Adquirió el vicio desde muy joven
“Suelita”, un alcohólico salvado durante la pandemia en Tarija
Las bancas de la exterminal de Tarija se convirtieron en el segundo hogar de “Suelita”, un anciano de 81 años que toda su vida luchó y perdió contra el alcohol. Su familia no lo olvidó



En la zona de la exterminal todos lo conocían o alguna vez habían escuchado hablar de él, "Suelita" era el bebedor consuetudinario más amable del lugar, el único que tenía una familia que vez tras vez lo rescataba de en medio de cartones y basura. Pero la última vez fue en medio de la pandemia de la Covid-19.
Su historia es una de las pocas que existen, trágica, pero con un final feliz. Alberto Tavera Tavera nació en La Paz un 16 de junio, en medio de un camión que transportaba singani a granel. Su madre camargueña de cepa, había adquirido el oficio de vendedora de esta bebida y entre sus tantos viajes descubrió su barriga prominente, sería madre soltera.
El niño creció en medio de aguayos multicolores, acomodado en la espalda huesuda de doña Teresa y otras veces en medio de neumáticos de auxilio que llevaban aquellos camiones. Una vez que empezó la escuela, dejó su temprana vida viajera para vivir con su abuela en Camargo.
La pobreza incierta en la que vivían, pronto lo alejó de aquellas aulas improvisadas de adobe. Aprendió a escribir su nombre y contar los números, del uno al diez. A su corta edad, le tocó descubrir por qué tanta gente hablaba del "pueblo de perdición" y es que en aquellas tierras rojas los pudientes habían cultivado viñas inmensas y casi todos, niños, mujeres y ancianos se empleaban allí, produciendo vino y singani.
Por 1955, a sus 15 años, él ya había tenido unas tremendas borracheras, para "los más viejos" ver iniciarse a los más jóvenes en el trago era un verdadero espectáculo. Las tardes en aquel pago transcurrían igual, después de regar las viñas una fila larga se observaba afuera de la Hacienda Lourdes, allí recibían cada uno su jarra diaria de alcohol.
Allí en medio de las uvas, Alberto conoció a Candelaria, una mujer de pequeña estatura, pero con espíritu indomable. Él con sus 1.83 cm de altura cayó rendido a sus pies. Tuvieron siete hijos, pero ello no fue un impedimento para que él se hundiera más en el vicio característico de la zona.
"Nunca traía nada a la casa, su sueldo se lo quitaban a fin de mes por todo el vino fiado que sacaba de la bodega, que también era del patrón", relata su esposa, quien para mantener a su familia vendía pan por las madrugadas, era ayudante en una pensión al mediodía y en las tardes, corriendo, llegaba a trabajar en la viña.
Sus hijos mayores ya se habían puesto a trabajar con tan solo 12 y 10 años, pero ni así el dinero alcanzaba. Un día Candelaria sobó pan, tomó tres gallinas y con todos sus hijos emprendió rumbo a Tarija. Un mes después, Alberto también llegó.
Este nuevo inicio llenó de esperanza a la familia, pues su padre logró conseguir un trabajo de cargador en la vieja terminal de Tarija. La flota Copa Moya le pagaba 30 pesos a la semana por sus servicios. Aguantó dos semanas sobrio, después de ello no supieron de él hasta que fueron a buscarlo y lo encontraron durmiendo en una banca junto a otros parroquianos.
La situación fue la misma por años, sin embargo, el tiempo que permanecía bebiendo y sin trabajar pasó de días a meses. “Todos crecimos, no teníamos recuerdos de mi papá, solo mi hermana menor logró estudiar, los demás trabajamos para pagar el lotecito donde construimos nuestra casa, porque en Tarija no teníamos nada”, relata uno de sus hijos.
A sus 81, hace dos años atrás, Alberto seguía inmerso en su vicio, su cuerpo había aguantado accidentes de tránsito, rupturas de cabeza, días sin comer y cientos de noches recostado en un asfalto frío sin hallar siquiera un resfrío. Por ello, sus amigos le habían apodado “Suelita”, su aguante era impresionante.
La pandemia también había llegado a Tarija y hace más de cuatro meses este anciano ya no había vuelto a casa. El hijo que siempre dio cara por él, prometiéndose así mismo que sería la última vez, tomó un taxi a la exterminal y después de caminar unos minutos lo encontró allí.
“Suelita” tenía una barba prominente, temblaba del cuerpo entero y el costado de su rostro mostraba un color verde. Sus pies, que nunca se habían quitado las ojotas, estaban descalzos y el anciano sin poner resistencia como en otras oportunidades, subió al auto en silencio.
Su familia no encuentra una razón lógica a su cambio, pues desde allí a la fecha no volvió a consumir bebidas alcohólicas. Alberto, quien ahora maneja una bicicleta negra, en busca de pan para el día, recuerda que él pidió una oportunidad más, y que Dios lo escuchó en medio de la pandemia.
Consumo de alcohol en adultos mayores
Los problemas relacionados al consumo excesivo del alcohol en adultos mayores pueden ser frecuentes y comunes, pero poco se conoce y habla de ello. Muchas personas mayores sufren soledad y aislamiento, lo cual les induce a consumir alcohol como una forma de aliviar el sufrimiento de la situación. Otros, han convivido con la enfermedad por muchos años, sin poder recibir el tratamiento o ayuda correcta para solucionar la adicción.
Según la Encuesta Nacional sobre el Uso de Drogas y la Salud de 2018, más de una de cada 10 personas mayores informa haber bebido en exceso. Además, 1.6 por ciento de las personas mayores se les ha diagnosticado un trastorno por abuso de alcohol.