El misterioso caso del paciente 0 en Tarija que (parece) no dejó ningún contagiado
A los diez minutos de circular por los caminos de piedra, matorrales verdes y churquis que van estrechando el paso, uno no puede entender cómo el maldito virus del que hablan día y noche las televisiones ha podido llegar a alterar la vida en este paraje donde el tiempo parece detenido desde...
A los diez minutos de circular por los caminos de piedra, matorrales verdes y churquis que van estrechando el paso, uno no puede entender cómo el maldito virus del que hablan día y noche las televisiones ha podido llegar a alterar la vida en este paraje donde el tiempo parece detenido desde hace unas décadas.
Hace una semana, las Tolomosas, Churquis, Pantipampa, Pampa Redonda y hasta Guerrahuayco eran un hervidero de corrillos, rumores, cálculos y, sobre todo, miedo. Una semana después, en una tarde gris de primeros de abril, las comunidades del sur de Tarija han vuelto a su peculiar rutina, aunque el tema del coronavirus sigue en las conversaciones.
En estos lares no es difícil mantener la distancia social, cada uno en su chacra todo el día hasta que el sol empieza a caer. Después, pequeñas reuniones alrededor de unas mini sodas agazapados sobre un tronco al pie del camino; charlas alrededor de un vehículo en reparación o visitas para hacer el aguante al que apura el reloj juntando los últimos ladrillos. Si lo que dicen los expertos mundiales es cierto, ya han pasado los quince días desde que se entró en supuesto contacto con el virus en los que alguien debería haber manifestado síntomas.
En el Centro de Salud de Pampa Redonda creen que lo peor ha pasado, pero no pueden bajar la guardia. Tienen barbijos y gorros, un trapo con lejía cruzado en la puerta, dos baldes con agua y alcohol en gel. Como tardan los protectores oculares se están fabricando unos con botellas de Fanta.
El centro se construyó a toda prisa en los años de bonanza y quedó a medio pintar, por lo que las lluvias lo han lavado y parece envejecido, con todo, es un amplio edificio con varios cuartos y personal dedicado de verdad. En provincias se encuentran doctores de primera. Aquí han estirado turno para tener al menos 12 horas de atención. No tienen ambulancia, pero sí un quadratrack que les permite llegar a los rincones más perdidos del valle: “Aquí son como 600 personas, pero la mayoría son adultos mayores a los que se les hace seguimiento en sus propias casas”.
Control exhaustivo y silencioso
En Pampa Redonda, hay 23 personas en una lista a las que se les hace especial seguimiento. Son las que estuvieron el primer día de misa del padre franciscano, que acabó siendo el primer contagiado por coronavirus y al que la efervescencia del miedo en barrios y comunidades le hizo perder incluso su intimidad como enfermo. Solo una ha dado síntomas en los 14 días posteriores, a la que se le ha hecho la prueba y ha resultado descartado. El resto no ha presentado ninguna, pero nadie es demasiado optimista. “Parece que no saludó a nadie y se lavó bien, y que se tuvo que ir rápido a esa reunión con el obispo”.
La Organización Mundial de la Salud calcula que un 25 por ciento de los pacientes pueden ser asintomáticos, en Veneto, la región que mejor ha enfrentado la crisis en Italia, calculan sin embargo que puede llegar al 50 o 70 por ciento entre la población en edad activa. Hombres y mujeres que sin presentar ningún síntoma trabajan normalmente pero distribuyen la enfermedad. Ese miedo está ahí.
De Pampa Redonda a Tolomosa, con vuelta incluida por los caseríos de Churquis, apenas se mueven un par de chapacas en solitario volviendo de su tierra, una vagoneta del municipio y media docena de niños sin barbijo trepando entre las piedras. Los dirigentes prefieren no hablar. Ni bien se confirmó el positivo del párroco franciscano encargado pastoralmente de toda esa zona, los comunarios clamaron al cielo en una reacción que se ha vuelto más típica de lo esperable en Bolivia, los dirigentes entonces canalizaron la furia hacia el Servicio Departamental de Salud (Sedes) a quien le demandaron una mayor atención. Lo cierto es que el protocolo del Gobierno es claro: Sin síntomas evidentes, no hay pruebas; sin pruebas, solo hay observación domiciliaria con la recomendación de cuarentena estricta para quien estuvo en contacto con algún positivo… pero los resultados evidencian que nunca son tan estrictos.
