Los sueños del Guadalquivir
Nos-Otros: La práctica y el discurso de la alteridad
Hay una diferencia entre lo que se dice, lo que se hace y lo que se dice que se hace. Si queremos comprendernos debemos tomar en cuenta esta complejidad y la ambigüedad resultante
La DOPAMINA se la conoce como la hormona de la felicidad. Te hace sentir bien y te hace hacer cosas lindas mientras estás bien. Te desarrolla la empatía, que es la capacidad de identificarte con los sentimientos de los demás, compadeciéndote del sufrimiento de los demás y alegrándote por sus alegrías. Bueno, por lo menos con algunos.
Las neurociencias han descubierto que este sentimiento “positivo” solo se aplica a los miembros de tu mismo grupo. Las personas más lindas bajo el efecto de la dopamina son incapaces de aplicar el mismo tipo de empatía con los extraños. Y no es por falta de dopamina, sino a pesar de ella. El ser humano está construido para ser bueno con los propios, pero no con los ajenos.
Tu primer grupo nuclear es tu familia, y solo a pasos. Primero es tu madre, y solo luego tu padre, tus hermanos y tu familia extensa. Luego te vas haciendo amigos, entras al colegio y poco a poco vas haciéndote de un sentimiento de comunidad con tu sociedad inmediata. Es solo después que empiezas a ampliar estos sentimientos de pertenencia a grupos más grandes, pero también más abstractos, como ser tu país, tu religión y tu clase. También aprendes a odiar y a temer a los que son diferentes que ti. Todos estos son procesos sociales íntimamente relacionados con nuestra personalidad.
En las ciencias sociales se dice que hay una diferencia entre lo que la gente hace, lo que dice y lo que dice que hace. Por eso cuando hacemos investigación social nos fijamos no solo en el discurso, sino en el hecho. Y no solo en el hecho, sino en el contexto.
Todos tenemos desarrollos diferenciados en este aspecto. Algunos son capaces de sentir empatía por personas lejanas, mientras que otros solo piensan en sí mismos. Es un meme y estereotipo bien conocido el de las personas famosas que dan una limosna rodeados de cámaras, solo para mostrar que “ellos también pueden ser buenas personas”. Sea con buenas intenciones o no, eso es lo que se conoce como una buena campaña de relaciones públicas. Las personas tienen razones para desconfiar de ellas.
En las ciencias sociales se dice que hay una diferencia entre lo que la gente hace, lo que dice y lo que dice que hace. Por eso cuando hacemos investigación social nos fijamos no solo en el discurso, sino en el hecho. Y no solo en el hecho, sino en el contexto. También hemos descubierto que el discurso, aunque “sean solo palabras”, impulsa o inhibe el comportamiento social. Por eso cuando aumenta un discurso de odio, aumentan los crímenes de odio. Pero también encontramos discursos falsos o forzados, como cuando decimos cosas en contra de la violencia hacia la mujer, pero igual seguimos cometiendo crímenes contra las mujeres.
La diferencia entre la práctica y el discurso es fundamental, como así también la coherencia entre ambos. Aquí quiero retomar la noción de ALTERIDAD que discutí en mi anterior articulo (“Los de arriba y los de abajo”). La existencia de conceptos abstractos de comunidad cada vez más grandes es fundamental para poder ampliar nuestra capacidad de empatía hacia los demás. Por ejemplo, el concepto de HUMANIDAD es fundamental para poder reconocer a personas diferentes y lejanas como similares a nosotros mismos. Y por eso mismo es tan fundamental para los discursos de odio negarles a los demás su calidad de HUMANOS. Porque recién cuando comenzamos a ver a los demás como MONSTRUOS, RATAS, CERDOS y CUCARACHAS es que somos capaces de las peores atrocidades como seres humanos. Inclusive si tenemos una linda familia y unos hijos e hijas a los que adoramos y protegemos.
Es muy importante que los discursos sean sinceros para despertar empatía real. Porque los discursos vacíos son solo cubiertas convenientes para una hostilidad fundamental en nuestras acciones. Esto lo podemos ver con los discursos estatales a favor de las mujeres y de los pueblos indígenas que no son capaces de frenar las olas de criminalidad, la violencia y el despojo social. O el de los discursos institucionales como el de la iglesia que esconde los abusos sexuales a menores de parte de sacerdotes y religiosos.
También lo podemos ver con discursos socioculturales como el de la familia como núcleo central de la sociedad. Todos conocemos el estereotipo de la familia perfecta, donde los padres aman a sus hijos y los hijos a los padres, y de cómo los hermanos se ayudan entre si sin importar que. Pero todos sabemos también que eso no es real, o por lo menos no en todos los casos. Entonces encontramos a individuos atrapados entre un discurso idealizado y una realidad perversa. Por eso los discursos deben ir acompañados de acciones concretas para tener alguna posibilidad de convertirse en realidad.
La lealtad genera lealtad. Nosotros somos capaces de alterar nuestras percepciones y nuestra realidad. Nuestra mente tiene la capacidad de modelarse; eso es lo que se llama NEUROPLASTICIDAD. Aunque normalmente eso se da de manera inconsciente o a través de eventos traumáticos, podemos entrenarnos para ello. Por eso cuando digo que podemos entrenarnos para ampliar nuestro sentimiento de hermandad más allá de nuestro grupo inmediato, o incluso de nuestra propia humanidad (vean por ejemplo a los animalistas), me refiero a algo que nosotros, como personas, podemos asumir por nosotros mismos.