Araq, el pintor silvestre
Una entrevista exclusiva con el artista cusqueño acerca de su oficio, sus relaciones con Bolivia, y sus proyectos de vida.
Rubén Sánchez Condori nació un día como hoy, en Cusco, Perú. Hasta 2003, firmaba con ese nombre, pero en una entrevista radial le dijeron que era “un pintor silvestre, como esa plantita que encontramos en las alturas, que está solita y a veces no sabemos qué propiedades puede tener”.
Eso le gustó y lo puso en quechua, araq, voz que significa silvestre, salvaje, natural. “Finalmente, del campo, lejos de todo”, dijo Araq a Pura Cepa.
Cuando era chico, Rubén cursó la primaria en el San Francisco de Borja. “Era el Yachaywasi de los Incas antes de los españoles, el colegio más antiguo del continente”. Tal vez esa relación con las raíces, con la educación, le hace considerarse un investigador de las culturas.
Así, Araq se sumergió en la Fiesta Grande y en Tarija para devolvernos, con una mirada fresca, el valor de nuestras costumbres y tradiciones en una exposición deslumbrante que ocupa hasta hoy la galería de la Casa de la Cultura, donde tuvimos esta conversación.
Pura Cepa (PC). ¿Cómo sientes tus raíces quechuas?
Araq. Por el hecho de vivir en la ciudad, en mi ciudad, Cusco, quizás no nos damos cuenta, pero tenemos bien marcada esa raíz. Yo la he empezado a sentir desde los 25 años. Trato de conservar ciertos elementos en mi vida que marcan eso. El que identifica y conoce Cusco, sabe de dónde vengo. Es algo que nuestros abuelos hacían, había cosas que identificaban de dónde eras, qué hablabas, a qué te dedicabas.
Trato de revalorar esos elementos, y eso también estoy inculcando a mi bebé. Él reconoce ciertas cosas. Mi esposa es aymara, boliviana, yo soy peruano, pero en este tiempo ya me cuesta decir eso. Prefiero decir que soy quechua, porque vivo en un mundo de características únicas. El quechua me ha ayudado a entender cosas. Existen palabras para emociones que se diferencian del español. Y aunque hablo y escribo poco, para mí es importante valorar esas pequeñas herencias.
PC. Tu esposa es Carmen Mamani. ¿Cómo la conociste?
Araq. Yo no he expuesto mucho en galerías. Tenía dos exposiciones individuales y un par de colectivas, y en 2015 me invitaron a una exposición binacional entre Perú y Bolivia. Dudé mucho de participar, pero como estaba con ese afán de querer ser bueno, dije, “ya se me está yendo la edad, ya es hora de compartir un poco más mi trabajo con la gente”. Acepté la invitación, y también habían invitado a Carmen. Llegó a Cusco con su obra. Empezamos a hablar bastante sobre arte. Yo no sabía que ella tenía un peso importante en Bolivia. En Santa Cruz había ganado muchos premios y participado en muchos eventos. Siempre digo que ella es la artista de la familia.
Y bueno, después de haber conversado horas de horas en línea, de haber compartido nuestro trabajo, empezamos una relación en enero de 2017. Por ella sé que una galería tiene una función muy importante en el arte y en la cultura. Y así he empezado a entender lo que es la movida artística y he dejado de ser silvestre. Ya tenemos una familia, y yo feliz de compartir un taller con ella. Hay días que empezamos una conversación y no terminamos de hablar. Creo que de eso se trata, de compartir esos momentos que nos han unido. El arte nos ha unido, y me ha dado todo, hasta la esposa que tanto quiero.
PC. ¿Cómo te inicias en el arte?
Araq. Hace poco, en una reunión de familia, mi hermano Hugo contó una anécdota. Todos pintábamos de niños, pero llegó un momento donde él ya sentía que yo pintaba mejor. “Eras muy niño”, me dijo. Habré tenido pues unos cinco, seis años. Yo no me acordaba de eso, pero sí recuerdo claramente que mis hermanos dibujaban. Mi hermana, Leonarda, tenía los cuadros más bonitos del mundo, la letra muy bonita, los adornos, todo eso. Mi hermano Efraín tenía este arte de esculpir sobre piecitas de madera, de arcilla. Él se iba al aeropuerto a mirar aviones y dibujarlos. Y a mi hermano Hugo le gustaban las caricaturas, las series de policías. Él hacía cómics en los cuadernos de colegio con personas disparando, corriendo.
