrimonio con doña Corina Araóz, de Tarija, en 1838. Murió en Salta, en 1883).
Aquello, entre otros antecedentes, le brindó a Rosas la razón para romper relaciones con Bolivia; más que todo con el gobierno de Santa Cruz. Cerró las fronteras con Tarija y prohibió toda comunicación epistolar con Bolivia, en febrero de 1837. La otra razón aducida para la posterior invasión defensiva fue la “recuperar la Provincia de Tarija”. A Rosas le preocupaban en esos tiempos, el resquebrajamiento de sus relaciones con los franceses y con los caudillos del Uruguay que jugaban a la protección y esporádico abandono de los unitarios argentinos, Lavalle, Paz, López y otros; y a ello se juntaron los triunfos de Santa Cruz -Yanacocha, en 1835, Socabaya, enero de 1836- y su dominio en el Perú que se concretó con el Tratado de Tacna, mayo de 1837, que dio paso a la efectiva creación de la Confederación Perú-Boliviana. Pacto ese que produjo una inmediata reacción alarmada de Chile y la Argentina; muy poco atenuada con las objeciones del propio Congreso boliviano. Así es que, más que dirigir personalmente las posteriores acciones claramente intervencionistas contra Bolivia, dejó que ellas sean manejadas por sus amigos federalistas de las provincias del norte, Alejandro y Felipe Heredia principalmente.
Debemos señalar que, no obstante todos los anteriores acontecimientos, Santa Cruz había intentado solucionar sus disenciones con el gobierno de Rosas, primero mediante una correspondencia diplomática, no muy efectiva, y, luego, con el envío de un delegado ante Buenos Aires, el general Mariano Armanza. Este tampoco pudo obtener nada; más bien, ni fue tomado en cuenta. Y, por su parte, Rosas hizo algunos trámites para llegar a un entendimiento; pero éstos se referían más a una clara exigencia ante el gobierno boliviano para impedir que los exiliados unitarios argentinos incurrieran en actos subversivos e incursiones en la frontera. En febrero de 1837, mandó una delegación encabezada por Pedro Felipe de Cavia, que se encontró con la desautorización de atravesar la frontera de Tarija con Salta. Actitud que, naturalmente, enfureció a Juan Manuel de Rosas. En un pomposo y reiterativo “Manifiesto del Gobierno de Buenos Aires, encargado de las Relaciones de la República”, de mayo de 1837, se expusieron las razones de la declaratoria de guerra al gobierno del general Santa Cruz, figurando en ellas las de la usurpación de Tarija.
A todo eso, Mariano Enrique Calvo no creía mucho todavía en los aprestos del general Alejandro Heredia; e incluso demostró estar molesto con las acciones de Campero, según se lo dijo al general Otto Felipe Braum, un oficial de reconocida capacidad militar y fiel colaborador de Santa Cruz; además de no convencerle los trajines de espionaje a los emigrados unitarios. Braum había nacido en Cassel, Alemania, en 1798. Combatió, muy joven, contra los ejércitos napoleónicos. Y en 1819 ya estaba en Colombia. Participó en la batalla de Carabobo, ganando el grado de Mayor. Después tuvo una brillante actuación en Junín y Ayacucho, por la cual fue ascendido a Coronel. Vino al Alto Perú con el Mariscal Sucre, y a raíz del atentado que éste sufriera derrotó a los conjurados en Tarqui, en abril de 1828. Pasó a servir en el Estado Mayor del presidente Santa Cruz. Se destacó en Yanacocha y Socabaya, ya como general de brigada. Por orden de Santa Cruz organizó la campaña contra la invasión a Tarija; y a poco de ganada la batalla de Montenegro se distinguió con el título de Mariscal.
Calvo, pues, acabó por aprobar el refuerzo de la frontera de Tarija, ya convencido de los aprestos de Hereria que le fueron notificados por Braum, según las noticias del general Sebastián Agreda, en marzo de 1837. Informado, a su vez, el Mariscal Santa Cruz de esas disposiciones guerreristas, determinó nombrar a Braum General en Jefe del Ejército del Sur, liberándolo de sus tareas como Prefecto de La Paz. Este ejército contaba con varios batallones; el segundo de Guardias, sexto de línea, séptimo y octavos provisionales, el regimiento de Húsares de Tupiza, el escuadrón de Depósito, con cuatro piezas de artillería, como lo anota Quesada. A ellos se agregaron las fuerzas de Tarija, comandadas por Burdett O’Connor, Timoteo Raña, Sebastián Estenssoro y Tomás Ruíz.
Juan Isidoro Quesada resalta, y confirma, los manejos de “un servicio de inteligencia desplegado en territorio argentino, que alentaban el deseo de algunos sáltenos y júnenos interesados en el comercio por el Pacífico; el cual desde luego, estaría garantizado por la Confederación. Sin embargo, para el Mariscal Santa Cruz la inevitable contienda constituía nomás una encrucijada nada favorable para la consolidación de su gobierno en la Confederación y muy grata, en cambio, para los chilenos. Aun así, ya había decidido afrontarla, ya que la preveía venir desde antes de su visita a Tarija, en 1833, como lo hemos indicado.
