Cinco años sin Cristian, un caso que desnuda la Justicia
Han pasado cinco años desde que el periodista Cristian Mariscal desapareció. La frase hecha es “sin dejar rastro”, pero lo cierto es que dejó muchos, pero todos se arruinaron. A la fecha no hay imputados, ni hay investigadores asignados al caso, no hay pericias en marcha y penas queda en...



Han pasado cinco años desde que el periodista Cristian Mariscal desapareció. La frase hecha es “sin dejar rastro”, pero lo cierto es que dejó muchos, pero todos se arruinaron. A la fecha no hay imputados, ni hay investigadores asignados al caso, no hay pericias en marcha y penas queda en el Ministerio Público algún fiscal que tuvo conocimiento cercano del caso; lo mismo en la unidad de investigaciones de la Fuerza Especial de Lucha Contra el Crimen. Ni el Fiscal Departamental, ni el General ni los Comandantes de la Policía son los mismos que entonces.
Negligencia
El caso Mariscal ha estado desde el inicio plagado de contradicciones y negligencias, errores que costaron mucho, que arruinaron pruebas y que impidieron conocer la versión real de los hechos.
La historia – en formato breve - arranca a la salida de la discoteca donde trabajaba, cuando una cámara lo captó por última vez, jugaba con las llaves de su auto. Cristian fue a casa de su expareja, con quien había terminado la relación hacía unas semanas. Gabriela Torres Araoz le negó el acceso a su dormitorio. Ella cambió después dos veces su declaración sobre el grado de alcoholismo que tenía el periodista cuando lo acompañó a la puerta de su auto, desde donde dice se marchó.
Primero dijo que estaba muy ebrio, pero ni las imágenes del video, ni las declaraciones de quienes compartieron unas cervezas esa noche con él coincidían. Tampoco hubiera quedado muy claro cómo encajaba el hecho de que supuestamente hubiera llegado en tiempo récord a orillas del lago San Jacinto, donde un perito condenado por usurpador, certificó después que realizó supuestamente sus últimas llamadas.
Luego la Policía encontró hasta 13 manchas de sangre en el trayecto que va de la puerta de Gabriela a la puerta de la casa por la que salió Cristian. Manchas que fueron limpiadas y pintadas según testificó el pintor que fue empleado ese mismo domingo en el que Cristian desapareció. De nada sirvieron las pruebas recolectadas, pues se arruinaron en un extraño tránsito entre el ITCUP Policial y el laboratorio fiscal del IDIF, mientras peleaban competencias. Competencias que quedaron en nada.
Los abogados de Mariscal jalaron otro hilo. El de los más de 60 mensajes intercambiados esa madrugada de la desaparición entre Gabriela Torres y su enamorado del momento, Grover Carranza, ambos operadores del TAM. Varios meses después se ordenó una pericia.
El perito contratado en Sucre para tal efecto, Facundo Olascoaga, nunca terminó la pericia, los abogados de Mariscal le acusan de haberla negociado. Entretanto, otro fiscal, Roberto Ramírez de Chuquisaca, ordenó un allanamiento a las oficinas de Olascoaga que acabaron por arruinar todo el material secuestrado.
El único dato que dejó Olascoaga fue una triangulación de llamadas que indicaron un punto en torno a San Jacinto, donde supuestamente se hicieron las últimas llamadas desde el teléfono de Mariscal. La familia lo consideró improbable.
A pocos kilómetros de ese punto se encuentra uno de los moteles de Melgar Mustafá. Su nombre saltó asociado a la venta del vehículo de Mariscal con el que desapareció. El mismo Suzuki Samurai, con la misma placa y el mismo registro del B-Sisa fue identificado en una comunidad de Santa Cruz.
El auto había estado parado durante todo el año, hasta que en agosto cargó tres veces gasolina en la semana de la Festividad de la Virgen de Urkupiña, en varios surtidores del trayecto hacia Cochabamba. Como si alguien se hubiera prestado el motorizado sin saber del caso.
La Agencia Nacional de Hidrocarburos tuvo registro de la placa en agosto de 2014. Incluso existieron videos. Pero no fue hasta que Plus TV, en enero de 2015, dio con esta documentación que el Ministerio Público actuó. Eso sí. En una semana se detuvo a Melgar Mustafá.
Jaime Mariscal, fallecido agotado en 2016, describió junto a su pariente mecánico varias soldaduras que habían hecho en el carro, marcas como cicatrices, casi únicas. Pero el tema entró en una sucesión de audiencias y burocracias, paranoias de vehículos clonados y placas dobladas hasta que el juez desestimó la prueba.
Desde entonces nada se ha avanzado; cumplida la fecha, el entonces fiscal departamental Gilbert Muñoz cumplió con el procedimiento y liberó a los imputados. El caso pasó a ser un misterio sin resolver y la familia quedó sin descanso, la herida aún no se ha cerrado.
“Sin cuerpo no hay delito”
“Sin cuerpo no hay delito” repetía Rafael Gómez, abogado de la primera imputada, la exnovia Gabriela Torres Araoz. Gómez era también hermano de la pareja de la madre de Torres en ese entonces y que esa noche estaba precisamente en la casa. Solo ellos tres saben exactamente lo que sucedió aquella noche en aquel domicilio.