Si ellos dibujaban, yo también dibujaba. Alucinaba con robots, en ese tiempo los Transformers, hacía con el diseño que yo quería. Ese era el sueño de niño que compartía con mi hermano, el que contó eso. Y ese día, decidió dejar de dibujar. “Ya me ganabas, y ya no había qué hacer. Creo que tú ni sabías que eras bueno”, dijo. En el colegio llega el momento, “¿quién va a dibujar el mapa?”, y todos, “el Rubén”. Siempre me gustaba, y por ese mismo hecho me empeñaba. Pensaba estudiar arquitectura, porque era afín al dibujo, pero me hice jalar de curso el último año. Ya no estaba para exigirle a mis papás que me mantengan un año más. Entonces les dije, “es lo último que les voy a pedir”, y al año siguiente, como ya tenía dominio con el dibujo, ingresé a Bellas Artes.
Y resulta que no había sido tan barato el estudio del arte. El hecho de que sea difícil asumir la pintura como profesión hizo que me esforzara el triple, porque cada hoja que compraba para trabajar tenía que venderse. Pensaba, “si no me esfuerzo, no voy a poder vivir de esto”. Y gracias a eso he comenzado a vender mi trabajo desde estudiante. Un maestro me dijo, “si tu trabajo es serio, no tienes que preocuparte de nada”. Entonces he trabajado seriamente, y he tenido la suerte que mis trabajos se han vendido. No sé hacer otra cosa, no he trabajado en otra cosa. Sólo sé esto, y es lo que les ofrezco a quienes siguen mi trabajo.
PC. ¿Cómo logras tu estilo?
Araq. Me gusta bastante la expresión de la pincelada. Yo no sé si decido pintar así. A mi edad, recién entiendo que había sido la pintura la que me estaba sosteniendo. Mentalmente, como todo joven quizás, la pintura era mi elemento, me daba todo, un poco de dinero, hasta vicios, quizás. Cualquier trabajo tiene ese peligro. El hecho de ser libre pintando te hace, a veces, tomar malas decisiones. Ahora lo tomo así, y cuento esto porque en mis cuadros hay mucha expresión, casi todos tienen mucha soltura en la pincelada. No obedezco a una sola paleta de colores, obedezco a lo que mi instinto me indica en el momento. Puedo pintar una persona alegre con colores tristes, entonces hay esa libertad de poder contradecirse.
Sólo el momento exige lo que sale, por eso no corrijo mis errores. Los tomo como una terapia, como una catarsis que uno tiene, a veces muy violenta, a veces muy delicada también. Tengo muchos referentes, y hay estilos, pero cuando pintas no piensas en qué estilo estás haciendo. Simplemente, fluye tu mano, tu memoria, tu mente. Hay colores memorizados, patrones y técnicas, pero eso lo he logrado con los años que tengo de pintar. En el arte está mezclado el caos y el orden, y es lo que a mí me encanta expresar.
PC. ¿Por qué exponer en Tarija?
Araq. He tenido la oportunidad de conocer Sucre, Oruro, Santa Cruz, Cochabamba, La Paz y algunos pueblos. Bolivia tiene un potencial turístico muy fuerte, culturalmente hablando. No tiene nada que envidiar a otros países. Los que vivimos en el mundo del arte debemos estar sumamente comprometidos con ese aspecto. Tenemos esa herramienta muy poderosa que puede impulsar el turismo con estos eventos, pues son focos que iluminan y atraen a las personas. Había escuchado a un taxista decir, “yo conozco Cusco y se parece a Tarija, con sus calles ordenadas, limpias”. Creo que eso hace sentir bien a los turistas que visitan la ciudad. Este clima es lindo, tiene una gastronomía muy rica, tienen el vino, que es un elemento muy apreciado por el mundo entero.
Las autoridades y los medios deben promocionar más. Yo ahora estoy en la galería y siento personas que son turistas. Entran y se nota la frescura, la tranquilidad que ofrece la ciudad al turista. Es una ciudad muy linda, por eso es que mi cuarta exposición individual la estoy haciendo en Tarija. No sé si soy merecedor de este espacio, si estoy dando la altura. Pero creo que sería injusto no retratar a Tarija. Creo que todos los artistas que tocan Tarija se van con esa sensación. Es una mina de paisajes hermosos.
PC. ¿Se parecen los chunchos de Tarija y Perú?
