Charango y saxofón, una combinación deslumbrante (VIDEO)
Luciel Izumi y Ruddy Barrancos fueron los embajadores de la música en el primer vuelo de BoA hacia Venezuela.



La pareja ensambla con gran soltura la música de sus instrumentos, y saben brillar con intermitencias complementarias. Verlos, escucharlos, es atender a lo puro de las vibraciones humanas, sonreír con la destreza y el dominio de lo técnico, y adivinar cariños y respetos que se entregan y se guardan.
Alguna virtud mayor que la gestión apresurada hizo que viajaran en el primer vuelo de BoA hacia Venezuela, embajadores de facto de la música boliviana, que a estas alturas es andina, jazzera, contemporánea y más. Con charango y saxofón interpretaron joropos y otros ritmos del Caribe venezolano, y ofrecieron versiones dulces y arrebatadas del folclore nacional.
“Tocamos donde nuestro público nos lo pida. Estamos predispuestos, hasta que la vida y nuestros instrumentos den”
A bordo del Boeing 737-800, se confesaban “ansiosos de poder conocer Caracas”, y minutos después iban de un lado a otro del pasillo, tocando a más de 4.000 metros de altura. “Ha sido una experiencia única”, cuenta Barrancos, para quien el viaje le abrió puertas musicales. Educado en el jazz, el intercambio con músicos venezolanos fue enriquecedor.
En La Guaira, Luciel y Ruddy conocieron el género venezolano de la parranda, incorporándose inmediatamente con sus instrumentos para mezclar música y cultura. “Tocamos donde nuestro público nos lo pida. Estamos predispuestos, hasta que la vida y nuestros instrumentos den”, comenta Luciel a Pura Cepa.
Aunque el viaje fue corto, tuvo provecho. Una vez de vuelta en Bolivia, la pareja se dirigió al Festival del Charango en Aiquile, donde compartieron escenario con el cantante Juan Barrancos, el maestro Alfredo Coca, y una gran cantidad charanguistas, acordeonistas y guitarristas, “una fiesta total, cantando alrededor de nuestras jarras de chicha. La hemos pasado muy bien”, dice Luciel.
Además de la música, Ruddy rescató la comida aiquileña tradicional de la temporada de Todos Santos, como el uchucu, o las chara-charas, una delicia muy similar a las chirriadas chapacas. “Aiquile ha sido una experiencia linda, y tenemos mucha más idea de algunas cosas que podemos hacer en el futuro”, comparte.
Listos para cualquier ocasión, siempre tocando, produciendo o grabando, siempre juntos, la pareja no se separa de sus instrumentos. Aunque tiene siete charangos, Luciel va a todas partes con “el de guerra”, el que dice “Izumi” en el clavijero. “Lo hizo Juan Achá, es como mi papá, un constructor capísimo. Su acabado es hermoso, y su trabajo muy profesional”.
Ruddy va en busca de un saxofón barítono que acompañe a sus altos, soprano y tenor. “El que más he tocado es el alto, pero me enamoran todos”, cuenta. Ambos llevan años practicando y alimentando su capacidad de hacer música, dándole prioridad y cuidado. “Lo que ganas, se va a los instrumentos”, dice Luciel, que toma en serio la música y le da una identidad muy propia. “Nuestra vida es así”.
“Es difícil dar el primer paso para ser un artista”, comenta Ruddy, “muy pocos lo hacen, pero lo tenemos que dar cuando sentimos que podemos hacer algo, y darlo con todo”. Además de ser un gran ejecutante, Ruddy también compone. Luciel dice que él “tiene composiciones más lindas porque ha estudiado más tiempo”, y se ríe. “Yo no he estudiado mucho. Mientras más estudio, más me complico”, remata.
Ahora disfruta la interpretación de “Bajo el cielo de Potosí” que Luciel y Ruddy ofrecieron en una famosa marisquería de Caracas, cortesía de El País.