Día Internacional de los Archivos
Archivos de Tarija: de folios reales a envoltorios de chicharrón
En el Día Internacional de los Archivos, revisamos la historia de cómo documentos coloniales con sellos del Rey de España terminaron envolviendo comida callejera, y el largo camino para rescatar la memoria tarijeña.



En Tarija, durante décadas, documentos coloniales con el sello del Rey de España fueron utilizados para envolver comida. No se trata de una figura retórica, sino de un hecho registrado en el número 783 del suplemento Cántaro, donde se relata que “valiosísimos documentos desde la época de La Colonia y posteriores [...] eran negociados por empleados subalternos [...] que con una marcada ignorancia, los vendían por arrobas a las comercializadoras de ‘chicharrón con mote’”.
Renace la conciencia histórica
Ordenanzas reales, registros fundacionales y títulos de tierras, traídos desde España, fueron usados como envoltorios, en tiempos donde no existían utensilios desechables. Esa pérdida de patrimonio motivó a un grupo de instituciones tarijeñas a impulsar, en 1986, la creación del Archivo Histórico Departamental. El convenio, firmado el 31 de octubre por el prefecto José Vaca Garzón, el rector de la Universidad Autónoma “Juan Misael Saracho”, Mario Ríos Araoz, y otros actores, reconocía “la urgente necesidad de contar en la región con una fuente documental histórica”.
El archivo se instaló en la Casa Dorada y fue organizado por la profesora Zoila Espinoza de Valenzuela desde marzo de 1987. Pese a trabajar durante dos años y siete meses, solo recibió seis meses de salario: tres de la Alcaldía y tres de la Corporación Regional de Desarrollo. El resto lo hizo ad honorem. Finalmente, tuvo que renunciar en 1989, lo que llevó al cierre del archivo.
Se va la segunda
Recién en 1998 se logró reabrirlo, esta vez bajo la resolución 134/98 impulsada por el prefecto Óscar Zamora Medinaceli. El Dr. Renán Reynoso asumió la dirección y se capacitó en archivística. Entre los documentos preservados por Espinoza destacaban registros de venta de esclavos, manuscritos firmados por Luis de Fuentes y Vargas sobre distribución de tierras, y menciones frecuentes a Manuela Rojas, esposa del Mariscal Sucre. “Hoy un establecimiento educativo de San Lorenzo lleva el nombre de Julio Sucre, nieto del Mariscal de Ayacucho”, recordaba un informe de la ANF en 1999.
Espinoza advertía, sin embargo, que muchos documentos con el sello del Rey están “en manos de personas particulares o bien en universidades del exterior, tanto en Sevilla como en Bloomington-Indiana (Estados Unidos)”, dejando claro que el archivo sigue incompleto. Décadas de ausencia de políticas de conservación derivaron en una dispersión patrimonial.
Reconocimiento tardío
En 2024, el Archivo Histórico fue bautizado como “Eduardo Trigo O’Connor d’Arlach”, en honor al diplomático, abogado e historiador tarijeño fallecido en 2022. En la ceremonia, su hijo pidió recordarlo “como un hombre bueno que lo fue en la plenitud de la palabra”, subrayando que su accionar jamás buscó el interés personal.

Actualmente, el archivo funciona de lunes a viernes, en horario continuo, en la casona colonial que perteneció al héroe independentista Francisco Burdett O’Connor, hoy declarada Monumento Nacional. Su acervo abarca documentos entre 1535 y principios del siglo XX, y cuenta con 30.000 placas fotográficas, una hemeroteca, biblioteca y salas dedicadas a los fondos coloniales y republicanos. También aloja una exposición fotográfica patrimonial, cultural y artística, nutrida con imágenes tomadas desde 1920 por el fotógrafo Alejandrino Pérez.
De los puestos de comida a las llamas
No todas las pérdidas fueron resultado de la ignorancia popular. En 1993, el Palacio de Justicia decidió incinerar documentos históricos para “desocupar espacio”. Dos camionetas cargadas de expedientes fueron llevadas a las afueras de la ciudad y quemadas. La justificación oficial fue que se trataba de papeles “destrozados por las inundaciones”, sin valor histórico. Pero la realidad fue otra.

El historiador Wilson Mendieta Pacheco expresó su indignación desde Presencia Literaria: “Los documentos, a medida que pasa el tiempo adquieren mayor importancia, más aún en regiones como Tarija, donde todavía no se ha logrado organizar un Archivo Histórico”. Eric Langer, académico estadounidense que había trabajado meses antes en la selección de documentos para un documental, tampoco ocultó su enojo.
Problemas de espacio (urbano)
En 2005, la Corte Superior del Distrito trasladó parte de sus archivos al Valle de Concepción, a 15 kilómetros de la ciudad, por falta de espacio. El entonces presidente de la Corte, Edgar Azurduy Salinas, reconocía el problema: “Imagínense, estamos mandando a una provincia parte de nuestros archivos”. Con más de 150 mil causas archivadas, el traslado dificultó el acceso y comprometió la conservación adecuada.

El caso del archivo franciscano
Fundado en 1606, el Centro Eclesial de Documentación del Museo Franciscano ha preservado sin interrupciones la memoria de cuatro siglos. Alberga más de 15.000 libros y manuscritos, muchos traídos “a lomo de burro”, y producidos por las misiones en sus incursiones evangelizadoras en el Chaco y el oriente.

“Si hablamos de historia en Tarija, tenemos que hablar de los franciscanos”, afirma Yamil Ortega, responsable de marketing del museo. Entre sus piezas más valiosas figuran las crónicas del padre Alejandro Corrado (1884) y del padre Giannecchini (1898), que relatan la acción del Colegio de Propaganda Fide y defienden la identidad de los pueblos originarios frente al avance estatal.

El archivo trabaja en un nuevo sistema de catalogación. Preserva los documentos en archivadores clasificados por número de fojas, alojados en cajas. Para su digitalización, se emplea un sistema fotográfico en lugar del escaneo tradicional, garantizando la portabilidad y preservación.

El desafío permanente de la historia
“Hasta la frágil hoja de papel dura más que la existencia”, escribió Tomás O’Connor d’Arlach en 1883. Su sentencia resume el dilema tarijeño entre el olvido y la memoria. Mientras algunos documentos fueron reducidos a humo o usados como servilletas, otros sobrevivieron gracias al compromiso de personas que entendieron que sin archivos no hay historia, y sin historia no hay identidad.
Hoy, Tarija cuenta con instituciones fundamentales como el Archivo Histórico “Eduardo Trigo O’Connor d’Arlach”, el archivo franciscano y centros archivísticos en provincias. Pese a la dispersión, la memoria sigue viva.
Y quien sabe cuántas frágiles hojas siguen esperando entre paredes, en tomos de libros contables, en cartas y archivos personales, aguantando la negligencia y guardando en silencio los secretos que, en estos tiempos de inmediatez y viralidad, podrían asentar mejor la indigestión de nuestra identidad, nuestra existencia, y nuestro devenir, antes que el tiempo nos devore. Buen provecho.