Crónicas de cuarentena: Abrir los ojos después de la pandemia
Mi hijo nació el 14 de febrero. Ese día se daba de alta al primer paciente con coronavirus en España y toda Europa hacía bromas con el virus chino. Nació con los ojos hinchados y reaccionando a la luz. Peleaba por ver. Al día siguiente de darle de alta se subió de amarillo y lo tuvimos...



Mi hijo nació el 14 de febrero. Ese día se daba de alta al primer paciente con coronavirus en España y toda Europa hacía bromas con el virus chino. Nació con los ojos hinchados y reaccionando a la luz. Peleaba por ver.
Al día siguiente de darle de alta se subió de amarillo y lo tuvimos que llevar a urgencias. Su primera noche fuera de casa la pasó con cuatro días de nacido, pero para entrar en la incubadora le pusieron ese antifaz que no le quitaban ni para darle pecho. Estuvo tres días sin ver.
Pasado el carnaval se registró el primer caso de coronavirus en Brasil, el 26 de febrero, y ya para entonces casi nadie hacía bromas en Europa. Los muertos empezaban a contarse por docenas en Italia.
Salió a su vacuna un día y a acompañar a su hermana al ballet otro día. El 10 de marzo se registraron los dos primeros casos de coronavirus en Bolivia. El 12 se suspendieron las clases. El 14 aún pudimos hacer su control. Desde entonces para encerrado en la casa sin salir. Su madre también, y eso es todavía más increíble.
Los días pasan lentos, o no tanto. Empiezan muy temprano y acaban muy tarde. Estoy engordando. No estoy leyendo. Mis trabajos no paran ni en Semana Santa y las noticias no son demasiado optimistas.
Las predicciones de lo que pasará después de la pandemia son cualquier cosa menos lo que nos gustaría que fueran. Imaginar un mundo de personas separadas, sin bares, sin viajes en avión, sin día de compadres, sin rostros sonrientes por la calle, sin conciertos, sin dar los buenos días en el micro… me da simplemente pavor.
Cuando era joven y vivía en otro lugar, dos aviones se estrellaron contra dos torres en Nueva York, y desde entonces nos acostumbramos al Gran Hermano, a dar todos nuestros datos a cada rato y a la guerra preventiva. Ahora veo militares y policías y políticos haciendo medicina.
Mi hijo nació luchando por abrir los ojos y lleva más tiempo de vida encerrado que libre. Me niego a creer que esto será así para siempre. Que la desconfianza se instalará como valor común. Me niego incluso a creer que conocerá un mundo siquiera igual al que yo conocí. “Aguarda – le susurro –, verás cosas mejores. Pero no dejes de luchar”.
Al día siguiente de darle de alta se subió de amarillo y lo tuvimos que llevar a urgencias. Su primera noche fuera de casa la pasó con cuatro días de nacido, pero para entrar en la incubadora le pusieron ese antifaz que no le quitaban ni para darle pecho. Estuvo tres días sin ver.
Pasado el carnaval se registró el primer caso de coronavirus en Brasil, el 26 de febrero, y ya para entonces casi nadie hacía bromas en Europa. Los muertos empezaban a contarse por docenas en Italia.
Salió a su vacuna un día y a acompañar a su hermana al ballet otro día. El 10 de marzo se registraron los dos primeros casos de coronavirus en Bolivia. El 12 se suspendieron las clases. El 14 aún pudimos hacer su control. Desde entonces para encerrado en la casa sin salir. Su madre también, y eso es todavía más increíble.
Los días pasan lentos, o no tanto. Empiezan muy temprano y acaban muy tarde. Estoy engordando. No estoy leyendo. Mis trabajos no paran ni en Semana Santa y las noticias no son demasiado optimistas.
Las predicciones de lo que pasará después de la pandemia son cualquier cosa menos lo que nos gustaría que fueran. Imaginar un mundo de personas separadas, sin bares, sin viajes en avión, sin día de compadres, sin rostros sonrientes por la calle, sin conciertos, sin dar los buenos días en el micro… me da simplemente pavor.
Cuando era joven y vivía en otro lugar, dos aviones se estrellaron contra dos torres en Nueva York, y desde entonces nos acostumbramos al Gran Hermano, a dar todos nuestros datos a cada rato y a la guerra preventiva. Ahora veo militares y policías y políticos haciendo medicina.
Mi hijo nació luchando por abrir los ojos y lleva más tiempo de vida encerrado que libre. Me niego a creer que esto será así para siempre. Que la desconfianza se instalará como valor común. Me niego incluso a creer que conocerá un mundo siquiera igual al que yo conocí. “Aguarda – le susurro –, verás cosas mejores. Pero no dejes de luchar”.