Debemos decir aquí que los documentos bolivianos que examinan la denominada “Guerra con Bolivia” por algunos historiadores argentinos, no son muy explícitos y en verdad tampoco son muchos. La pereza de los investigadores nacionales, más que evidente cuando se trata de la historia de Tarija, se manifiesta en breves menciones de esos acontecimientos, ignorando la importancia que el Mariscal Santa Cruz les concedió; ya que para sus planes confederativos era vital cuidar la frontera sur, y de ser posible, como lo fue, neutralizar cualquier acción de Rosas en esa región, lo reiteramos. El viaje suyo a Tarija, obedeció en gran parte a organizar una campaña en apariencia defensiva, pero en verdad más ofensiva contra los tibios deseos de recuperación de nuestro territorio por parte de la Argentina, a pesar de las declaraciones de los caudillos federalistas del norte.
Hemos dicho también que al recibir con los brazos abiertos a los enemigos unitarios antirosistas, Santa Cruz se valió de éstos antes de su exilio y de otros agentes para instrumentar un enfrentamiento entre los gobernadores unitarios, ya pocos, y los federalistas de Rosas, a fin de provocar un estado de cosas benéfico para sus planes que coincidían en cierta forma con los de los unitarios. La actuación de Alejandro Heredia para implementar su dominio en las provincias norteñas de Salta y Jujuy fue, pues, favorable para los manejos del Mariscal de Zepita.
Vamos a valernos ahora, sumariamente, de la relación de los sucesos de la llamada “Guerra con Bolivia” detallados por Armando Raúl Bazán en su bien conocida “Historia del Nordeste Argentino”, poco mencionada por los historiadores bolivianos.
Bazán nos informa que “Heredia alcanzó lo que ni Aráoz ni Facundo Quiroga pudieron lograr: una especie de república del Tucumán”. Con mayor inteligencia y dotes políticas que aquellos caudillos, supo actuar con “razonable cuota de autonomía frente a Juan Manuel de Rosas”, comenzando por “una fusión de partidos” no del agrado del Dictador, porque implicaba una relación no frontal con algunos dirigentes unitarios. En efecto Heredia intervino en Jujuy y Salta, donde se hizo reconocer como “Protector del Norte”. Con ese poder en sus manos, controlaba un territorio más grande que la Provincia de Buenos Aires. Resentido con “la condescendencia” de Santa Cruz a “las invasiones de Javier López contra su gobierno, y con el influjo que el argentino Rudecindo Alvarado tenía en el ejército crucista, y a pesar de saber que el Mariscal de Zepita había desechado “la propuesta de los dirigentes salteños de organizar un Protectorado”, precisamente en Salta, no por eso dejó de tener muy en cuenta los trajines de López y de Felipe Figueroa en Antofagasta, que evidencian una “vinculación de los emigrados y el gabinete boliviano”, todo esto en febrero de 1836. Heredia, en suma, propiciaba una guerra de la Confederación y de Buenos Aires contra Santa Cruz, dando por seguro que encontraría aliados para esa empresa en el sur de Potosí y Tarija. Algo absurdo, tal como sucedió. No debe olvidarse que sin el consentimiento del encargado de las Relaciones Exteriores argentinas, esto es, de Rosas, nada de eso era posible. La renuencia de éste al fin fue vencida, pero con una previa preparación de incursiones guerrilleras a cargo de las gobernaciones de Salta y Jujuy.
Ya hemos dicho que la airada reacción de Chile al Tratado de Tacna (mayo del 1837), vino a favorecer los planes de Heredia; y, a la vez, convencieron a Rosas del peligro en el que se encontraba la Argentina, magnificado seguramente por Heredia y por los recientes sucesos protagonizados por Fernando Campero. Por eso dio carta blanca a la invasión preparada por Alejandro Heredia. Además Rosas ya conocía el proyecto de Blanco Encalada para invadir al Perú -que como se sabe fracasó en Paucarpata- y no menos definitivo debió ser lo ya mencionado: las andanzas rebeldes de los unitarios que encontraron en Lavalle a uno de sus líderes. Así es que ordenó la interrupción del comercio con Bolivia y el cierre de todas las fronteras, en febrero de 1837, que reforzaba la anterior orden de Heredia prohibiendo el comercio de muías y caballos a Tarija. El 8 de mayo de ese año, Rosas nombró a Alejandro Heredia “General en Jefe del Ejército Confederado”, y, en seguida, el 19, declara la guerra a Bolivia.