En Tolomosa la doctora no está y la doctorita y la enfermera no pueden dar declaraciones, pero la situación es muy similar a Pampa Redonda: cuadratrack en la puerta, lista de observados, remisión de pánico tras una semana de nervios y desinfecciones varias. Los barbijos brillan por su ausencia más allá del centro de salud entre los que asoman por alguna esquina o algún balcón, las calles están desiertas, aunque cualquier día laboral es parecido.
Ni siquiera en las comunidades tienen muy claro el itinerario del párroco. Los de este lado dicen que compartió almuerzo en Guerrahuayco con los comunarios; allá solo saben que dos vecinas estuvieron en la misa de Tolomosita uno de esos días cuando todavía se podía, y que ambas asistieron al centro de salud a hacerse atender. Ambas están tranquilas en sus casas y no han manifestado síntoma alguno, aunque una de las enfermeras del centro dice que su marido se le “ha aislau” y que hasta sus hijos han renegado por cumplir su misión de auxilio en el centro de salud. Una semana después es capaz de bromear, pero se hizo duro al principio. Eso sí, no dejó un día de estar al pie del cañón.
En Guerrahuayco sí hay ambulancia, pero no doctor en la tarde, pues lo han destinado al control en las trancas. El flujo de gente bajó al principio pero se ha recuperado, y aunque todo el mundo bromea con los nuevos protocolos, haciendo fila en el patio, lavándose las manos a cada rato, etc., todos entienden que es necesario.
Bajar la guardia no está en los planes de unas comunidades que son vitales para la alimentación de la capital y que están conformadas por familias campesinas ya mayores de las que tampoco se permiten ir al médico con demasiada frecuencia. Tampoco para sus profesionales en los centros de salud. De momento no ha habido más contagios ni más positivos y más allá de que se hagan pocas pruebas, la consigna es resistir.
Hace una semana, las Tolomosas, Churquis, Pantipampa, Pampa Redonda y hasta Guerrahuayco eran un hervidero de corrillos, rumores, cálculos y, sobre todo, miedo. Una semana después, en una tarde gris de primeros de abril, las comunidades del sur de Tarija han vuelto a su peculiar rutina, aunque el tema del coronavirus sigue en las conversaciones.
En estos lares no es difícil mantener la distancia social, cada uno en su chacra todo el día hasta que el sol empieza a caer. Después, pequeñas reuniones alrededor de unas mini sodas agazapados sobre un tronco al pie del camino; charlas alrededor de un vehículo en reparación o visitas para hacer el aguante al que apura el reloj juntando los últimos ladrillos. Si lo que dicen los expertos mundiales es cierto, ya han pasado los quince días desde que se entró en supuesto contacto con el virus en los que alguien debería haber manifestado síntomas.
En el Centro de Salud de Pampa Redonda creen que lo peor ha pasado, pero no pueden bajar la guardia. Tienen barbijos y gorros, un trapo con lejía cruzado en la puerta, dos baldes con agua y alcohol en gel. Como tardan los protectores oculares se están fabricando unos con botellas de Fanta.
El centro se construyó a toda prisa en los años de bonanza y quedó a medio pintar, por lo que las lluvias lo han lavado y parece envejecido, con todo, es un amplio edificio con varios cuartos y personal dedicado de verdad. En provincias se encuentran doctores de primera. Aquí han estirado turno para tener al menos 12 horas de atención. No tienen ambulancia, pero sí un quadratrack que les permite llegar a los rincones más perdidos del valle: “Aquí son como 600 personas, pero la mayoría son adultos mayores a los que se les hace seguimiento en sus propias casas”.
