Una historia sobre la música, la política y su familia
Nilo Soruco, el chapaco que resistió con su “biblia” la dictadura fascista de Banzer



Cuando descendió del Jeep, custodiado por dos hombres de cuerpos recios, rostros impasibles y con armas en las manos, Nilo Soruco observó sobre esa extensa planicie de la pista aérea a cuatro siluetas de las que solo sus manos se movían zigzagueantes de un lado a otro.
Parpadeó un par de veces y en medio de esas nubes claras del cielo de la ciudad de El Alto se perdió en el rostro de su amada María Victoria. A su lado estaban sus hijas Zemlya, Sonia y Violeta.
“No llores, prenda, pronto volveré”, suspiró ya sentado en el avión pensando en todo lo que dejaba y todo lo que se iban con él a su exilio en Venezuela: el ‘partido’, la música, la familia, el río, el sol, su tierra.
La razón de la militancia de Soruco en el Partido Comunista tiene como respuesta inevitable, además de su compromiso social, a su amigo: Óscar Alfaro.
Esa habilidad espontánea de Alfaro para escribir sus versos, como en algún momento halagó Yolanda Bedregal, lo vinculó a Soruco en una amistad que solo se asemejaba a la de dos hermanos desde que se conocieron en 1951.
Fruto de ese vínculo los versos en papel de Alfaro se oían en las notas de la guitarra de Soruco.
“Lanzado por un cintillo cayó del cielo serrano…”, cantaban a todo pulmón ambos en la plaza El Molino, hoy Uriondo, donde ambos se reunían con sus cuadernos de notas, pentagramas y la guitarra.
En una de esas tardes/noches que se consumían entre poemas y notas musicales, Alfaro le contó a Soruco que el Partido Comunista “estaba siguiendo muy atento” sus intervenciones como dirigente de la Federación de Maestros Urbanos de Tarija y le invitó a sumarse a la militancia. Soruco aceptó sin dudar.
Tres años más tarde, en febrero de 1954, Soruco se casó con María Victoria luego de un enamoramiento que nació lejos del río Guadalquivir, allá en Sucre, cuando estudiaba en la normal de maestros donde se formó como profesor de música.
Junto con el nacimiento de sus tres hijas, también llegó el ascenso en la actividad sindical. En el Congreso de 1969, Soruco asumió la dirección nacional del Magisterio de Bolivia.
Entre la familia y los ampliados que le obligaban a largas estadías en La Paz, el maestro siempre hizo un espacio para las melodías forjadas con sus “yuntas” de Los Montoneros de Méndez.
Cuando en el país se respiraba los aires de un potencial cambio político con la presidencia del “general del pueblo” Juan José Torres, Los Montoneros de Méndez recibieron una invitación para dar un concierto en la entonces Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS).
En medio de esa gira, la primera de un grupo boliviano por la URSS, el coronel Hugo Banzer Suárez y los militares aliados, que meses antes encabezaron un motín, retomaron su objetivo de acabar con lo que ellos denominaban “el soviet boliviano” y el 21 de agosto de 1971 derrocaron a Torres y ocuparon Palacio Quemado.
Anoticiado, Soruco apremia su retorno al país a pesar de los “cacería” que se activó contra los dirigentes sociales y el ofrecimiento del Partido Comunista de la URSS para que se quede.
Llegó a El Alto los primeros días del mes de septiembre, ya con la cabellera crecida y una barba azabache. Pasó sin problemas por el control militar en la terminal aérea como integrante de Los Montoneros de Méndez. Un turista más, dijeron los milicianos.
Ya en La Paz, se declaró en la clandestinidad, sin dinero y solo apelando a la ayuda de los compañeros del ‘partido’ para subsistir, entre ellos Martha Serpa, quien le brindó alojamiento por una noche. Así pasó más de dos años.
El 22 de septiembre de 1973, José Soruco, su hermano menor ya abogado, le invitó a un almuerzo. Lo citó en su bufete ubicado en la calle Potosí, a medio día, a él y a varias personas. Soruco llegó a la hora acordada y se sentó en la sala de espera.
Mientras leía un periódico oyó el súbito freno de un auto en la calle. Ahí los vio por primera vez a esos hombres de cuerpos robustos, rostros impasibles y con armas en las manos.
“¡Don José, nos tiene que acompañar!”, gritaron. Soruco se quedó sentado en la sala, pero momento antes que dejen el lugar uno de ellos se dio la vuelta, lo miró fijamente y le dijo que también tenía que ir con ellos.
Sin saber, otro de los invitados al almuerzo que vio a Nilo y a José subir al Jeep, corrió tras ellos gritando que también tenía que ir con ellos. El coche se detuvo y se lo llevó a él más.
“En el auto José se desespera y en voz baja le dice a Nilo: ‘cuando pare en el semáforo vas a saltar porque si no a ti te van a hacer barbaridades’. Mi papá saltó a pesar de que el Jeep no se detuvo, pero cuando los tiras se dan cuenta gritan ‘pare o disparo’. Entones mi padre empieza a gritar: ‘soy Nilo Soruco, dirigente de los Maestros Urbanos de Bolivia, me están tomando preso’. Eso le salva la vida a mi papá”, cuenta Zemlya.
