Dos veces enterrado: la historia de Fernando Ortega León (1/2)
El padre de Olga Ortega Núñez, mejor conocida como Sacha Sawila, fue desalojado del Cementerio General de Tarija.
I
Los huesos de Fernando esperan en una bolsa de plástico en la dirección del Cementerio General. Su hija, Olga, Sacha, está organizando su inesperado segundo entierro. Ella se fue a vivir a la Argentina a finales de 1981, cuando era una muchacha. “Cuanto más lejos están los padres, uno tiene que ir a verlos todos los años”, dice Sacha. Dieciséis años después, Fernando ya no la esperaba más. Ella no se pudo despedir. Con el tiempo, las cosas se organizaron de tal manera que Sacha dejó a un familiar la instrucción de pagar el alquiler del espacio de descanso para su padre. Octubre de 2024, la crisis es la crisis, las deudas obligan, y la falta de pago hace que los funcionarios del cementerio desalojen al deudor para poner a otro inquilino en su lugar.
Sacha estaba por regresar a Buenos Aires, luego de una visita habitual a la casa materna, cuando surgió el problema. “Yo fui a despedirme de mi papá con mi prima, y vemos que ya no está, hay otra persona. Mi prima me dice, ‘no, yo fui la semana pasada, le puse flores’. Es una mujer muy extrovertida, y va y les dice, ‘¿dónde está? ¡Por favor, me lo tienen que entregar a mi tío!’. Nos llevaron a la oficina, nos hablaron. Así es en la ciudad, nosotros tenemos que pagar y, si no, te lo tiran”. La prisa de Sacha la orillaba a encontrar una solución rápida en el crematorio, pero una de sus parientes le advirtió: “Quemar es borrar tu memoria, la memoria de tus ancestros”.
II
Fernando Ortega León nació en la segunda década del siglo pasado. Fue hijo de dos campesinos que prefirieron deambular antes que trabajar para un arrebatador de tierras. Se prestaron dinero para empezar de nuevo en otra propiedad. Desde los once años en adelante, a Fernando y sus hermanos les tocó sumar fuerza de trabajo al pago de intereses interminables. “Mi abuelita iba en sus mulas a vender bebidas en las fiestas patronales de pueblitos muy ancestrales”, cuenta Sacha. En esas andanzas, la señora conoció a un hacendado al que le quedaba una hija, pues la otra ya había sido entregada en matrimonio.
Orgulloso de su ascendencia española y temeroso de la soledad, el caballero buscaba un hombre para su hija, uno que no pudiera llevársela a ningún lado. “Mi abuelita le contó que eran pobres, tenían deudas y muchos hijos varones”. El hombre le propuso entregar a uno de sus hijos, quien se quedaría con todo lo que él poseía. Fernando fue escogido como marido, aunque andaba de novio con la hija de un minero. El hombre aguantó dos años, hasta que Fernando supo en una carta que su madre sería encerrada si él no cumplía el trato. “Mi papá se casó, rodeado de un puñado de personas pudientes, con una mujer sofisticada que tenía personalidad”.
III
La esposa de Fernando era una señora muy sociable. “Mi papá era interesante también, muy extrovertido, muy amable”. La pareja tuvo tres hijos, pero lamentablemente la madre murió joven. Los parientes y la comunidad preguntaban a Fernando, “y ahora, ¿qué vas a hacer?”, y él sólo atinaba a hundirse más en la pena. El hacendado enderezó las cosas: “Vos eres el dueño, vos tienes que hacer que esto pueda permanecer en buen estado. Me tienes que dar tu palabra”. Y Fernando la dio. Entonces, la palabra era el honor.
La comunidad pedía a Fernando que eligiera otra mujer para asumir la atención y el cuidado de los hijos, pero era difícil pensar que hubiera una buena candidata. Estando solo, sacaba pecho y se defendía con sus habilidades: sabía mucho de la tierra, de las viñas, entendía de los cortes, y también era un buen sastre y peluquero. “Además, tenía un encanto personal que lo acercaba a la gente. Y justo llegaron esos curas que venían de Europa, que trabajaban con la comunidad y siempre estaban con sus séquitos de monjas. Mi mamá estaba ahí”.
IV
Como dice Sacha, su madre tuvo una vida “muy difícil, porque fue hija de un ex combatiente de la Guerra del Chaco que volvió trastornado, e igualmente tuvo hijos”. La madre de Sacha tuvo que escapar de casa, al igual que sus hermanos. Sacha se pone en su piel cuando recuerda sus vicisitudes: “Tener que servir a un blanco solamente por comida, ser esclava en una casa de ciudad, también bajo amenaza, sirviendo día y noche, escaparte de ahí, que después te rescate una viejita que te tenía escondida porque está el miedo desde que nació”.
Siendo niña, su madre se volvió una de tantas monjas indígenas y fue instruida por un cura alemán. Ya tenía 20 años cuando conoció a un Fernando que le doblaba la edad. Era una monja severa, con una personalidad totalmente opuesta a la de la primera señora de Fernando. Y quizá fue por eso que él le pidió al cura que los casara. “Advenedizos ellos, mi papá y mi mamá. Eran de otro lado, pero como él dio su palabra, se hizo dueño del lugar, se quedó al servicio de la iglesia, se casó con mi mamá, y ella le ayudó a criar a sus hijitos”.
Continuará en la siguiente edición de Pura Cepa.