Juan Pablo Richter, la importancia de hacer cine
Entrevista especial con el cineasta beniano acerca de uno de los oficios dedicados a registrar nuestro paso por la tierra.



“Yo, en las noches, no veo casi nada”. Con apenas tres años de edad, a Juan Pablo Richter Paz le diagnosticaron ceguera. Pasó la infancia viajando junto a su madre por hospitales de Cuba, Estados Unidos, Argentina, Chile, Brasil y Bolivia, hasta que en 2015 se operó los ojos para bien. “Tengo una relación particular con la imagen, siempre presto mucha atención al observador, a la forma de mirar, y a las distorsiones que puede haber en la mirada”.
La circunstancia le obligó a encontrar otras formas de habitar su vida, a sacar partido de los relatos de las dictaduras que persiguieron a su padre, y mantener la presencia del Beni, su tierra natal, por más lejos que se encuentre. “Por lo menos voy una vez al año a reconectar con el lugar de donde vengo y todo ese mundo de la tradición oral, los mitos y las narraciones pasadas. Es algo que está muy presente en mi familia. Siempre tenían una historia que contar, y siempre tenía que ver con elementos sobrenaturales”, comentó el cineasta a Pura Cepa.
Para él, ese rasgo familiar explica su pasión por el cine fantástico y de terror, y también su insistencia en conocer los motivos por los cuáles se cuenta una historia. A tientas, Richter ha logrado hacerse del oficio de cineasta en un país donde el cine todavía no se toma en serio. En esta entrevista exclusiva, Juan Pablo nos habla de su gran importancia en el registro de nuestra memoria común.
Pura Cepa (PC). ¿Cuál fue la experiencia que te hizo decidirte a hacer cine?
Juan Pablo Richter (JPR). Cuando tenía 16 años, vi “El Resplandor”, de Stanley Kubrick. Fue la primera vez que me fijé en quién dirigió una película. He sido cinéfilo desde muy chiquito, veía sobre todo películas de terror. Pero nunca pasó por mi cabeza hacer cine. No es que había cámaras en mi casa, ni nada de eso. Después de “El Resplandor”, vi “2001”, y pocos días después, “La Naranja Mecánica”, y ahí dije, “esto es lo que yo quiero hacer”. Kubrick es mi director de cine favorito, el que más me gusta, el que más dialoga conmigo en todos los términos.
PC. ¿A qué tipos de historias nos acostumbramos o nos tienen acostumbrados?
JPR. Es muy difícil responderte esta pregunta, porque la experiencia del espectador es muy individual. Las historias a las que yo estoy acostumbrado no son para nada las mismas a las que tú puedas estar acostumbrado. Podría decirte que, lo que a mí me interesa, son aquellas historias que me proponen un diálogo sobre la condición humana, el comportamiento, la personalidad, las emociones, sobre esos núcleos afectivos que los personajes construyen para sobrevivir, y cómo reaccionan cuando se materializan ante sus ojos. Las historias que no me interesan tanto, que quizás tendrían que ver con “las que nos tienen acostumbrados”, son aquellas donde la historia o el artificio está por encima de los personajes y de la emocionalidad. No es que no me gusta el artificio, por el contrario, me encanta la falsedad del cine, pero cuando esta sirve a la emocionalidad y al camino del personaje. Acostumbro ver películas que acompañen a los personajes y sean muy observadoras de su emoción. Y sí, a la mayoría del cine que nos llega no le interesa demasiado esa exploración emocional o esa propuesta de diálogo, y hay algunas imposiciones estéticas y de contenidos. Hay cine de Hollywood que me gusta, pero sí estamos acostumbrados a ese Hollywood al que no le interesa un espectador activo, sino más bien adormecido.
PC. ¿Cuál es la importancia de hacer cine?