Control exhaustivo y silencioso
En Pampa Redonda, hay 23 personas en una lista a las que se les hace especial seguimiento. Son las que estuvieron el primer día de misa del padre franciscano, que acabó siendo el primer contagiado por coronavirus y al que la efervescencia del miedo en barrios y comunidades le hizo perder incluso su intimidad como enfermo. Solo una ha dado síntomas en los 14 días posteriores, a la que se le ha hecho la prueba y ha resultado descartado. El resto no ha presentado ninguna, pero nadie es demasiado optimista. “Parece que no saludó a nadie y se lavó bien, y que se tuvo que ir rápido a esa reunión con el obispo”.
La Organización Mundial de la Salud calcula que un 25 por ciento de los pacientes pueden ser asintomáticos, en Veneto, la región que mejor ha enfrentado la crisis en Italia, calculan sin embargo que puede llegar al 50 o 70 por ciento entre la población en edad activa. Hombres y mujeres que sin presentar ningún síntoma trabajan normalmente pero distribuyen la enfermedad. Ese miedo está ahí.
De Pampa Redonda a Tolomosa, con vuelta incluida por los caseríos de Churquis, apenas se mueven un par de chapacas en solitario volviendo de su tierra, una vagoneta del municipio y media docena de niños sin barbijo trepando entre las piedras. Los dirigentes prefieren no hablar. Ni bien se confirmó el positivo del párroco franciscano encargado pastoralmente de toda esa zona, los comunarios clamaron al cielo en una reacción que se ha vuelto más típica de lo esperable en Bolivia, los dirigentes entonces canalizaron la furia hacia el Servicio Departamental de Salud (Sedes) a quien le demandaron una mayor atención. Lo cierto es que el protocolo del Gobierno es claro: Sin síntomas evidentes, no hay pruebas; sin pruebas, solo hay observación domiciliaria con la recomendación de cuarentena estricta para quien estuvo en contacto con algún positivo… pero los resultados evidencian que nunca son tan estrictos.
En Tolomosa la doctora no está y la doctorita y la enfermera no pueden dar declaraciones, pero la situación es muy similar a Pampa Redonda: cuadratrack en la puerta, lista de observados, remisión de pánico tras una semana de nervios y desinfecciones varias. Los barbijos brillan por su ausencia más allá del centro de salud entre los que asoman por alguna esquina o algún balcón, las calles están desiertas, aunque cualquier día laboral es parecido.
Ni siquiera en las comunidades tienen muy claro el itinerario del párroco. Los de este lado dicen que compartió almuerzo en Guerrahuayco con los comunarios; allá solo saben que dos vecinas estuvieron en la misa de Tolomosita uno de esos días cuando todavía se podía, y que ambas asistieron al centro de salud a hacerse atender. Ambas están tranquilas en sus casas y no han manifestado síntoma alguno, aunque una de las enfermeras del centro dice que su marido se le “ha aislau” y que hasta sus hijos han renegado por cumplir su misión de auxilio en el centro de salud. Una semana después es capaz de bromear, pero se hizo duro al principio. Eso sí, no dejó un día de estar al pie del cañón.
En Guerrahuayco sí hay ambulancia, pero no doctor en la tarde, pues lo han destinado al control en las trancas. El flujo de gente bajó al principio pero se ha recuperado, y aunque todo el mundo bromea con los nuevos protocolos, haciendo fila en el patio, lavándose las manos a cada rato, etc., todos entienden que es necesario.
Bajar la guardia no está en los planes de unas comunidades que son vitales para la alimentación de la capital y que están conformadas por familias campesinas ya mayores de las que tampoco se permiten ir al médico con demasiada frecuencia. Tampoco para sus profesionales en los centros de salud. De momento no ha habido más contagios ni más positivos y más allá de que se hagan pocas pruebas, la consigna es resistir.