La soledad de la abuela Cris en la calle 9 de Tarija
Doña Cris. Así es como llaman los niños del barrio a una mujer de unos 70 años, que hace poco abrió una tienda pequeña en la zona de Palmarcito, allá por la avenida Gamoneda. Ya pasaron como tres años desde que el único lote baldío de la calle 9 empezó a tener vida. Una tarde de enero,...



Doña Cris. Así es como llaman los niños del barrio a una mujer de unos 70 años, que hace poco abrió una tienda pequeña en la zona de Palmarcito, allá por la avenida Gamoneda. Ya pasaron como tres años desde que el único lote baldío de la calle 9 empezó a tener vida. Una tarde de enero, con un camión no tan lleno, donde a simple vista se distinguía un catre, una mesa de madera y una heladera, apareció aquella vecina dispuesta a quedarse.
"Los geranios son plantas fuertes, solo se necesita plantas un tallito".[/caption] Con el paso del tiempo muchas cosas cambiaron en esa casa, como las nuevas flores de geranio que adornan su ventana o el pequeño lapacho que crece en su acera. Pero lo que permanece igual, es la soledad que delatan los ojos de doña Cristina Figueroa Rosado.
No es solo por el confinamiento del coronavirus que está así, o por el puma que dicen que anda suelto en la ciudad. La cuarentena en su vida empezó mucho antes, pues, no tiene a nadie cerca, vive en soledad. Al igual que ella, en el departamento de Tarija hay 4.979 adultos mayores que viven solos y representan el 21 por ciento de ese grupo etario, según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE).
La vida de doña Cris parecía un tanto misteriosa, hasta que el “encierro” por la pandemia reveló que ella vivía sola y apenas con Balú, un perro callejero que llegó a su portón pidiendo comida y que nunca más la abandonó. Su existencia no siempre fue tan solitaria. Alguna vez, en otra ciudad fue madre y tuvo un hijo. Vivía en un cuarto de alquiler que le hacía de sala, cocina y dormitorio, mientras trabajaba limpiando una oficina en un edificio de gente adinerada.
Como si la mala suerte estaría multiplicada, una enfermedad terminal le arrebató los ojos verdes que tanto amó. La muerte de Leonardo, su hijo, marcó un nuevo comienzo y la impulsó un 24 de septiembre del año 2017 a dejar la ciudad oriental y a tomar todos sus ahorros para emprender un viaje.
En lo que le permitió el dinero, construyó dos habitaciones: una de ellas, la más bonita, ahora es una tienda; pero la que siempre huele a canela y aún tiene piso de tierra, es su dormitorio. “Había sido tarijeña”, cuenta doña Esperanza Colodro, quien es la única que ha logrado cavar un poco en los recuerdos que acompañan esta historia.
Y es así, Cristina dejó Tarija cuando era solo una niña. Su sueño siempre fue regresar a la tierra que la vio nacer, tener una casa y mostrarles a sus nietos cada rincón que el tiempo le permitió conocer. Sin embargo, la vida la devolvió gastada y con un profundo dolor en el alma. Un celular de hace más de una década y que apenas cabe en la palma de su mano, descansa en su velador. Ahí tiene fotografías de varios niños, entre ellas, una chiquilla de vestido azul y coletas. “Ella es mi sobrinanieta”, apunta doña Cristina y al mismo tiempo intenta disimular el quiebre de su voz, por la emoción que siente al pensar en Marisol. Sentada en su cama habla de lo duro que es empezar desde cero a su edad.
Durante cuatro meses nadie había ido a visitarla. De repente con algo de orgullo, del “bueno”, mira hacia su tienda y aunque parezca difícil creer, ésta se convirtió en su compañera. “No sé si abro la tienda más por charlar o por vender”, y una carcajada se le escapa al mismo tiempo que termina la frase. “Marisol llegó el otro día con sopaipillas, la he recibido con un beso, aunque dicen que ya no hay que besarse. Le invité un tecito de canela y le mostré la tienda, le dije que me explique bien cómo es esto de la cuarentena y lo del bono que tengo que recibir”, comenta mientras su rostro se torna triste. “No la quise molestar diciéndole que me lo vaya a hacer fila al banco, ni le he reclamado por qué no viene más seguido. Algunas veces la llamo, pero ella no quiere contestar. Lo bueno es que le regalé, aunque sea un picadillito”.
Los vecinos cuentan que como ya es común, todos los días a las seis de la mañana ya se escucha una escoba, que con un ritmo singular limpia su acera con agua y lavandina. Suena una persiana y con seguridad la tienda de la calle 9 ya está abierta al público, ganando fama por ser la única donde se vende pan de La Victoria, el “original”. Entretanto la ciudad todavía duerme.
Al mirar la tienda, cualquiera se da cuenta que los pocos productos a la venta se encuentran esparcidos a propósito en toda la estantería, ella quiere mostrar un efecto de que está llena, sin embargo, es todo lo contrario. Comprar y pagar, son acciones que no llevan muchos minutos, pero para los vecinos de doña Cris, parece toda una experiencia que, hasta el más serio, vuelve a su casa con el mandado y una sonrisa.
“Entre los vecinos de la calle 9 hemos quedado de ir a comprarle a ella nomás las cosas, de esa forma le ayudamos a que se gane sus pesitos. Yo las tardes que puedo, me vengo a su tienda con mi termo y mi yerba a hacerle compañía. Nunca me voy a olvidar que mis nietos llegaban a mi casa con caramelos masticables, yo renegaba porque pensaba que se gastaban el cambio. Una vez les he llevado a la tienda a que devuelvan las golosinas, pero la Cristina les regalaba y desde ahí se ha hecho mi amiga”, comenta doña Esperanza Colodro, una mujer ya entrada en años, pero que tuvo una mejor suerte, al verse rodeada de cuatro hijos y seis nietos. Calles solitarias, militares rondando y sin niños jugando.
Quién diría que una tienda de barrio ayudaría a disipar la soledad, que parece va en aumento con cada día que se pasa en confinamiento. Con algunas canas blancas, una sonrisa gastada y la rapidez de sus movimientos, cualquiera diría que doña Cristina Figueroa Rosado no sobrepasa los 60 años. Siempre sentada junto a la mesa donde descansan los maples de huevos, se adelanta al saludo y conservando un acento medio camba todavía, da los buenos días al primer vecino que va a la tienda de la calle 9 en busca de pan de La Victoria y de una charla reconfortante.
La situación de los adultos mayores
Estudio del INE En Bolivia hay 155 mil adultos mayores que viven solos, representando el 29% de ese grupo etario, mientras que en el departamento de Tarija hay 4.979 en esa condición, equivalente a un 21 por ciento de ese sector, según el estudio post-censal del Adulto Mayor del Instituto Nacional de Estadística (INE). Vulneraciones Algunos son despojados de sus bienes por sus propios hijos, les quitan el dinero de su Renta Dignidad, otros mendigan en las calles, pero también hay quienes venden dulces en el centro de la ciudad. En los casos de vulneraciones a ese sector debe asistir el Servicio Departamental de Gestión Social (Sedeges), aunque no siempre está presente. Abuelos que trabajan El 53,8 por ciento de los adultos mayores de Tarija trabajan, de ese total un 70,5 por ciento son hombres y el porcentaje restante son mujeres. Sin embargo, este sector tiene mayor probabilidad de permanecer con un empleo en el mercado informal, según el estudio post-censal del Adulto Mayor del Instituto Nacional de Estadística (INE).