Araq. Hay similitud de tradiciones. Bueno, en quechua se pronunciaría ch’unchos, con ese apóstrofe. Que yo sepa, son de la selva, de la Amazonía. En Cusco tenemos dos o tres danzas que son muy similares, los qhapaq ch’unchos, y hay un personaje que a mí me encanta, el wayri ch’uncho. Al estar en Tarija, he engullido todo el tema de San Roque a razón de que estuve ya aquí en mayo, en el Concurso de pintura Guadalquivir, y tuve la oportunidad de estar en la plaza pintando. La gente empezó a identificar al personaje que toca la caña. Ese instrumento también me pareció impresionante, y la manera cómo se mantiene esta tradición, que creo es de papás a hijos. Entonces, la gente se acerca, te aconsejan, te van contando un poco más de lo que hay en la ciudad, ciertas fiestas, este personaje, el de la caja, el de la quenilla, los ch’unchos, tantos y tantos personajes.
Yo hacía relación con mi ciudad. En Cusco existe un lugar que se llama Paucartambo, es una provincia pequeña. La diferencia es que allá hay más de quince danzas distintas, y todas son protagonistas de una fiesta que dura casi una semana. Las calles están llenas de la procesión, y no puede entrar un alfiler más. He visto ese fervor y esa fe aquí, mucha expresión en los rostros, y esto es lo que quería transmitir. Ahí empezó mi cariño por esta tradición, con las personas que me visitaron en la plaza. Por eso digo que Tarija te trata bonito. Y bueno, a veces somos esclavos de lo que amamos, por eso me decidí a retratar a la gente de la tradición. Sé que podría haber elementos distintos, pero yo feliz de recibir las críticas y las palabras de aliento.
PC. Además de pintar, también estás preparando un cómic. ¿Cómo nació esa idea?
Araq. Siempre me han gustado las revistas y libros con ilustraciones muy bien hechas. Pero cuando busco incas hay un montón de imágenes muy básicas. De ahí ha nacido mi amor e interés por los personajes incaicos, pensando cómo sería ilustrarlos con todo detalle. En mi primer colegio, había una profesora que nos impulsaba a escribir y leer frente a otros. Cuando salí, sabía narrar ciertas cosas, componer. He hecho un curso de guion hace un par de años, y me gusta, más todavía si es con mis trazos, hacer un storyboard.
Así decidí hacer un cómic, y empecé a dibujar y crear una historia. Pero, lo imaginario, no se puede decir si está bien o mal. Entonces ahí lo relacioné con lo histórico, con la presencia inca en el mundo andino contemporáneo. He creado un personaje adolescente que tiene la capacidad de viajar en el tiempo. Obviamente, la naturaleza es la que nos dice en qué momento viajamos, mediante sueños y visiones. Entonces, este joven conoce a las antiguas sociedades.
PC. ¿Y qué descubre?
Araq. No quiero dar mucho adelanto, pero nuestros abuelos pensaban muy distinto a lo que pensamos ahora, y todo lo que han podido lograr fue siendo una sociedad armónica con la naturaleza. Quiero transportar a la gente a ese tiempo en una novela gráfica. Sólo es necesario alejarse un poco de la ciudad y llegar a un pueblo humilde, digamos, para encontrar esa armonía viviendo con la naturaleza. En la ciudad, mucho nos hemos olvidado que existen cosas naturales que deberían tener más valor. Hay este descuido del ser humano que está haciendo difícil la sobrevivencia incluso de la raza humana. Antes no había comunicación como la hay ahora. No te quedaba otra que leer lo que la naturaleza te está diciendo, porque si no lo hacías, simplemente no comías.
En el quechua, aymara o guaraní, una sola palabra puede tener mil maneras de decirse, pero tienes que estar cerca para entender qué es lo que me estás diciendo. Ahora, por celular, nos podemos mentir y no pasa nada, ¿no? Esos códigos que antiguamente existían eran, pienso yo, mucho más transparentes. Y esa transparencia es lo que quiero resaltar. Creo que esa manera antigua de vivir es más sincera, respetuosa, armoniosa, y cariñosa, con las plantas, los animales y con el entorno natural, que era la única compañía que, antiguamente, nuestros padres tenían. Antes se valoraba mucho más a quien estaba a tu lado, porque si se alejaba cien metros, volverlo a ver era difícil. No había la movilidad que hay ahora, que tenemos compañía hasta por demás.
Esa herencia, la hemos recibido de personas maravillosas. Dudo que una sociedad caótica como la actual haya podido hacer Machu Picchu o las pirámides de México. Han hecho personas o sociedades muy armonizadas con la naturaleza. Creo en este valor, y espero que me salga bien. Se hace difícil dibujar todos los días, pero estoy avanzando. Es mi proyecto de vida.