Esas medidas, sin embargo, fueron impopulares en las 14 provincias del Protectorado de Heredia; llegando a considerarlas fatales para sus propias economías. Pero tuvieron que aceptar de muy mala gana las contribuciones que se les pedía para solventar los gastos de las tropas del caudillo. Bazán dice que “el peso de la guerra recayó principalmente entre Tucumán, Salta y Jujuy” y el dinero y las armas en Buenos Aires. El hermano de Alejandro Heredia, Felipe, gobernador de Salta a la sazón, puso a la disposición del ejército confederado “1.000 hombres que saldrían “a Iruya, Santa Victoria y Orán, en agosto de 1837”. En Jujuy, el gobernador Pablo Alemán, aprestó a 5.000 soldados, en su mayoría campesinos. En lo que sigue, Bazán tiene el auxilio documental de otros historiadores argentinos: Emilio A. Bidondo y Norma Pavoni.
A lo largo de agosto de 1837, el general Otto Felipe Braum, desarrolló una estrategia de calculadas incursiones en apariencia aisladas.
Sus avanzadas ocupan Cochinoca e Iruya; y a comienzos de septiembre dirige el avance hacia la quebrada de Humahuaca. En Santa Bárbara se encuentra con las tropas de Felipe Heredia, pero “la acción se desarrolla confusamente y no arroja resultados decisivos”, aunque el grueso del ejército de Braum se repliega a la línea de Tres Cruces. Es en esta circunstancia que Alejandro Heredia, sin demasiada exaltación, adopta “una postura triunfalista” que dio lugar a sanciones de las cámaras legislativas de Jujuy y Salta. Episodio aquel que Emilio A. Bidondo describió en un artículo de la Revista “Investigaciones y Ensayos”, publicación de la Academia Nacional de la Historia, en su edición de julio-diciembre de 1982.
Braum, mientras tanto, se detiene en Yavi, enviando destacamentos que amagan a Orán y Humahuaca. Felipe Hcredia se ve obligado a abandonar esos territorios a fin “de conjurar una revolución unitaria”, en Salta. Su hermano entonces se dispone, primero, a vencer la inmovilidad de los contendientes; porque Braum, firme en la puna de Jujuy, no hace sino observar y esperar sus movimientos; los ánimos suyos y los de sus oficiales son de gran complacencia ante las noticias de la vergonzosa retirada de Blanco Encalada de Paucartapa (7 de septiembre de 1837), una generosa, misteriosa e inexplicable decisión del Mariscal Santa Cruz de no destruir el ejército chileno.
Alejandro Heredia tiene que retirar sus tropas a Yala, ocasión esa que Braum aprovecha para hacer ocupar por algunos de sus contingentes Cochinoca, Abra Pampa y Humahuaca, al mismo tiempo que el Protector del Norte se dirige a Orán con intenciones de llegar a Tarija, dejando a las tropas jujeñas a su suerte. Braum conduce las suyas a 4 leguas de la ciudad de Jujuy; pero es detenido por las guerrillas de la provincia. En marzo de 1838, Heredia con refuerzos de Tucumán, Salta y Jujuy comienza su final ofensiva contra Tarija. El coronel Gregorio Paz, Jefe de las operaciones del ejército argentino, avanza hacia Carapari, y sigue al valle de San Luis defendido por Burdett O’Connor.
El 24 de junio los tarijeños enfrentan al ejército de Heredia, venciéndolo en Montenegro; como ya había ocurrido, en menor medida, el 11 en Iruya. En Montenegro Heredia, fue vencido sin atenuante alguno. Pero, como afirma Armando Raúl Bazán, esa contienda “fue una guerra inútil, sin justificación verdadera, promovida por un hombre del norte que había luchado junto a los altoperuanos en la guerra de la Independencia y cuyo país mantenía con el nuestro antiguas relaciones políticas, comerciales y culturales. Cuesta creer la verdadera intencionalidad del Protector. Los motivos ostensibles que adujo no justificaban la guerra y si secretamente buscó en ella su encubrimiento halló por el contrario su perdición. En efecto, Alejandro Heredia, murió asesinado en noviembre de 1838.
Pero no compartimos todas las reflexiones de Bazán; aparte, claro está, del más o menos absurdo enfrentamiento entre los pueblos hermanos de Tarija, Salta y Jujuy. Porque tanto Heredia como Rosas cayeron en la urdimbre genial del general Santa Cruz, cuyo entramado se advierte ya en la famosa visita de 1833 a Tarija.
La versión historiográfica argentina de la “Guerra con Bolivia”, muy poco, o casi nada, nos dice de la actuación en ella de los oficiales y soldados tarijeños. Por esto debemos recordar que, inclusive, más que el general Braum, don Francisco Burdett O’Connor, Timoteo Raña, José Eustaquio Méndez, Sebastián Estenssoro y Bernardo Trigo, y el mismo Fernando Campero, que en buenas cuentas desencadenó esa contienda, desempeñaron un papel preponderante en las victorias bolivianas de Iruya y Montenegro, y en defensa de la propia Tarija.