En Tarija, sin embargo, han corrido decenas de teorías. No hay taxista o casera que una vez identifique a algún periodista de El País o de Plus que no pregunte por Mariscal, un periodista que se hizo querer por su cercanía a los problemas corrientes de la población.
A pedido de la familia, el diario El País retiró el contador de recuerdo de días sin noticias, sin embargo el asunto sigue formando parte del trabajo y la reivindicación diaria.
Negligencia
El caso Mariscal ha estado desde el inicio plagado de contradicciones y negligencias, errores que costaron mucho, que arruinaron pruebas y que impidieron conocer la versión real de los hechos.
La historia – en formato breve - arranca a la salida de la discoteca donde trabajaba, cuando una cámara lo captó por última vez, jugaba con las llaves de su auto. Cristian fue a casa de su expareja, con quien había terminado la relación hacía unas semanas. Gabriela Torres Araoz le negó el acceso a su dormitorio. Ella cambió después dos veces su declaración sobre el grado de alcoholismo que tenía el periodista cuando lo acompañó a la puerta de su auto, desde donde dice se marchó.
Primero dijo que estaba muy ebrio, pero ni las imágenes del video, ni las declaraciones de quienes compartieron unas cervezas esa noche con él coincidían. Tampoco hubiera quedado muy claro cómo encajaba el hecho de que supuestamente hubiera llegado en tiempo récord a orillas del lago San Jacinto, donde un perito condenado por usurpador, certificó después que realizó supuestamente sus últimas llamadas.
Luego la Policía encontró hasta 13 manchas de sangre en el trayecto que va de la puerta de Gabriela a la puerta de la casa por la que salió Cristian. Manchas que fueron limpiadas y pintadas según testificó el pintor que fue empleado ese mismo domingo en el que Cristian desapareció. De nada sirvieron las pruebas recolectadas, pues se arruinaron en un extraño tránsito entre el ITCUP Policial y el laboratorio fiscal del IDIF, mientras peleaban competencias. Competencias que quedaron en nada.
Los abogados de Mariscal jalaron otro hilo. El de los más de 60 mensajes intercambiados esa madrugada de la desaparición entre Gabriela Torres y su enamorado del momento, Grover Carranza, ambos operadores del TAM. Varios meses después se ordenó una pericia.
El perito contratado en Sucre para tal efecto, Facundo Olascoaga, nunca terminó la pericia, los abogados de Mariscal le acusan de haberla negociado. Entretanto, otro fiscal, Roberto Ramírez de Chuquisaca, ordenó un allanamiento a las oficinas de Olascoaga que acabaron por arruinar todo el material secuestrado.
El único dato que dejó Olascoaga fue una triangulación de llamadas que indicaron un punto en torno a San Jacinto, donde supuestamente se hicieron las últimas llamadas desde el teléfono de Mariscal. La familia lo consideró improbable.
A pocos kilómetros de ese punto se encuentra uno de los moteles de Melgar Mustafá. Su nombre saltó asociado a la venta del vehículo de Mariscal con el que desapareció. El mismo Suzuki Samurai, con la misma placa y el mismo registro del B-Sisa fue identificado en una comunidad de Santa Cruz.
El auto había estado parado durante todo el año, hasta que en agosto cargó tres veces gasolina en la semana de la Festividad de la Virgen de Urkupiña, en varios surtidores del trayecto hacia Cochabamba. Como si alguien se hubiera prestado el motorizado sin saber del caso.
La Agencia Nacional de Hidrocarburos tuvo registro de la placa en agosto de 2014. Incluso existieron videos. Pero no fue hasta que Plus TV, en enero de 2015, dio con esta documentación que el Ministerio Público actuó. Eso sí. En una semana se detuvo a Melgar Mustafá.
Jaime Mariscal, fallecido agotado en 2016, describió junto a su pariente mecánico varias soldaduras que habían hecho en el carro, marcas como cicatrices, casi únicas. Pero el tema entró en una sucesión de audiencias y burocracias, paranoias de vehículos clonados y placas dobladas hasta que el juez desestimó la prueba.
Desde entonces nada se ha avanzado; cumplida la fecha, el entonces fiscal departamental Gilbert Muñoz cumplió con el procedimiento y liberó a los imputados. El caso pasó a ser un misterio sin resolver y la familia quedó sin descanso, la herida aún no se ha cerrado.
“Sin cuerpo no hay delito”
“Sin cuerpo no hay delito” repetía Rafael Gómez, abogado de la primera imputada, la exnovia Gabriela Torres Araoz. Gómez era también hermano de la pareja de la madre de Torres en ese entonces y que esa noche estaba precisamente en la casa. Solo ellos tres saben exactamente lo que sucedió aquella noche en aquel domicilio.
En Tarija, sin embargo, han corrido decenas de teorías. No hay taxista o casera que una vez identifique a algún periodista de El País o de Plus que no pregunte por Mariscal, un periodista que se hizo querer por su cercanía a los problemas corrientes de la población.
A pedido de la familia, el diario El País retiró el contador de recuerdo de días sin noticias, sin embargo el asunto sigue formando parte del trabajo y la reivindicación diaria.