Apresados, José y Nilo son separados. A Nilo lo llevan a la Dirección de Orden Política (DOP), que estaba en el antiguo edificio de la Asamblea Legislativa Plurinacional (ALP), en la plaza Murillo, a la que se ingresaba por una puerta lateral muy pequeña.
Las barbaridades presagiadas por su hermano suceden. Nilo fue torturado por doce horas, le provocaron que uno de sus tímpanos explote, le rompieron dos costillas y sus manos fueron machacadas como para que nunca toque la guitarra.
La noticia del apresamiento de Nilo llegó antes que los periódicos a Tarija. María Victoria ni siquiera la pensó y tomó a sus hijas Sonia y Violeta y se fue a La Paz. Zemlya estaba en Cochabamba estudiando.
A su arribo a La Paz, María Victoria fue de forma directa al Ministerio del interior. Ahí, un coronel de apellido Loayza, imperioso, convertido en custodio de facto de los presos políticos, le tiró sobre el escritorio una carpeta con toda la información de su esposo.
Como siempre, María Victorio no bajó al cabeza, defendió a Nilo, su militancia en el Partido Comunista y su compromiso por la lucha del pueblo. También negó que estuviera vinculado a los grupos más radicales que resistían la dictadura y que no veían más opción que la lucha armada.
Tras varias horas, el coronel Loayza aceptó que vean a Nilo y las mandó a la DOP en la plaza Murillo.
María Victoria ingresó sola, Sonia y Violeta se quedaron en la plaza. Al igual que Nilo, su esposa fue torturada.
Luego de 10 horas, María Victoria salió por Sonia y Violeta para ir a ver a Nilo.
El cuerpo del maestro estaba tan maltratado que cuando violeta apenas le rozó para darle un abrazo éste dio un grito ensordecedor.
Mientras los soldados estaban aturdidos por él grito, Violeta le deslizó una hoja y un lápiz que Nilo guardó apresurado en el bolsillo del pantalón.
Al igual que en la libertad, Soruco encontró su refugio en la música. Se recordaba de los ríos de su tierra, del sol, de la fiesta tradicional chapaca y así nació El amor en danzas de tierra adentro.
Sin los medios para establecerse en La Paz, María Victoria decidió, con pesar, regresar con sus dos hijas a Tarija. Zemlya dejó sus estudios en Cochabamba y se mudó a La Paz. Se instaló en el Internado Bartolomé Attard.
El tiempo, la compañía y una guitarra mejoraron el aspecto de Soruco. Cuando le visitaba Zemlya hablan de su tierra, de la familia, de la vida en tiempos donde estaba prohibido pensar.
“Cuando yo lo visitaba me pedía leche y quinua para su desayuno, como la mayoría de los presos políticos lo hacía, además de cuadernos pentagramados. En una ocasión él me dice que le lleve una Biblia. Yo le respondí sorprendida: ‘papá tú eres comunista, además ¿qué Biblia te voy a traer?, ¿la católica?, ¿la latina?, ¿la romana?’. ‘No hijita’ - me contesta moviendo su muñeca hacia atrás - ‘para mí la biblia es Cien poemas para niños de Óscar Alfaro’”, recuerda Zemlya.
Con la muerte acechando a los presos políticos y más a los dirigentes sindicales, María Violeta decide buscar la manera de que Soruco salga al exilio, como meses antes lo hizo su cuñado José que se fue a Venezuela, nación que ofrecía asilo a quienes quisieran “salvar su vida”.
Luego de conseguir el dinero para comprar los pasajes de avión y convencer a los militares obtuvo la orden de salida. Evita que se lo rotule como terroristas y se acuerda el día y la hora para que se vaya a Venezuela.
Horas antes de su viaje, Soruco convenció a sus custodios para ir a comprar unos discos a la Evaristo Valle, pero cuando apenas descendió del coche, el entonces ministro de Agricultura, Alberto Natusch, lo vio y de inmediato reclamó al Ministerio del Interior de “por qué estaba caminando libre por la ciudad”.
El viaje fue suspendido y a Soruco lo trasladaron a otro reclusorio, lo aislaron y le suspendieron las vistas sin dar ni siquiera un reporte a la familia.
María Victoria, desesperada, logra la ayuda de una amistad que tenía en Ircalaya y que ocupaba un cargo en el gobierno de facto. Un día le llamó por teléfono y le dijo que un Jeep la recogerá a ella y a sus hijas. Y así fue.
El auto las trasportó hasta la extensa planicie del aeropuerto. Se pararon juntas, mirando hacía un imponente avión.
“Mi papá bajó del auto” – relata Zemlya – “no dejaron ni que nos acerquemos, solo movíamos las manos en señal de adiós. Los tiras estaban con las metralletas en las manos.Él lloraba. Mi papá dijo que ahí empezó a nacer La Caraqueña, porque estando ya en el avión mirándola a mi mamá dijo. ‘no llores, prenda, pronto volveré’, la primera frase, y ya cuando está en Venezuela en la noche de Navidad del 74 la canta completa”.