JPR. Yo siempre creo que, como toda expresión artística, tiene una finalidad doble. Para mí tiene que ver con cómo contar historias y utilizar este medio para reflexionar sobre temas que me han venido acompañando y afectando toda mi vida. Siempre escribo y hago mis películas desde emociones y sentimientos muy personales, y a través del cine he podido encontrar el camino para lidiar y conversar con estos procesos. En un segundo aspecto, la importancia del cine es que naturalmente se convierte en memoria intangible de las culturas y las sociedades. El cine es la más joven de las artes, pero en sus 120, 125 años, ya ha demostrado que tiene un alcance masivo y ha podido apropiarse y condensar elementos de todas las artes. En el caso del cine boliviano, nos ha permitido dialogar desde nuestra bolivianidad y nuestra visión del mundo. Y la función de todo el arte es esa, convertirse en el registro sensorial, emocional, estético, de nuestro paso por la tierra, de nuestra existencia. Entonces, la importancia de hacer cine es colaborar a que el imaginario cultural de nuestro país sea más amplio.
PC. En tu experiencia, ¿qué es lo que generalmente se cree que es hacer cine y, realmente, qué es hacer cine?
JPR. Hacer cine es muy difícil, como cualquier actividad. No me interesa categorizar al arte como algo especial. Creo que tiene una función fundamental, como te decía, que es convertirse en el registro de la memoria. Pero eso no significa que esté por encima de los otros oficios. Quizás lo que se cree de hacer cine, y es buena pregunta en un momento donde no hay ningún apoyo al cine boliviano, donde se tiene una imagen equivocada de los cineastas, es que somos personas que vivimos de país en país, de fiesta en fiesta, de presentación en presentación, y eso es mentira. Para mí, hacer cine es que tengo colegas, sean editores, productores, montajistas, eléctricos, actrices y actores, que trabajan incansablemente, y lo hacen siempre desde un enfoque muy humano y muy personal, con la idea de proponer un diálogo, de apoyar y acompañar visiones. Es un oficio de mucho trabajo y compromiso emocional. Entonces, eso que se cree es un envoltorio social, y tiene que ver con la imposición de formas e historias a las que nos tienen acostumbrados. Y hay que saber entender que eso no es el cine, es un brazo o una parte enfocada a lo comercial, a vender las películas y hacer el marketing que lleva a la gente al cine. Por suerte, esa farándula y ese imaginario de fama, en nuestro país no existe para nada. La realidad está en el trabajo día a día, en creadoras y creadores que buscan conversar sobre algunas sensaciones emocionales, estéticas, narrativas, poéticas, a través de este medio.
PC. ¿Qué le dirías a los jóvenes que quieren y no se atreven a hacer cine?
JPR. Que hagan cine, por supuesto. Es desafiante, es un oficio que requiere mucha atención y esfuerzo, muchísima paciencia, y muchísima madurez. El arte, y el cine en particular, tiene obstáculos grandes. Pero cuando la voz interior quiere dialogar sobre algo, a través de este medio, y es lo suficientemente fuerte, creo que hay que hacerlo. Hay muchas formas de hacer cine. Ninguna es mejor que otra. Nos han hecho creer que sólo hay un camino y una fórmula de éxito, y todo eso es una gran mentira. Para hacer cine, se necesita querer contar algo desde lo narrativo, lo estético, lo sensorial, lo político, lo emocional, lo espiritual. Desde donde tú quieras. No duden en hacerlo, pero si es importante que lo piensen muy bien. El cine no es un hobby, es un trabajo de tiempo completo, sobre todo si se quiere vivir de ello y encontrar estabilidad haciéndolo. Y mientras más cineastas hayamos en Bolivia, más vamos a poder exigir y demostrar a las autoridades, y a quienes tienen a su cargo sostener una industria que permita un desarrollo económico y laboral en este trabajo, que dejen de hacerse a los sordos y dejen de vernos la cara de tontos, y permitan que haya procesos laborales en los que todas las personas puedan tener una remuneración digna por su trabajo, con servicios de salud, seguro, acceso a fondos de pensiones. Nadie pide más que la posibilidad de poder hacer tu trabajo y vivir dignamente de él.