Los sueños del Guadalquivir
Ese hippie sucio
Nuestra vestimenta dice mucho de nosotros: nuestra clase social, nuestro nivel económico, nuestra pertenencia de grupo, nuestra lealtad cultural, nuestras preferencias personales y nuestra identidad de género. La sociología de la vestimenta es un campo fascinante de investigación
Toda mi vida navegué entre las imágenes del hippie sucio, greñudo y desaliñado, frente a la del chango inteligente, estudioso y con gran futuro. Recuerdo una vez que mi jefe scout, Tico, me vino a contar muriéndose de risa que una conocida suya, una señora de edad, le empezó a contar su espanto por haber visto en el micro un hippie desaliñado, de cabello largo y lleno de plumas. “Hasta seguro que olía mal”, le dijo. “Pero señora”, le dijo Tico, “¿usted se acuerda que me hablaba tan bien de ese dirigente scout? Es ese mismo chango”. Yo me había conseguido esas plumas la última vez que habíamos hecho campamento en el zoológico, y las llevaba con orgullo como marca tribal.
Hay una postal que me encanta y con la que me identifico mucho: un punk, todo fachoso, con su ropa negra de cuero y sus pinchos de metal, su cabello en punta y pintado de verde, sentado y hablando alegremente con una viejita de pueblo, ayudándole a arreglar sus cosas. Ese tipo de imágenes son las que me fascinan porque son profundamente humanas en su contradicción.
Alguna vez, cuando todavía tenía pelusas en la quijada, decidí que no quería vestirme como lo dicta la sociedad. Todavía escucho la canción de Sui Generis que dice: “aprendí a ser/formal y cortes/cortándome el pelo/una vez al mes./Pero si me aplazó la sociedad/es porque nunca me gustó la formalidad”. Entonces llegué a ser lo que soy ahora. No es que me esfuerce demasiado en ser y verme hippie, me basta con ser yo mismo.
La sociología de la vestimenta es un campo de estudio fascinante. Nuestra ropa dice mucho de nosotros: nuestra clase social, nuestro nivel económico, nuestra pertenencia de grupo, nuestra subcultura, nuestras lealtades culturales, nuestras preferencias personales y nuestra identidad de género
A veces nos olvidamos de que las cosas son como son porque nosotros las hemos hecho así. Los hippies son desaliñados, porque son una respuesta generacional a las normas estrictas (y muchas veces sin sentido) de la vestimenta de la modernidad occidental. Y los punks son una subcultura violenta creada en resistencia al capitalismo moderno. Hablar mal de los hippies y de los punks por sus prácticas es como quejarse de los “changos de bien” por ser políticos ladrones y funcionarios vividores. Si quieren comparar, también las clases altas de Tarija tienen prácticas sexuales bizarras y consumo desenfrenado de drogas. Aunque tenga algo de verdad, es una caricatura que no refleja para nada la naturaleza real de las personas.
Tengo un par de amigas, y me sorprendió que me dijeran de que “el único hippie que permitimos aquí es el Vaco”. Me sorprendió no solo por mí, sino porque no era cierto. “¿Y qué es del Joselo?” les dije. “Ustedes tienen un montón de amigos que son hippies o medio hippies. No se hagan”. Pero esa tendencia a discriminar está ahí, y pienso que ese es tal vez el motivo de que no nos hayamos conocido antes. Tarija está definitivamente estratificada por clases.
Pero no es solo a los hippies a los que nos tratan así. Mi padre comentaba siempre que un doctorcito de Tarija, de esos que son licenciados en derecho y que estaba en un cargo público, se dio el lujo de salir de su oficina y bañarlos con un balde de agua a los campesinos que lo estaban esperando mientras gritaba: “¡vayan a bañarse, c4r$jo!” O esa temporada en la que no dejaron entrar a la esposa de uno de los miembros del Club Social, porque “era de la calle Ancha”, hoy calle Cochabamba, en San Roque, por ser de origen popular.
Un fenómeno conocido por todos es cómo las campesinas bolivianas identifican su lugar de origen con sus sombreros tradicionales, y cómo los pueblos indígenas reivindican su identidad cultural a través de su vestimenta tradicional. Los ponchos, los aguayos y los pies sucios de ojotas son también marcas sociales.
Supongo que es ingenuo esperar que la gente no se fije en la manera en la que te vistes y que no se guíen por todos los estereotipos habidos y por haber. Pero por eso mismo me parece tan importante rebelarse ante las estructuras establecidas que nos mandan ser lo que no somos, y encontrar nuestro lugar en el mundo.
Llega un momento en la vida de todos nosotros en los que dejamos de ser niños y nos convertimos en adultos. Es un momento mágico donde nuestra forma de ser agarra una personalidad inconfundible. Yo fui dirigente scout y observé este fenómeno innumerables veces. Es hermoso.
La sociología de la vestimenta es un campo de estudio fascinante. Nuestra ropa dice mucho de nosotros: nuestra clase social, nuestro nivel económico, nuestra pertenencia de grupo, nuestra subcultura, nuestras lealtades culturales, nuestras preferencias personales y nuestra identidad de género. Para aquel que sabe ver, la vestimenta dice maravillas, y no solo aquí y ahora, sino también a lo largo de la historia.
No estamos hablando solo de la moda ni de prejuicios baratos, sino de toda una estructura social con relaciones intrínsecas de poder, estructuras sociales complejas e interrelaciones interpersonales altamente subjetivas. No tan solo quiénes somos, sino quiénes somos con quién, cuándo y dónde. La capacidad de analizar las sutilezas y complejidades de la vida social en Tarija es algo que todavía nos queda por hacer.